Ayer se clausuró el TOT Festival del Poble Espanyol de Barcelona tras una programación breve en la que se ha podido ver sólo una pequeña muestra del buen hacer de algunas compañías catalanas. ¡Y no está nada mal lo que puede dar de sí un festival convocado con el objetivo de resistir si éste tiene un entorno creativo como el que hay en Cataluña! Un entorno forjado durante décadas que hace que, en momentos difíciles como el actual, el TOT haya podido encontrar una cantidad suficiente de buenos espectáculos para poder sair airosos de la prueba de una edición de mínimos. A juzgar por el número de asistentes que vimos también ayer domingo, la afluencia a los espectáculos fue notable, al igual que el anterior, lo que demuestra que el encuentro tiene una demanda real y mucha más potencial. En cuanto a la calidad, los responsables del TOT, con Diego Murciano al frente, han podido exhibir una buena variedad de técnicas, formatos y concepciones del espectáculo de títeres (para público familiar), lo cual no habría sido posible si la vitalidad titiritera del país hubiera sido más floja.

Desde el espectáculo de Sebastià Vergés, El fantástico Mago de Oz, hasta el trabajo plástico de Pea Green Boat, una de las compañías más jóvenes de las que han actuado este año en el Poble Espanyol, se percibe la evolución y la contemporaneidad del arte del teatro de figuras en nuestro país. Titelles Vergés, con este último montaje (ver el comentario completo de la obra en este artículo, en catalán), subraya la voluntad de seguir explorando los límites de la técnica del títere de guante de tipo catalán, ya sea en un aspecto más genérico, al atreverse a poner en escena un musical con sólo dos titiriteros, el propio Sebastià Vergés y Montserrat Albalate, ya sea en otro más técnico, buscando y encontrando la manera de hacer muñecos que articulen la boca sin abandonar la morfología del títere catalán tradicional. El resultado es una obra con un esquema dramático distinto de lo que suele ser habitual en los títeres clásicos pero que mantiene la frescura de algunos de los recursos más sabiamente explotados por la tradición, como los personajes que se esconden tras la espalda unos de otros y la cachiporra. Lo cual es oficio y saber hacer.

Dos obras contra el poder

La veteranía también es uno de los ingredientes que Biel Porcel pone en sus creaciones. En Oiaraki, el castillo de los pájaros, que clausuraba la edición 2013 del TOT, Binixiflat Teatre de Titelles desarrolla una historia exigente desde un punto de vista narrativo mediante su personal adaptación de la técnica de los pupi y del títere checo. Porcel ha depurado este tipo de manipulación a lo largo de muchos espectáculos y consigue un dinamismo, una gesticulación y una expresividad (moviendo la cabeza del muñeco) que no tienen nada que envidiar a muchas obras hechas con títere de guante o de varilla.

Binixiflat

Binixiflat,

El cuento del castillo de Oiaraki trata el tema de la libertad. Lo hace a base de acciones divertidas que se suceden a partir de una ocurrencia que enseguida capta el interés de los niños: el hecho de que con una palabra mágica, «oiaraki», se anule automáticamente la orden que cualquier mandón acabe de dar. El criado Bernat es quien cuenta esta broma y quién enseña a los niños a decir «oiaraki» para que nunca nadie les pueda mandar ni esclavizar. Y el rey Oriol, evidentemente, pierde toda autoridad. Pero Biel Porcel va un poco más allá: no se limita a cambiar la relación rey-criado, superior-subordinado, rico-pobre o padre-hijo, sino que entra en cuestiones de género: la princesa, que la reina pone a prueba para que se convierta en ​​una buena chica y pueda casarse con un príncipe azul, se subleva haciendo todas las travesuras que se le ocurren. Hasta el punto de que, al final de la obra, cuando el criado Bernat se entera de que los padres de la princesa han abandonado la idea de casarla con un príncipe y que le dejarán hacer lo que quiera, al decirle que, en ese caso, se case con él, la respuesta de la chica es clara: «¡oiaraki!», que es como decir «¡y un cuerno!» Así supera incluso el típico final moralista según el cual el chico bueno y la chica a la que corteja acaban casándose.

En el desarrollo dramatúrgico hay una imagen de prefil poético que articula toda la obra. En un momento dado, el rey, triste por la muerte de su caballo, se consuela con un pájaro que le ha regalado el mago del castillo. El rey enseguida comprende que los pájaros están para ser libres, así que saca al animal de la jaula y llama a más pájaros hasta llenar el castillo. El rey quiere rodearse de su alegría, y cuando la reina, mediante un hechizo, los echa a todos, urde un plan para recuperarlos tan absurdo como divertido: le pide al mago que lo convierta a él en pájaro . De esta forma, la reina llega a un grado tan insoportable de incomodidad accede a devolver los pájaros siempre que se queden en el jardín. Quizás el simbolismo de Oiaraki (las travesuras de la princesa también tienen que ver con volar) podría marcarse más, pero al final los niños que había en la carpa del Poble Espanyol captaron perfectamente el mensaje y disfrutaron.

pea green boat

Pea Green Boat (Edu Blanch),

Con un estilo completamente diferente, pausado e íntimo, la compañía Pea Green Boat, formada por Edu Blanch y Emilia Lang (ver aquí) presentaban El rey y el mar, una versión de un cuento de Heinz Janisch. El planteamiento de la historia recuerda un poco el de aquel episodio de El Principito en el que un rey explica que sólo manda lo necesario cuando el que tiene que cumplir la orden está en condiciones de hacerlo, por ejemplo no puede mandar al sol que se ponga cuando todavía es temprano. Pues bien: en el caso de El rey y el mar pasa algo parecido: el protagonista de la obra insiste en mandar cosas imposibles y espera ser obedecido sólo por el hecho de ser rey: que la noche no sea tan oscura, que el sueño no venga… Con ello se evidencia el absurdo de mandar y de ser rey frente a la naturalidad y la espontaneidad de las acciones cotidianas. Lo cual parece un mensaje moral muy contemporáneo.

Edu Blanch, que ha adaptado el texto de Janisch, ha construido las figuras y protagoniza la obra en solitario, es una presencia sólida en el escenario que, sin embargo, se deja traspasar por el alma de los muñecos que manipula. Sabe transmitir a los objetos y figuras, que pueden ser su propia mano, como en el caso del gato, unos impulsos vitales anteriores a sí mismo. De ahí quizás el ritmo de la obra, que marca claramente un tempo que deja espacio suficiente para que cada acción resuene en cada espectador. Por otro lado, el público, con niños y niñas muy pequeños, quedó encantado, y El rey y el mar terminó en el momento exacto. Ésa es la sensación tuve, aunque de todas formas intuyo que había algo de muy preciso y natural a la vez en la forma de escandir el tiempo de Edu Blanch.

Tanto el vestuario como la gesticulación y la posición corporal, erguido, visible en medio del espacio escénico, marcan un estilo muy personal de proyección del titiritero sobre el títere. Blanch no parece que pase partes separadas de su personalidad a los personajes, sino que se diría que se hace transparente, o quizá un instrumento entre el autor del libro y las imágenes. Estéticamente, El rey y el mar es cautivador, está construido con un minimalismo de elementos sencillos, materiales cálidos y colores confortables (marrones, ocres, grises, un punto de rojo y algún azul claro).

Y una por la acción colectiva

También pudimos ver El carnaval de los animales, una propuesta medio alocada pero en el fondo inocente de Forani Teatre. En esta obra, los animales intentan salvar a su rey (el león) de un secuestrador malvado que quiere quitarle la piel para hacerse un disfraz con ella. Y no lo consiguen hasta que no entienden que tienen que actuar todos juntos, porque yendo cada uno por su cuenta nunca lo van a liberar.

Un elemento muy destacable de este montaje es la actuación en directo de las pianistas María Molet y Núria Serrat, que dan continuidad a la historia que interpretan, caracterizados como narradores chinos, Arnau Colom y Enric Rovira. (Ver el comentario completo del espectáculo, en catalán, aquí.)