miope
adjetivo · nombre común
1. [persona, ojo] Que padece miopía.
2. [persona] Que no tiene la suficiente capacidad o perspicacia para ver las cosas que son muy claras y fáciles de entender o para darse cuenta de algún asunto.

En la última edición de IF Barcelona, el proyecto MÍOPE, conducido por Javiera Gazitua, creadora especialista en teatro visual, junto a su equipo, han llevado a cabo una residencia de creación en el Teatre Principal de Terrassa, con la consecutiva apertura al público. Se trata de una pieza escénica experiencial muy próxima al terreno de la instalación. Asistí al evento como participante en una primera ocasión y como testigo/público en una segunda ronda de presentaciones que se llevaron a cabo en el C.C. Can Felipa hace unos días. Gracias a esta doble incursión pude tomar notas sobre la propuesta, que os comparto en esta especie de recopilatorio de frases que describen el proceso de la experiencia y algunas impresiones más subjetivas inspiradas en la misma.

15/12/2022

Un sonido que atraviesa la puerta. Algo había comenzado sin ser visto.
Penetramos a la penumbra mientras una voz y una luz abren el paso.

(Hoy me quedo en los confines de su isla y desde la paradoja de este otro punto de vista, sé que mis letras trazarán un mapa ininteligible en el cuaderno. Imagino las futuras frases superpuestas de las cuales tendré que descifrar mi propio jeroglífico de miope…)

En la sombra de esta ceremonia todo cobra cierta contundencia. Se instala, incluso desde antes de entrar, una sensación contenida de que cualquier cosa que pase será relevante. No hay espectadores, más bien una serie de cuerpos disponibles al rito.

Los participantes reciben instrucciones y el camino por el que pasan va desplegando surcos vibrantes. En la repetición de este proceso se intuye una liturgia que genera gestos casi imperceptibles y que van configurando la situación. El ritmo abstracto e hipnótico de lo que suena se suma al temblor que proviene de las paredes y el suelo.

Los cuerpos, conducidos a puntos específicos en el espacio son indicados por una luz que señala el perímetro de juego. Avanzan guiados hacia esa coordenada que les “toca” en una mezcla de azar y de destino predeterminado. Los pasos que da cada espectador/experienciador dejan una huella sonora en esa materia aún desconocida que cruje debajo de la planta de los pies.

Se van sumando capas acústicas que componen una atmósfera potente en la semioscuridad. La mirada se posa sobre escasas texturas que se iluminan de manera intermitente. Cuando llegan a su posición, se dibuja una constelación final de seres, como planetas de un sistema propio: un universo que a estas alturas contiene o todas o ninguna expectativa. Todo está latente. Siluetas en pausa sin saber qué sigue, qué hacer.
La iluminación y los sonidos pulsan y nos envuelven en una danza inmaterial.

En la oscuridad solo podemos asirnos al tacto por lo que en esta ecuación de emisión de resonancias y de ausencia de luz, quienes participan aceptan las normas como refugio. Y comienzo a asumir, o mejor dicho constatar, que los humanos somos animales dóciles, con ganas de jugar al juego de estar jugando.

Cuando lo que se mueve no es tangible buscas asideros para reconocer qué es lo que está pasando. Imagino las preguntas ajenas, las que se esbozan en el silencio de cada persona que está allí de pie esperando indicaciones con las pupilas dilatadas.
A cada uno se le asigna una caja de luz ubicada en el suelo en la que se les invita a interactuar con retazos de imágenes en blanco y negro, a mover las piezas, a generar composiciones unívocas y solitarias en esa pantalla analógica. Diminutos paisajes para un único espectador. Tú mismo.

MÍOPE es un bosque imprevisto donde lo que no alcanzas a ver son volúmenes inciertos y texturas acústicas que atraen. Es una noche llena de preguntas.

Mientras los miro inclinados hacia la pantalla que tiñe sus gestos pienso en todos esos cuellos curvados. Me recuerdan a la enajenación que protagonizamos en las salas de espera, en las filas al cajero, en el metro o en el banco de un parque. La mirada perenne hacia esos dispositivos que nos acompañan ya como extensiones parasitarias. Pienso en cómo las instrucciones nos constriñen y a su vez nos orientan, marcan el límite con la contundencia vital de lo que nos salva, nos dice: aquí si, puedes, aquí no, cuidado. Pienso en todo aquello que se nos oculta, en la privación arbitraria de lo real, en la integridad del saber ver, en el alivio legítimo de la mirada pura, en la alineación justa que permite conocer la dimensión de lo que si, de lo que es. Nuestros ojos, en MÍOPE, se acostumbran a la escasez de la luz y potencian la búsqueda, reposan en el encuentro. Y es que, lo que está allí, sí, allí, aunque no lo veas, se intuye y se escabulle y al revelarse señala, abre el paisaje, permite la asimilación y el posicionamiento ante el territorio (de lo) verdadero.

Mientras tanto en “escena”, en ese paisaje central animado (por ánimas y no por animación)… el rumor,
el eco,
el ruido
se multiplica exponencialmente y mis cavilaciones cesan.
Después de atravesar la incertidumbre, cuando las circunstancias suben el volumen de manera literal y figurada, en el fondo sabes que todo conduce a un final. El humo y las pulsaciones también aumentan hasta la esperada consumación.
Silencio. Oscuro. Pausa. Un rayo de luz.

Después del trueque entre los ojos que no distinguen y todos los otros sentidos que se agudizan, viene el regocijo de identificar, aunque sea ligeramente, lo que te rodea o te sostiene. Después de la explosión, si sigues vivo, uno obtiene al menos, el consuelo de sí mismo, los restos y la posibilidad de recomponerse.

Y una vez más, la guía, acompañando a uno por uno, les va indicando que ha terminado el juego y les ayuda a desplazarse hasta la orilla. Mientras nos vamos yendo flota en el aire una misteriosa bruma que recoge lo acontecido. En esta semi ceguera metafórica a la que se nos invita en MÍOPE, todo aquello que no vemos, late y cruje. Miope es quien no distingue, o no quiere hacerlo. Miopes somos si se nos impide ver, si se nos priva o se omiten partes seleccionando caprichosamente lo visible. La luz, sin embargo, se abre camino irremediablemente. La luz necesita posarse sobre algo y cobra sentido cuando le da entidad a aquello que apenas roza. E incluso así, no es hasta que los ojos se abren, anatómica y poéticamente, que se puede reconocer que eso que ahora por fin ves, existe.


Después de días me dispuse por fin a transcribir lo que la pieza me inspiró durante la segunda visualización. A veces, para estirar del análisis de un espectáculo, acudo no tan solo a la percepción fenomenológica sino a los paisajes filosóficos a los que me remite la obra, para lo cual hace falta distancia y perspectiva. En este caso considero que la obra de Javiera Gazitua y su equipo tiene una gran cualidad de instalarse en las sensaciones más a nivel de piel que de relato. La situación dramática a la que nos conduce MÍOPE se ve compuesta por elementos muy bien integrados como lo son el espacio sonoro de Ángel Faraldo, la iluminación, escenografía y vestuario de M. Consuelo Barrera Jofré. Otra persona indispensable en la dramaturgia, la ayudantía de dirección y la manipulación de luces es Aleix Duarri. Sin duda un equipo complementario que ha logrado, en este código de hibridación de lenguajes, crear desde ese territorio ambiguo a nivel de definición y por lo tanto arriesgado y comprometido.

Cada vez más, en el ámbito del teatro visual y de objetos, se pueden ver creaciones que exploran en este limbo periférico, donde los materiales per se y según cómo sean abordados, son detonantes de nuevos sentidos y significados. Enhorabuena pues, para el proyecto, la compañía que lo ha llevado a cabo y los entornos y espacios que lo programen.

Natalia Barraza
27/12/22

(Fotografías compañía)