(Imagen del Auto de los Reyes Magos, del Teatro de la Tía Norica, Cádiz)

Conviene, cuando llega la Navidad, hablar del Tiempo. Lógico al ser una fiesta que nos habla del solsticio de invierno, cuando el sol decide volver a alargar su presencia, para alegría de los humanos. Ritmos y ciclos. Los años se repiten pero por suerte, siempre son diferentes: lo nuevo y lo diferente aún son posibles.

Y en estas fiestas que duran hasta el día de Reyes en el calendario católico, la Navidad se celebra como una pausa invernal, hogareña y familiar, antes de alcanzar la Nochevieja y escuchar alborozados el estrépito de las trompetas que anuncian el nuevo año.

Marionetas de los Bonecos de Santo Aleixo, Évora.

Días de excesos y comilonas, un intento baldío de no ver la batuta del Tiempo; Saturno, ese dios tan alegre para los romanos, que celebraban en esta misma fechas sus Saturnalias, para otros es el dios Maléfico, el que lo retarda todo e impone ritmos, plazos y obstáculos. Quizás porque le rendían honores y lo miraban cara a cara, tras ofrecerle los obligados sacrificios, eran los romanos tan alegres, prácticos y positivos. Su pacto con el Tiempo les permitió durar y alargarse en imperio. Su posterior pacto con el Cristianismo quizás buscaba lo mismo: identificarse con el nuevo Señor del Tiempo que representaba el Cristo, anunciador de una nueva era. Y lo hizo con éxito: la actual Iglesia Católica no deja de ser la continuación del Imperio Romano cuyos códigos de derecho, hoy canónicos, sigue rigiendo buena parte del mundo occidental.

Hoy, en pleno cambio de época, cuando aún no sabemos lo que nos depara el futuro, nadie gusta mirar al Tiempo. La gente huye de él. La muerte da espanto. Para no verlo, recurren a la prisa y a la velocidad. El carpe diem inconsciente se impone -y el consciente se practica poco. Se escamotean las largas duraciones con la simultaneidad. Y las vidas fluyen y se queman a velocidades de vértigo.

Marionetas de Mariona Masgrau Bartis, Museo del TOPIC de Tolosa.

La práctica de los títeres da un respiro a esta negación, al tener siempre al Tiempo entre las manos. Lo manejamos con nuestras distintas maneras de mover figuras. Reproducimos lo que el Tiempo hizo cuando creó la vida y empezó a animar a la materia, insuflando en ella la ‘voluntad’ de moverse y duplicarse. Al mover un títere con la mano, reproducimos esta pulsión básica de la vida, que tiene que ver con el tiempo creador.

Con las marionetas de hilo, el Tiempo aún está más presente: en lugar de la inmediatez del títere que identifica el movimiento con nuestra gestualidad, la marioneta nos obliga a ser conscientes de esa pulsión del movimiento a través del hilo que junta y separa la figura de la cruz y las manos que la sujetan. La verticalidad del hilo detiene en cierto modo la horizontalidad del tiempo fugaz, el que corre y pasa veloz, y nos indica cómo esta pulsión de la voluntad primordial hacia el movimiento es un desafío a la gravedad. El hilo metaforiza el empeño del Tiempo en su diálogo con el Espacio para enfrentarse a fuerzas primordiales como la gravedad  y crear circularidades repetitivas cuyo objetivo es la duplicación, es decir, la duración de lo creado.

Pesebre de Pulcinellas, Museo di Pulcinella di Acerra, Nápoles.

Detener el tiempo, no para huir de él, como hace la simultaneidad de Internet, sino para vivirlo y tomar conciencia del mismo. Por eso los buenos espectáculos de sombras, títeres y marionetas tienen siempre al Tiempo como protagonista, como objeto de observación, disección y reflexión, aunque para ello se lo disfrace de mil maneras diferentes. Pues la cara complementaria al tiempo creador es la alteridad infinita de lo diferente.

Pequeñas consideraciones titiriteras de filosofía de salón -o de cartón- para celebrar desde Titeresante las esperadas fiestas saturninas. ¡Feliz Navidad!