(Imagen de ‘El Hombre de la Lluvia’, de Michele Cafaggi. Foto de Iñigo Royo.)

El Titirijai va mostrando sus cartas a medida que pasan los días, con una batería de espectáculos locales e internacionales de peso. Disparos que apuntan en direcciones cruzadas, pues tal es el arte de los títeres, ese género de géneros que es capaz de juntar los extremos más variopintos del teatro. Desde la salva espectacular de pompas de jabón del inclasificable mago de la imagen Michele Cafaggi, el buen hacer actoral de los cuatro intérpretes de la compañía brasileña Teatro por um Triz, hasta el deslumbrante virtuosismo gestual de Zero en Conducta.

Michele Caffaggi, ‘El hombre de la lluvia’.

Michele Caffaggi transformó el escenario del Teatro Leidor en una impresionante caja de sorpresas e ilusiones de la que manó a chorro, durante la hora de duración del espectáculo, poesía y maravillas de pompas de jabón. Fue una verdadera orgía de creatividad visual lo que ofreció el italiano, convertido en una fuente inagotable de imágenes a cuál más seductora e imposible, de una generosidad sin límites.

Foto de Iñigo Royo.

Su material es el jabón, pero sus herramientas de base son el mimo, la magia, el teatro y la composición visual de imágenes que beben de la poesía y de la ciencia del conocimiento. Pues en el escenario, los espectadores asistimos atónitos a un desmesurado despliegue de la imaginación, convertido el actor en mago, poeta y creador, en alguien capaz de tocar todos los registros del arte. Y lo más insólito, desde la modestia y la naturalidad de quién parece estar haciendo lo más fácil que hay en la vida, cuando en realidad estamos frente a una escalada de lo ‘más difícil todavía’.

Foto de Iñigo Royo.

Precioso y de impacto es su arranque con la lluvia, la gabardina y el paraguas, con gags, trucos y golpes de efecto hermosos e hilarantes, que rápidamente se focalizan en una ventana situada en medio del escenario, centro de referencia del espectáculo. El juego con la ventana nos indica algo esencial de la propuesta: señores, dispónganse a salir de los esquemas clásicos de la vida. A partir de ahora, el dentro y el afuera se invierten y se convierten en relativos. Olvídense de la gravedad y de lo que manda la razón: lo pesado se hace grácil, el cuerpo se estira a voluntad, la lluvia se hace interior, y el mundo íntimo se materializa en esferas de la imaginación, de vida efímera pero capaces de llenar el espacio mental del escenario.

Foto de Iñigo Royo.

Es imposible transcribir, y traicionaríamos al arte pretender hacerlo, el derroche de talento y la catarata de imágenes que el demiurgo Caffaggi desplegó en el Leidor. El público, compuesto de dos o tres centenares de escolares, más algunos invitados del Festival, se entregó al ritmo hipnótico y embriagador del espectáculo, atrapados por la ilusión de lo imposible. El elemento líquido se impuso en el escenario. ‘El hombre lluvia’, que también podríamos denominar ‘del paraguas’, se transformó en una especie de Neptuno dios de los mares, capaz de recrear su hábitat en el reino de lo acuoso, como si la humedad fuera la energía oscura de la que nos habla la ciencia, el germen de la metamorfosis y de la creación desde la nada. Se ocupa el espacio entero con esa nada que se hace materia de efímera existencia. Nace y desaparece, pero deja la huella de las imágenes impresas en la imaginación del mundo.

Imposible pedir más en un festival de títeres y de teatro visual.

El Pinocho de Teatro por um Triz.

Tiene un bonito significado el nombre de esta compañía brasileña que presentó en el Teatro del TOPIC su versión de Pinocho, ‘por um triz’: lo que está a punto de acontecer, lo que es y no es , lo que existe en su potencialidad pero que aún no se ha realizado, lo que vive en la imaginación y quiere nacer. ¿Acaso no es ésta la situación de Pinocho, la existencia de un alma en un trozo de madera que la imaginación de un carpintero y, en última instancia, de un escritor, convierte en realidad? Realidad poética, ilusoria pero real, esta potencialidad vital que es la esencia de los títeres, muñecos que son y no son, que están vivos y muertos a la vez.

Foto de Iñigo Royo.

Cuatro actores, Wagner Dutra, Marcia Nunes, Andreza Domínguez y Pericles Raggio, dirigidos por Henrique Sitchin, son los encargados de dar vida a este Pinocho nacido de un encargo telefónico. Aún hay personas en el mundo que piden a un carpintero que les haga un muñeco. Menos mal, un consuelo y una hermosa idea para transmitir a los futuros adultos. Una carpintería moderna, con cuatro trabajadores en nómina, lejos del pobre tugurio donde trabaja Geppetto.

Foto de Iñigo Royo.

Y es gracias a este dinamismo que el espectáculo nos conecta con sus puntos más importantes: la vitalidad de los personajes, la presencia  honesta de los actores, el habla alegre y musical del brasileño, que los intérpretes expresaron maravillosamente bien en español. Gozamos inmensamente de esta musicalidad exótica, un tintineo lingüístico que transformó el castellano en una lengua de resonancias tropicales, como si entre las palabras se mezclaran frutas, colores, mariposas, pájaros cantores y espíritus de la bondad.

Teatro por Um Truz nos sirvió un Pinocho alegre y juguetón, a veces un poco melancólico, como es propio de las almas que hablan la vieja lengua portuguesa, austero en la forma y con el apoyo de las máscaras para recrear a los demás personajes de la obra, mientras la hada, interpretada por una convincente Andreza Domínguez, usó el aplique de una cofia blanca.

Foto de Iñigo Royo.

La obra fluyó y alcanzó de lleno al público escolar del teatro del TOPIC, entregado a la simpática desenvoltura de los actores de Brasil. A la hora de preguntar, apuraron al máximo el tiempo concedido por los maestros. Los aplausos tronaron sinceros.

Zero en conducta: exigencia, arte y madurez.

La joven compañía de Barcelona, formada por la mexicana Julieta Gascón Roque y el valenciano José Antonio Puchades “Putxa”, presentó dos espectáculo: ‘El Último Baile de Brigitte’ y ‘Nymio’. Y si tuviéramos que resumir en tres palabras la sensación que dejó en el Titirijai, diría las siguientes: talento, arte y madurez.

Para hacer compatible juventud y madurez, el talento debe asociarse con la exigencia y el trabajo. Dos cualidades de las que ambos artistas andan sobrados, pues no otro es el secreto de la maestría que mostraron en las dos obras presentadas.

Foto de Iñigo Royo.

‘El Último Baile de Brigitte’, ya reseñado por Titeresante en el día de su estreno en Barcelona (ver aquí), es una obra de baile y marionetas, hecha a medida de los dos intérpretes, obstinados en desarrollar esta difícil combinación que es juntar títeres y danza. Una obra oscura, sobre la muerte de una anciana en silla de ruedas, que Zero en Conducta convierte en vital y luminosa.

Foto de Iñigo Royo.

Desde su estreno en marzo de 2016 hasta ahora, tras el éxito cosechado en sus giras internacionales, el espectáculo ha ganado en ritmo, seguridad y estilo, con una oportuna depuración de los contenidos. La muerte, principal asunto de la obra, se pone el vestido del tiempo, con luces y sonidos de película muda, la memoria de lo vivido, la llave que da cuerda a la cajita de los recuerdos. Un hallazgo el espejo que devuelve a la anciana la imagen de su juventud, y que da paso al deslumbrante solo de Julieta, uno de los momentos álgidos de la obra. Los dos manipuladores son los oficiantes del tiempo, servidores encargados de ejecutar las danzas de la vida y de la muerte. La marioneta de la anciana, desde su silla de ruedas, es la encargada de manejar e insuflar vida a los dos titiriteros-bailarines. Sabe que al final deberá pagar el precio acordado. En efecto, termina el tiempo del espectáculo, los actores se retiran al camerino y se acabó lo que se daba: la marioneta regresa a su condición de partida, polvo que regresa al polvo. Y el público estalla en aplausos: agradece este canto a la vida que siempre se esconde tras la muerte cuando aparece en el escenario.

Foto de Iñigo Royo.

Los dos intérpretes han dado lo mejor de sí mismos, provistos de una presencia que rezuma honestidad y entrega al oficio. ¿Qué más se puede pedir?

Lo que tenían que decir, quedó dicho en la hora de función. Cuando al acabar suben al ambigú del TOPIC para tener un encuentro con algunos espectadores recalcitrantes, comparten con una bebida en la mano modestia y sencillez. En compañía del técnico y ayudante de dirección David Maqueda, el único que desde fuera puede teorizar sobre lo hecho, respondieron amables y solícitos las preguntas de los que buscábamos descubrir los secretos del asunto.

Los artistas en el ambigú del TOPIC con Idoya Otegui. Foto de Iñigo Royo.

Nymio.

Al día siguiente, José Antonio Puchades “Putxa” subió de nuevo al escenario del TOPIC para ofrecer, ante el público escolar, la obra con la que empezó su aventura con los títeres. Bueno, en realidad más que con los títeres, fue con las manos, pues de ellas se sirve para presentar a sus personajes. Un ‘teatro de manos’ que ha derivado hacia un teatro total del cuerpo, al incorporar toda la técnica gestual acumulada con los años.

Foto de Iñigo Royo.

De nuevo hay que hablar aquí de madurez, la conseguida por Putxa en estos sus primeros escarceos teatrales, convertidos ahora en un lenguaje consolidado, en una gramática del gesto del que bebe en sus varios trabajos y con el que es capaz de defenderse sólo ante todo tipo de público.

Foto de Iñigo Royo.

Nymio es una sucesión de sketch hilados por el gesto, la música y las manos, capaz de conducirnos a las profundidades de mundos imaginados y de ensueño, de pesadillas que tienen que ver con el propio cuerpo, con las emociones que se hallan enquistadas en los músculos o en los tendones que enlazan nuestras articulaciones, una geografía urdida en el espacio que rodea la gestualidad, con la ayuda de simples elementos cotidianos: un zapato, una mesa, una cartera, una bola de ping-pong, guantes rotos o recortados… Cualquier objeto sirve para entrar en el tiempo de la rutina cotidiana y descubrir los misterios que se ocultan en él.

Foto de Iñigo Royo.

El mismo tema que en la obra anterior, el tiempo, aparece aquí fragmentado mediante esta gramática del gesto, convertida por Putxa en una particular caja de herramientas a la que recurrir para otras aventuras. Vemos en Nymio el pasado y el futuro del artista. Una potencialidad saciada con muchas hojas aún en blanco por escribir. Tiempo al tiempo…