El Teatro Puk de Tokio cumplió en 2011 su cuarenta aniversario. Pocos teatros de marionetas del mundo han perdurado tanto en el tiempo. A pesar de su aforo limitado (tiene una capacidad para unos 110 espectadores, aunque puede llenarse hasta los 120), ocupa todo un edificio entero y cuenta con una plantilla de unas setenta personas entre administración, técnicos, constructores, manipuladores y directores. Todo ello se traduce en un repertorio en activo de más de 12 espectáculos, en dos equipos dedicados uno a las giras de la compañía y el otro a la actividad del teatro, y en una tercera sección llamada Estudio Nova, cuya sede está en unos pisos al lado mismo del teatro, dedicada a la creación de películas de animación con muñecos, básicamente para la televisión, con 17 personas implicadas entre directores, montadores, técnicos y constructores. Durante el año, la compañía se multiplica en varios equipos que recorren Tokio y el país entero con los distintos espectáculos, actuando en escuelas o en teatros para las campañas escolares.

Tuve la ocasión conocer con una cierta profundidad este teatro gracias a la invitación para actuar en Japón en el verano de 2011, en una gira organizada por Tamiko Onagi y el Teatro Puk de Tokio.

Interior del Teatro Puk.

Interior del Teatro Puk.

Situado en Shinjuku, uno de los barrios más céntricos y emblemáticos de Tokio, dónde se levantan algunos de los edificios más altos e imponentes de la capital, hay que decir que el Teatro Puk sorprende por lo bien organizado que está y por las prestaciones técnicas que posee. La más espectacular, sin duda, es un escenario móvil que baja hasta dos niveles a modo de gran montacargas, lo que permite cambiar en apenas unos minutos una escenografía. Un lujo que los titiriteros del Puk aprovechan casi a diario, al tener por costumbre presentar programas dobles en una misma sesión. No falla tampoco el treatro en el “merchandising”, con una tiendecita en el vestíbulo muy bien aprovechada.

Fachada del Teatro Puk.

Fachada del Puk Pupa Teatro.

La razón del nombre del teatro no tiene nada que ver con el personaje shakespeariano, como al principio supuse. Fundada en realidad la compañía en 1929 por su primer director artístico Toji Kawajiri, fue llamada Puk por ser esta palabra la contracción de La Pupa Klubo, el Club de los Títeres en la lengua Esperanto. Un origen pues relacionado con las ideas más progresistas y avanzadas de la época, que buscaba un lenguaje universal capaz de unir a los distintos pueblos del mundo. Una utopía que también está detrás del teatro de títeres de Osaka llamado La Clarté. Tal vez erró el señor Kawajiri en considerar el Esperanto como la futura lengua franca del mundo, pero no en escoger las marionetas como el lenguaje propio de la compañía: un lenguaje cuya universalidad está hoy fuera de toda duda.

Una compañía con más de ochenta años de ininterrumpida actividad no es cosa de cada día. Me contaba Tamiko Onagi que durante la Segunda Guerra Mundial, el Puk Teatro se posicionó contra la dictadura militar, por lo que sufrió persecución y, su director, prisión. En su dilatada historia, tuvo que cambiar varias veces de nombre y perdió a muchos miembros durante la guerra. Al acabar ésta, volvió a posicionarse según el ideario fundacional que le dio vida.

La actual directora del teatro, Machiko Watanabe, busca mantener un trato exquisito y muy personal con el público, con una clientela que me pareció de mucha fidelidad. Fue sorprendente la presencia mayoritaria de público adulto, con más mujeres que hombres entre el público, lo que siempre es de agradecer, aunque también había algunos niños, por supuesto. En las distintas sesiones y en los encuentros mantenidos con los miembros del Puk, se pudo constatar el alto nivel humano y profesional del que hicieron gala, por su extraordinario interés y entusiasmo hacia lo ajeno y lo distinto.

Machiko Watanabe, directora del teatro.

Machiko Watanabe, directora del teatro.

Espectáculos

Tuve la ocasión de ver una de las últimas producciones del Teatro Puk en un centro cívico de Tokio, una sala grande y muy céntrica. Se trataba de la obra Negibouzu-no-Asatarou (Asatarou, the Welsh Onion), dirigido por Yuriko Hayakawa, con diseño de Yumiko Wakabayashi y música de Katsumi Horii. El espectáculo, narrado a la manera tradicional del Roukyoku (con voz de Takeharu Kunimoto) estaba manipulado por Hiromi Akimoto, Shizuki Noda, Ayako Ichihashi, Kou Kadota y Sayaka Inoue. La obra está inspirada en un cómic de mucho éxito en Japón cuyos personajes son simples “vegetales” pero con comportamientos muy “humanos”. El resultado fue una delicia de espectáculo, con una manipulación a la vista de grandes muñecos muy lograda. Me gustó la presencia de los actores-manipuladores, la relación con sus títeres y el ritmo que le imprimían a la acción. Por un lado se notaba una gran experiencia y, por el otro lado, un gusto y una delicadez exquisita en los movimientos y en el trato con los personajes. Aún tratándose de títeres modernos que se alejan voluntariamente de las viejas tradiciones japonesas, los manipuladores del Puk mantienen el tono y la actitud de respeto que he visto en todos los espectáculos tradicionales, algo que los aleja bastante del tono siempre más desenfadado y a veces transgresivamente irrespetuoso, del teatro occidental. También aquí hay desparpajo y una buscada libertad de movimientos, pero siempre manteniendo el tono base de la cortesía y de la dignidad en el trato con los muñecos y con el público.

También presentaron una versión de Pedro y el Lobo, a partir de la música de Prokofiev, muy bien dirigida por K. Nishimoto. La obra, escenificada igualmente con muñecos grandes y manipulación a la vista, encandiló al público, con una adaptación libre de la música del gran compositor ruso.