Paseaba la otra noche cerca de la Plaza España de Barcelona, cuando tropecé con un viejo que avanzaba a duras penas apoyándose en un bastón y en un estado bastante menguado, a pesar del elegante traje que llevaba. Asombrado por su aspecto, me detuve y le pregunté:

—Disculpe, señor, necesita ayuda?

Me miró y contestó con una voz que parecía salirle del alma:

—¿Me puede decir cómo llegar a la Avenida María Cristina?
—Ya le acompaño, me va de paso.
—Gracias.
—Oiga, si va para ver las Fuentes de Montjuic, ahora están paradas. 
—Es allí donde se dan las campanadas de fin de año, ¿verdad?
—Sí, pero falta un día.
—No se preocupe. Me interesa llegar cuánto antes.

Pensé si no sería un loco o un vagabundo excéntrico con ganas de encontrar un buen sitio para la Nochevieja, pero iba demasiado bien vestido. 

El Tiempo y Pepe Otal. Foto de Jesús M. Atienza

—Oiga, ¿le puedo preguntar el porqué de su prisa en llegar a las Fuentes?
—Ya se lo he dicho, por las campanadas.
—Pero bueno, aún falta un día, y además, para oír las campanadas no necesita estar allí, las puede escuchar desde cualquier parte, por radio o por televisión.

Me miró de un modo raro. De pronto sentí pena y fascinación por aquellos ojos, tan cansados y que parecían haberlo visto todo en este mundo.

—¿Quién es usted?
—Soy el año 2022.
—Entonces, usted…
—Sí, sí, se me acaba la cuerda y estoy harto de esperar. Ya no lo aguanto más. 
—Oiga, por cierto, menudo año nos ha traído. Peor no podía haber sido —le solté decidido a seguirle la corriente.
—¿A mí me lo dice?
—¿A quién sino?
—Dígaselo a usted mismo, o a los que pasean por la calle tan ufanos, o a esos señores que les gobiernan. ¡Menudo mundo me ha tocado!
—Pero si usted es el año 2022, alguna responsabilidad tendrá, digo yo…
—A estas alturas, yo soy un simple funcionario del tiempo, con ganas de acabar el año.
—No sabía que el tiempo tuviera funcionarios…
—Pues ahora ya lo sabe. ¿Qué cree que son todos ustedes, sino absurdos funcionarios del tiempo? 
—Comprendo que usted diga serlo, pero yo, francamente, no lo veo.
—La diferencia es que yo lo sé desde el primer día, mientras que ustedes hacen como que no lo saben, y así les van las cosas.
—Explíquese, por favor.
—Las obviedades no se explican, señor. Pero bueno, tampoco es tan complicado, ¿no?
—Pues parece que sí…
—Mire, cuando nací, hará cosa de un año exactamente, o mejor dicho, cuando me puse en funcionamiento, todo estaba por hacer, todo podía ser nuevo, y un entusiasmo infantil llenaba todo mi ser. Ah, esos primeros segundos de vida, cuando la última campanada anuncia la llegada del nuevo año…
—¿Y usted cree en eso? Siempre me ha parecido todo este asunto un montaje de lo más lamentable.
—Ignorantes… Ustedes se han vuelto tan machaconamente rutinarios, tan escasos de imaginación alguna, que decir que son unos funcionarios del tiempo es lanzarles un piropo. ¡Si al menos lo supieran! Pero es que son más que funcionarios, ¡se han convertido en sus lacayos! Y sin siquiera saberlo, pensando que son libres y que pueden hacer lo que quieren.
—Oiga, ¡no exagere, un poco de respeto!
—Ustedes no entienden… Cuando llegamos al minuto cero, al segundo cero, cuando todo está por nacer, todo es posible. Lo imposible puede hacerse realidad, y lo que creemos inamovible, puede dar la vuelta y sorprendernos con sus novedades. Es un regalo del calendario, señor, la única oportunidad, el único agujero visible que el tiempo nos da en esta vida. ¡Y se repite año tras año! De ahí el entusiasmo de los años al nacer y la alegría de su festejo. Pero ustedes como si nada, los más exaltados se emborrachan, la mayoría se quedan en casa mirando cualquier porquería por la tele, y a seguir todos con sus trece. ¡Lamentable!
—Bueno, algo podrían hacer ustedes, digo yo. Siempre consideré que el año nuevo venía con una maleta llena de novedades y con algunas herramientas. 
—Desde luego, ¿pero cree usted que a alguien le importa? El fulgor de los primeros segundos se apaga a los pocos minutos y no queda nada de aquella chispa de vida que les regala el señor Tiempo. 
—Pero a ver, mírelo usted con más distancia y perspectiva, y dígame si esto no es lo normal y lo que sucede años tras año desde que hay vida en este mundo.
—En eso tiene parte de razón. Esos momentos de apertura duran muy poco cuando los años se suceden en épocas de marcos establecidos, que en la historia de ustedes han sido largas, como bien sabemos. Pero es que ahora estamos en una época de cambios, y cuando esto sucede, el agujero se ensancha, y el señor Tiempo no solo permite, sino que espera que las cosas empiecen a discurrir por otros cauces. Pero ni así…
—¿Y no podría ayudar un poco ese amigo suyo, el señor Tiempo, para que las cosas sucedan como debieran?
—Eso es pedir peras al olmo. El tema de los cambios y de la libertad es un asunto de ustedes, el señor Tiempo ya tiene bastante con desplegar lo que los románticos llaman la ‘mecánica celeste’ y los más realistas la ‘secuenciación de los fenómenos’. A él le molesta mucho quedarse en la rutina, porque es lo que hace siempre y le aburre de mala manera. De ahí que deje sus resquicios de libertad, año tras año, aunque ya le advierto yo que no soporta el borreguismo. 
—O sea, ahora estos momentos de apertura son mayores.
—Por supuesto, ya se habrán dado cuenta que el mundo de ustedes está más caduco y agotado que un burro atado en una noria. O espabilan y empiezan a cambiar formas y maneras de vivir y estar, o se irán al garete en un periquete.
—¿Y para eso acude, para amenazarnos con estos malos augurios?
—Allá ustedes con su ignorancia. Yo vengo a morir, muy señor mío, y déjeme en paz. Si tiene quejas, vaya usted a quien me suceda, que no tardará en llegar. 

Me fui con el rabo entre las piernas, tras esta charla tan funesta y agorera.

Fiesta de fin de año en las fuentes de Montjuic. Foto Ayuntamiento de Barcelona

La curiosidad hizo que acudiera la Noche Vieja a las campanadas, cosas que nunca haría por mi mismo, pues no soporto las masas. Miré un poco por todas partes, a ver si descubría por casualidad al viejo autodenominado funcionario del tiempo. Y de pronto, allí estaba, sentado en una de las escaleras que daban a los pabellones de la Feria, ausente al jolgorio de la gente. Sonaron las campanadas, estalló la alegría, y del mismo rincón vi salir a un joven más alegre que nadie. Irradiaba una vitalidad extraordinaria, fabulosa, y comprendí que ante mí tenía al neonato señor 2023. En la mano llevaba una pequeña maleta. Intenté acercarme, pero ya montones de jóvenes de los dos sexos bailaban a su alrededor y se lo llevaban en volandas por entre la muchedumbre. 

Contemplé la escena extasiado y me pregunté qué sería de él, por donde lo llevarían aquellos jóvenes entusiastas, y si aquella alegría tendría un recorrido superior al de una simple juerga de fin de año. Si la edad me hubiera acompañado, estaría ahora con aquel grupo de elegidos saltando alrededor del nuevo año. Pero no era el caso. Entonces vi en un rincón la maletita que se había caído de sus manos, cuando fue alzado por la turba adolescente. Llegué a ella y la rescaté. La abrí en cuanto tuve un minuto de tranquilidad. No contenía nada. Estaba vacía de un modo tal que parecía ufanarse de su vacío. Era algo insultante. ¿Así que tal era el mensaje del señor Tiempo para esa nueva época que por lo visto está por nacer? Nada. Un cero como una casa.

Y entonces lo comprendí. El mensaje estaba ahí. En esta nada deslumbrante de la elegante maletita. Una nada que se deja ver y percibir. Un tiempo vacío visible. Tomé nota y me fui a casa para pensarlo con calma.