(Elisa Ramos, de La Maquiné. Foto compañía)

Ultimamos con esta cuarta crónica el reportaje sobre el Titirijai 2023, el Festival Internacional de Títeres de Tolosa, que este año ha llegado a su 41ª edición. Comentaremos en concreto las siguientes obras: Arrainak Bihotzean, de Mar Mar Teatro; ¡Clic, Clac, Mú!, de Titiriguiri; Estación Paraíso, de La Maquiné; y La Cenicienta, de Zaches Teatro.

Pueden leer la primera crónica aquí, la segunda aquí escrita por Enkarni Genua y la tercera aquí.

Arrainak Bihotzean, de Mar Mar Teatro

Vimos en el Teatro Leidor de Tolosa la obra Arrainak bihotzean, que traducido al español sería Un pez en el corazón, dirigida por Getari Etxegarai a partir de ideas y poemas originales de Leire Bilbao, con una brillante interpretación a cargo de Irene Hernando, Aritza Rodríguez y Maitane Serrano. Los títeres y accesorios son de Javi Tirado y la música de Unai Laso, con espacio sonoro de Ígor Iglesias e iluminación de Maitane Serrano.

Irene Hernando, de Mar Mar Teatro. Foto compañía

Sin duda nos encontramos ante uno de los espectáculos que más destacaron en la programación escolar del Titirijai, con un elenco de actores de extraordinaria calidad, empezando por la protagonista, Irene Hernando, que realizó un trabajo verdaderamente excepcional. Los espectadores quedamos deslumbrados por la perfección de la madurez y el esplendor de su quehacer escénico, incluso me pregunté a veces si no era demasiado perfecto. ¿Acaso existe en la realidad este grado de excelencia, de entrega al personaje, de vitalidad desbordante y a la vez contenida, que sabe ajustarse impecablemente al guion, sin jamás resbalar por los laterales? Irene Hernando demostró que sí es posible, y crueles como somos los humanos, pensé: ‘creo que la verdadera madurez llegará cuando algún día sea capaz de dejar pasar pequeñas deficiencias que tranquilicen a los pobres e imperfectos espectadores, otorgando de paso profundidad y contraste al personaje’… Pero esos pensamientos pecaminosos desaparecían al instante cuando de nuevo caías atrapado por el nervio, el vigor, la juventud y la vivacidad de quien sin duda está destinada a ser un monstruo del escenario o de las pantallas, vaya usted a saber…

Los tres actores de Mar Mar Teatro. Foto compañía

Un panegírico que hay que hacer extensivo a los otros dos actores, que no le van a la zaga, de modo que nos encontramos con una compañía de actores que saben muy bien lo que hacen y cómo hacerlo.

Pero vayamos a la obra. Al ser todo en vasco, no entendí los detalles pero sí la historia en general, pues con semejantes actores no había posibilidad de perderse. Dice el programa: ‘Martí no sabe dónde viven sus miedos, por eso vive tranquilamente en un bonito pueblo que huele a berro. Su padre es marinero y en el puerto, en un día gris que lo espera, una tormenta lo arroja al agua. Comienza un viaje obligado por el fondo marino, aunque tenga que aprender el lenguaje de los peces y el miedo’.

Foto compañía

Irene Hernando se pone en el papel del protagonista, Martí, cuidadoso y avispado, y que tiene una debilidad por los peces y especialmente por uno que lleva como quien dice, literalmente, en el bolsillo, con una relación que va más allá de la simple mascota. Un viaje que se desarrolla al cabo en el fondo del mar magníficamente escenificado con simples apuntes escenográficos y mediante máscaras, títeres y los mismos actores, con el entorno sonoro y lumínico que lo acompaña.

La obra transcurre con una fluidez exquisita, y cuando acaba, niños y adultos nos quedamos con las ganas de que el festival de buen teatro continuara, de seguir viendo a esos actores hacer de las suyas, ya sea en el mar, en la tierra, en el cielo o en el infierno, daba igual, pues de alguna manera ya estábamos todos en el cielo…

Los aplausos tronaron y los actores salieron a saludar como si no hubieran hecho nada. Asombroso, chocante e inhabitual.

¡Clic, Clac, Mú!, de Titiriguiri

Otra vez pude disfrutar de una nueva creación de Sonia Muñoz, esta titiritera de Madrid que se ha convertido en una maestra del teatro que sabe combinar títeres con imágenes proyectadas, unas veces al modo maping, otras con más presencia de los actores en directo.

¡Clic, Clac, Mú!, creación de Sonia Muñoz con dirección de escena de Nacho Atienza e interpretación de la misma Sonia junto a Bernardo Rivera, nos sitúa en la granja de los hermanos Mu y Muy, donde la vida es sencilla y tranquila, es decir, las vacas pastan bajo la luz del cielo azul y las gallinas ponen huevos a ritmo de cumbia. Pero nada es perfecto, y menos en los días de hoy, cuando una llamada cambia de bote pronto el ritmo de sus vidas. Se acabó el tiempo para la música y ya basta de mirar el cielo azul y pensar en las musarañas. La modernización ha llegado a la granja y cambia por completo su estilo de vida. El nuevo sistema las ha dejado sin habla y juntas quieren recuperar la cercanía de sus amos…

La historia está basada en el cuento, Clic, clac, múu, vacas escritoras, de Doreen Cronin y Betsy Lewin, cuyo libro ha sido superventas del New York Times y ganador de varios premios.

Siguiendo el modo interdisciplinar de la compañía Titirihuiri, el espectáculo conjuga teatro, títeres, animaciones y nuevas tecnologías. En la granja donde ocurre la acción, interactúan personajes reales con personajes animados creando un juego escénico vivo y estimulante, siempre lleno de humor.

Foto compañía

De las obras que conozco de Sonia Muñoz, quizás esta es en la que he visto más presencia de los actores, se nota que estos tienen ganas de actuar, y con solo cuatro manos, consiguen que la granja coja vida con todas sus gallinas y sus vacas dentro. Un ejercicio de voz y de manipulación exquisito para una obra la mar de entretenida, que contiene además una llamada al regreso de la vida natural y un rechazo a la industrialización de la crianza animal, una de las lacras más ofensivas de nuestra actual civilización urbana.

Humanizar los mataderos industriales, retornando a los animales la dignidad que la mercantilización les ha sustraído, es sin duda una de las labores pendientes que tenemos los humanos en un futuro próximo. Titiriguiri ha apostado por ello, i ¡Clic, Clac, Mú!, nos indica que no todo está perdido.

Foto compañía

¡Ojalá tengan razón y pronto veamos cambios al respecto! Entretanto, debemos agradecer que los personajes de Titiriguiri nos lo recuerden con tanto tino, arte y entretenimiento.

Estación Paraíso, de La Maquiné

He aquí la obra que recibió los dos premios del Titirijai, el del Jurado Infantil y el de Adultos, al mejor espectáculo del Festival. Nos encontramos ante un exquisito trabajo de Elisa Ramos, que también firma el texto junto con Joaquín Casanova, encargado él de la dirección.

Foto compañía

Exquisita, difícil y deslumbrante serían algunos de los adjetivos que merece esta obra que les ha salido redonda a los dos responsables de la compañía La Maquiné de Granada. Podríamos seguir añadiendo epítetos de elogio, y no nos cansaríamos de hacerlo, dado el excelente resultado conseguido.

Una vez más el tema de la muerte aparece en los escenarios titiriteros, tratado en esta ocasión con un acierto total, al convertirse todo lo que aparece en escena en rica y versátil metáfora del óbito o trance final: la estación terminal, la última de un viaje que terminó, el tren que pasa pero ya no puedes coger, en parte porque es de juguete, un tren solo para ser imaginado; el reloj parado, viejas fotografías de tiempos pasados y detenidos, y, como objetos de recordatorio, los títeres en una maleta, esos seres que también están muertos pero cobran vida si se les mueve y se habla por ellos. Figuras que encarnan a los seres queridos que se quedaron atrás, ella incluida, y que regresan en el último momento, para despedirse ellos también Y el mismo personaje, de profesión titiritera, alguien que parece haber llegado al final del camino, y que mezcla tiempos y estados, como los mismos títeres.

Foto compañía

Una estación donde el tiempo se ha detenido. Poner luz y conciencia en estos momentos de tránsito, en los que eres, pero ya no eres, en los que estás en dos sitios a la vez, cuando te has convertido solo en espacio sin tiempo alguno que te empuje, es un enorme ejercicio de los más difíciles de ejecutar, si se quiere hacer bien. Y La Maquiné lo borda con la actuación de Elisa Ramos, que muestra fuerza y fragilidad ambas extremas, ilusión esperanzadora y acatamiento de lo inevitable. Pero donde refulge su interpretación es cuando coge los títeres y, como quien no hace nada, se lanza a escenas de gran calado y virtuosismo, en la difícil disciplina de la cachiporra y del títere de velocidad, que combina con el títere íntimo, disciplinas que borda como si lo hubiera hecho toda la vida, y buena parte de ello a la vista, utilizando su propio cuerpo de retablo, y con las escenas brillantes del lobo y finalmente de la misma Muerte, que aparece como títere.

Foto compañía

Una muerte, la de la anciana titiritera, sostenida por la vitalidad de quien la vive, mostrando esas dos caras de la vida y del deceso, cuando origen y fin se unen en el punto final. Nacer y morir, lo más vital de la persona humana, lo que nos hace humanos cuando la conciencia los ilumina. Pues realmente muestra Elisa Ramos una vivacidad radiante, que sabe brillar cuando se iluminan sus ojos y sus deseos ávidos de vivir y de amar, pero también apagarse cuando toca bajar la persiana e irse preparando para la degollina.

Una obra que consagra a Elisa Ramos como gran actriz y titiritera, y a la Maquiné como una gran compañía, que ha sabido encontrar el personaje y los registros más adecuados para sacar lo máximo de sí mismos. ¡Maravilloso!

ESTACIÓN PARAÍSO from LA MAQUINÉ on Vimeo.

La Cenicienta, de Zaches Teatro

Nos encontramos con otra de las obras que más ha destacado en el Titirijai de este año, tan rico en títulos realmente interesantes, La Cenicienta, de la compañía de Florencia Zaches Teatro, con dirección de Luana Gramegna.

Se trata de la tercera obra de la Trilogía de la Fábula, con tres espectáculos creados por Zaches: Pinocho (2015), La Caperucita Roja (2018) y La Cenicienta (2021).

Foto Massimiliano Mascagni

Como indica la misma compañía:

Esta Trilogía no es sólo una serie de tres espectáculos, sino un proyecto más amplio y accidentado a través del cual la Compañía da vida a proyectos creativos y educativos paralelos que alimentan los propios espectáculos. El objetivo es indagar en el mundo de los cuentos de hadas y de tradición oral con la intención de ir lo más atrás posible en el tiempo, para descubrir aquellos detalles que poco a poco han sido edulcorados, olvidados o borrados por versiones más recientes. La sociedad moderna ha olvidado sus raíces y los cuentos de hadas representan los últimos fragmentos de ese mundo olvidado. Reconstruir las propias raíces significa recuperar la propia identidad, que resulta pertenecer a una cuenca mucho más amplia de lo que estamos acostumbrados a pensar, un vasto espacio más allá de las fronteras de los actuales Estados nación.

Toda una declaración de principios y de intenciones que nos ayudan muy bien a situar el trabajo de Zaches Teatro y a su directora, bailarina, coreógrafa y actriz de gesto, además de titiritera, uno de los valores del teatro de figuras europeo que más brilla en la actualidad.

Foto Massimiliano Mascagni

Este ir a los orígenes de la fábula y buscar las raíces de unos cuentos que hablan de temas más profundos de lo que parece, se traduce en la obra de Zaches en un gusto por los tonos oscuros y lo que podríamos denominar las ‘brumas lejanas’ de un pasado no histórico sino arquetípico, de cuando se asentaron en nuestro mundo muchos de los mitos aún vigentes en nuestra vida cotidiana. Y lo hace para poder atravesar estas nieblas desde la más respetuosa fidelidad a los personajes y al ambiente de la fábula, una oscuridad que permite exagerar los trazos más grotescos y despiadados del cuento. No para acatarlos, sino para poder, desde esta intimidad pegadiza y pegajosa del mundo de las penumbras, distanciarse de sus miserias, buscando la manera de escapar finalmente del determinismo de los arquetipos: sin sucumbir a la bajeza autoritaria de la madrastra y sus dos hermanas, y sin dejarse embaucar por los oropeles dorados del Príncipe y las riquezas de Palacio. ¿Es eso posible?

Es de esta oscuridad lejana de los orígenes de donde surgen las tres figuras de los cuervos que abren la obra y que se constituyen en una presencia constante, en unos observadores siniestros pero libres, que se ríen de los humanos y contemplan burlones sus miserias, de modo que incluso los podemos asimilar a los mismos manipuladores que manejan al muñeco de Cenicienta, y que encarnan también a las hermanas envidiosas. Es decir, la figura del cuervo aparece como un leitmotiv que hila la obra y sirve de contrapunto y de espejo cóncavo capaz de reflejar la realidad grotesca de la casa de Cenicienta.

Foto Massimiliano Mascagni

La manera de huir de este pozo de los determinismos arquetípicos, es a través de un proceso lento y subjetivo de la mujer que se esconde tras la joven encarnada en un muñeco obediente, que necesita siempre de las tres sombras, reflejo de los cuervos mordaces, para moverse. Este proceso la empuja desde dentro a volar y a escapar cada vez más de la oscuridad. Y para ello se sirve de uno de los imaginarios libres y rebeldes que en estas mismas épocas de sombras se enfrentaban a la sumisión: las brujas, con sus vuelos subidas en escobas y sus ensoñaciones hedonistas y libertarias. De ahí la presencia importante de las escobas en la obra, que tienen la doble significación de esclavitud y de liberación.

El espectáculo se convierte en un rito de iniciación a la libertad, a una madurez que estalla cuando la joven encuentra lo que buscaba, en poder ya de la magia que le ha permitido asistir al baile, la misma que le permite pasar de muñeco a joven hembra que se reconoce en su cuerpo hermoso, y manda a paseo no solo a las sombras que la movían y utilizaban, sino a los poderes del anhelado palacio.

Un final que tanto me recordó el de la obra Orígenes, que precisamente abrió el Titirijai de este año, dirigida por la directora sudafricana Yanni Young, una resonancia que nos habla de cómo las marionetas nos abren las puertas a interesantes narrativas de liberación, en una época tan oscura como la que vivimos, atrapados por los borreguismos gregarios de lo colectivo, que han adquirido la costumbre de pelearse a muerte en esos penosos procesos contemporáneos de las llamadas polarizaciones.

Faltaría hablar aquí del lenguaje empleado por Zacher, basado en el movimiento, la danza, el ritmo, la música y una iluminación inclinada hacia lo oscuro. Creo que la figura de los tres cuervos es el hallazgo más logrado de la obra, y lo que da su tono dramatúrgico, sombrío y a la vez grotesco, con los impresionantes graznidos que abren y cierran el cuento. Todo un despliegue de elementos que exigen unos actores-bailarines de una gran categoría, capaces de bailar, saltar, manipular, y a la vez graznar y hablar, una sonoridad que nos remite a la voz rota de los polichinelas en sus facetas más oscuras y terribles. He aquí sus nombres: Gianluca Gabriele, Amalia Ruocco y Enrica Zampetti, impresionantes en su cometido.

Una obra que abre nuevos caminos al teatro de marionetas, en su apuesta por un teatro integral, inteligente y liberador.