Los días pasan pero las imágenes de los espectáculos vistos en la Fira de Teatre de Titelles de Lleida permanecen en la retina de los espectadores, especialmente aquellos que más han incidido en nuestras sensibilidades perceptivas. En este artículo vamos a hablar de Deaguaybarro, de la compañía cántabra Quasar, de Hand Stories, de la compañía T&T Productions, y de Cenizas, el espectáculo inaugural de la Fira a cargo de la compañía Plexus Polaire. (Lean otros artículos publicados sobre la Fira de Titelles de Lleida en Putxinel·li aquí)
Deaguaybarro
Mónica González es la actriz protagonista de este espectáculo de imágenes y pinturas que versa sobre las cosas del cielo, del mar y de la tierra. Una obra basada pues en los elementos y que busca mostrar con sencillez pero con decisión y ‘valentía icónica’ (si es que existe este tipo de valentía) como una imagen o un gesto se transforman en otra cosa, que a su vez nos lleva a significaciones diferentes. Una propuesta plástica de colores, agua y barro, como indica el título, en la que Mónica González se lanza literalmente en la ‘piscina’ de esta materialidad, llenando el escenario, la gran pantalla que ejerce de cuadro de fondo y su propio cuerpo, de barro y de colores, excitando a pequeños y mayores a seguirla en su empeño, aunque sea a través de la imaginación.
Una obra que requiere un estado de espíritu relajado para dejarse llevar por las insinuaciones de la imagen y los regateos de la percepción, algo que no existió el día de la representación a la acudí, no por culpa de la actriz, que cumplió con sus deberes artísticos al cien por cien, sino por culpa de unos padres que confundieron ir al teatro con ir al supermercado de la esquina a comprar unos minutos de distracción para sus hijos.
Vale la pena reflexionar sobre esta derivas contemporáneas del teatro infantil, y pido permiso para ello a Mónica González, en el que los asistentes son cada vez niños de menor edad, que van muy a menudo acompañados por papis y mamis de una edad mental aun más pequeña, dado el comportamiento entre sumiso y pasota que muestran hacia sus hijos. No podemos generalizar, por supuesto, pero sí extrapolar estas reflexiones de la experiencia vivida aquel día en Lérida, con unos niños que se subían al escenario, no sólo sin que nadie los detuviera, sino incluso ayudados por sus padres. ¡Increíble! Como es fácil imaginar, los espectadores estábamos todos pendientes de cuál sería la próxima fechoría familiar-infantil, de si el niño se quemaría al tocar el foco, si sería electrocutado por el mismo, si se caería de bruces al suelo en un despiste de su simpático papi, etc, etc, de modo que el espectáculo nos regaló un inesperado ejercicio de observación crítica en lo que se refiere al comportamiento irracional de nuestra especie, subidos a este año 2017 del siglo XXI.
Mónica González hizo una demostración exquisita de profesionalidad, de paciencia, de respeto al público y de dominio del cuerpo y del tiempo, pues supo dar al espectáculo un ritmo que parecía integrar las irresponsabilidades paterno-filiales de los dos niños en cuestión -pues el resto del público se comportó la mar de bien -, de modo que al acabar la obra, recibió una merecida e intensa salva de aplausos, mostrando los espectadores su solidaridad civilizatoria hacia la actriz.
Hand Stories
He aquí uno de los espectáculos que más brilló entre los presentados este año por la Fira de Titelles. Por lo visto, es una obra que se estrenó hace ya siete años, pero aún desconocida por el público español. Consiste en un poderoso ejercicio de auto-observación en el que un titiritero chino, Yeung Fai, quinta generación de una noble familia de titiriteros de la región de Fujian, nos explica y se explica a sí mismo la historia de su familia.
Una temática de gran calado, sobre todo si está presentada con la verdad por delante, es decir, no tanto para divulgar a terceros la historia, sino para entenderse uno mejor, a través de un proceso catártico de revivir los diferentes episodios históricos de los que tanto su padre como toda la familia fueron víctimas.
El terrible trago de la Revolución Cultural, que quiso eliminar todas las tradiciones artísticas y culturales, y entre ellas, por supuesto, la de los títeres y las marionetas, con una historia detrás de miles de años, y un oficio de una extrema sofisticación con una elaborada codificación de gestos, movimientos, argumentos, personajes, mecanismos, técnicas, etc, constituye uno de los ejes principales del espectáculo. Narrado con efectivo dramatismo y muy pocas palabras, más una afortunada banda sonora que se combina con sonidos en directo de flauta y percusión, el relato de la vida de Yeung Fai se va tornando cada vez más oscuro ante el descalabro del siglo XX.
Por otro lado, impresiona el virtuosismo técnico del que hace gala Yeung Fai, con un dominio asombroso de los movimientos de dedos y manos, con y sin los títeres, aprendido desde niño a través de una férrea disciplina paterna. Y sobre todo, impacta la presencia de los familiares, representados por títeres. La imagen de los tres familiares, el abuelo, el padre y el hermano, situados en una mesita con unas velas encendidas que representan sus vidas, es el verdadero punto de partida de la obra, marcando la diacronía de sus vidas y los diferentes momentos del personaje principal, hasta la desaparición de todos ellos.
Hans Stories se convierte así en una obra que se acerca al rito y a la vivencia personal, y que utiliza los títeres no sólo para sus funciones de entretenimiento y virtuosismo manipulador, sino sobre todo para entrar en el intimismo de la auto-observación distanciada mediante unos muñecos que encarnan a los seres queridos que la muerte se ha llevado. Vibra el tiempo en esta distancia, cargándose de esa sustancia mágica que es la autoconsciencia, que en los peores momentos de la vida del joven titiritero obligado a emigrar, se transforma en el fantasma de su hermano, representado por un títere blanco que es quién lo hace regresar al tronco titiritero de la tradición familiar, salvándole en definitiva la vida.
Habla también de la transmisión del oficio y de cómo en nuestro siglo, lo que antes se hacía a través de una línea puramente local y familiar, hoy está abierto a cualquier cruce humano, venga del país o de la cultura que venga. La tradición familiar estalla en este caso a causa de la explosión histórica del devenir, y el viejo saber transmitido de generación en generación se convierte en un conocimiento universal de profundas raíces humanas.
Supe luego que Yeung Fai es el hermano de Yang Fen, un titiritero muy conocido y querido por haber actuado muchas veces en España en los años noventa y que murió inesperadamente siendo muy joven. Un espectáculo, el que pudimos ver en Lérida, de los que van a la esencia de la marioneta y que desveló al público una profundidades del oficio titiritero que generalmente permanecen ocultas.
Cenizas
Gustó mucho este inquietante espectáculo de la compañía Plexus Polaire, ideado y dirigido por la noruega Yngvild Aspeli, adaptación de la novela «Before I Burn» de Gaute Heivoll. Cenizas fue la obra encargada de abrir oficialmente la Fira de Titelles, tras los parlamentos oficiales de los directores junto a las autoridades de la ciudad.
Vale la pena especificar la naturaleza de esta compañía francesa pero con un pie siempre en Noruega, de donde es su directora, al representar un modelo de trabajo que busca situar el lenguaje de la marioneta en un cruce permanente de culturas, lenguas y disciplinas. Su equipo está formado por dramaturgos titiriteros, surgidos bastantes de ellos de la Escuela del Institut International de la Marionnette de Charleville-Mézières, de músicos, creadores plásticos, iluminadores y video-artistas. Sus componentes proceden de lugares muy diferentes, como es el caso de la rusa Polina Borisova o del catalán Andreu Martinez i Costa (ex-alumno, por cierto, del Institut del Teatre de Barcelona, además de la Escuela de Charleville), lo que da una idea de esta voluntad de cruce cosmopolita.
El resultado del empeño creador de Yngvild Aspeli es un trabajo de altísima calidad, en el que las marionetas, mayormente de tamaño natural, buscan despertar un efecto especular en relación a los actores-manipuladores y a los espectadores, a modo de dobles nuestros provistos del inquietante realismo que tienen los muñecos cuando se acercan mucho a nuestras propias figuras. Unos rostros y unos vestidos que sin embargo aparecen tamizados por un tiempo indefinido, de tonos grisáceos y oscuros, casi como si fueran muertos resucitados, a los que el director de escena convoca para que nos expliquen, desde sus silenciosas miradas y sus gestualidades lentas y ‘diferentes’, el misterio de su conducta.
Aquí, lo que se juzga o, más bien, es observado con la mirada distanciada del entomólogo, es el caso real de un pirómano de la aldea de Finsland, al sur de Noruega, responsable de los incendios ocurridos en la zona. Nadie sabe quién es, pero nosotros, los espectadores, lo sabemos desde el primer momento: en escena, el pirómano nos contempla en silencio, con su bidón de gasolina en la mano. El novelista, representado por un actor que se esfuerza en llenar cuartillas que acaban la mayoría en el suelo, es el evocador de esos fantasmas reales, de estos muertos vivientes que llegan como dobles de los protagonistas de la historia: sus intimidades se abren en canal ante nuestra mirada exterior, desafiándonos en su quietismo, como si quisieran convertir el escenario en un espejo y ellos ser el reflejo de nuestras almas turbias y pirómanas.
Una obra que consigue lo que busca, inquietar al espectador creando un lugar de ensueño en el que actores, marionetas y espectadores nos encontramos proyectados en un mismo espacio y en una misma sintonía onírica, en la que viven nuestros deseos más oscuros y salvajes.
No por algo el jurado internacional dio a Plexus Polaire y a su obra Cenizas el primer Premio de la Fira.