Se fue Roberto Espina, el notable dramaturgo y poeta argentino, autor de textos para el retablo tan conocidos en Cuba como “La República del Caballo Muerto”, del cual aplaudimos sendos montajes, el primero a cargo del maestro Armando Morales, del Teatro Nacional de Guiñol, y luego el del muchachón que era Luis Enrique Chacón por allá por los 90. Otro joven de aquella década, Sahimell Cordero, llevó a escena una singular versión de su pieza “Osobuco soberbio a la parrilla”. Los guiñoleros de Guantánamo, específicamente Emilio Vizcaíno, concibió una agradable puesta en escena sobre el juguete titeril “Pepe el marinero”, obra que se nos quedó en el tintero a Yanisbel Martínez y a mí, con los diseños de Zenén Calero listos para realizar, cosas que pasan.

Conocí al mítico Roberto Espina en 1994, en Zaragoza, España. Zenén Calero y yo visitábamos la casa del titiritero Iñaqui Juárez, estaba al lado de Esteban Villarrocha, otro amigo añejo del Espina. En aquel encuentro participaba también el querido Héctor Di Mauro, hermano gemelo de Eduardo, director del Teatro Tempo, de Venezuela. Imagino que estos tres, reunidos con Javier  Villafañe, volverán el cielo una verbena con tantos muñecos, vinos y poesía en el aire, o en el limbo, para decirlo mejor.


Roberto Espina en Matanzas, Cuba, con Armando Morales. 2012.

Vino al Taller Internacional de Títeres de Matanzas en dos ocasiones, en el año 2000 y por última vez en el 2012, en ambos momentos derrochó carisma, inteligencia y naturalidad. Sus compinches cubanos Armando Morales y Xiomara Palacio lo llevaban siempre en andas, entre bromas, platillos suculentos y  cafés cubanísimos, enamorando con su picardía, sazonada por el tiempo, lo mismo a muchachas jóvenes que no tan jóvenes.

Roberto Espina con Zenén Calero, en Matanzas, Cuba, 2000.

Se fue Espina y ya no lo tendremos más en otro de nuestros eventos matanceros, ni desandando La Habana en almendrones. El viejo de la montaña, como muchos le decían, amaba a Cuba y a los cubanos, así que tendremos el consuelo de su alma vital, cada vez que Armando Morales o cualquier otro artista osado lo vuelva a representar en la Isla o por el mundo.

Es tiempo de cambio. La muerte de Roberto Espina lo deja en claro, hombres y mujeres como él, de recia envergadura ética y artística van desapareciendo, seres románticos nacidos otrora en un mundo cansado y maltratado, un planeta que es nuestro único bien y nuestro único mal, ahora irremediablemente sin la republica de afectos y de títeres del maestro Espina.

Rubén Darío Salazar