(Imagen de “Las aventuras de Gasparina”, con traducción simultánea a lenguaje de signos, en Fuenlabrada en 2016)

El que fuera dramaturgo y titiritero de la compañía de Madrid Le Guignol Orthópedique, y colaborador ocasional de Titeresante, acaba de publicar de forma digital tres obras para títeres que hasta hace poco han estado en su repertorio: Monique Fornique, Primera luna llena del niño lobo y Las aventuras de Gasparina, la primera para adultos y las otras dos para público infantil. Las tres han sido acogidas bajo el título Tres farsas para guiñol (ver aquí).

Hemos pensado que valía la pena, desde Titeresante, indagar más sobre la naturaleza de estas obras y el porqué de su actual publicación.

Iñaki Oscoz

Dice Iñaki Oscoz:

—Estas tres farsas para guiñol fueron escritas entre 2009 y 2015 para la compañía Le Guignol Orthopédique, de la que fui cofundador y militante hasta 2017, año en que dejé la compañía. Desde que se decidiera hace un par de años que las obras no iban a ser más representadas, he venido sintiendo que era una pena que los personajes estén aburridos, sin jugar, sin hablar con el público. Hace unos meses supe que era el momento de liberarlos, de que volaran por el cibermundo. Y así lo he hecho, aportando estas tres obras a la dramaturgia titiritesca que, como bien sabemos, siempre anda escasa de material.

—¿Nos podrías hablar más sobre ellas?

Monique Fornique cuenta, con ciertas dosis de humor negro, la historia de amor fallida de una joven pareja, y a la vez el día a día de una desgastada compañía de teatro. Debo decir que fue la obra menos representada, así que el texto no llegó a rodarse y a testarse tanto, como sí ocurrió con las otras. Pero esta obra sirvió de excusa para que yo fundara junto a Andrea Waitzman la citada compañía. En cualquier caso, es un texto al que tengo mucho cariño, porque tiene muchas escenas que funcionan bien, y además no todos los días puede uno ver a guiñoles fornicando.

Estreno de “Monique Fornique” en Madrid, junio de 2010. Foto de @mariasantosphotography

—Mucha verdad hay en lo que dice Iñaki.

—Respecto a Primera luna del niño lobo, al escribirla pensé en hacer algo “de terror” para niños, pero descarté los vampiros por estar ya muy vistos, sobre todo en ficción para adolescentes. Un hombre lobo en pequeño, un niño lobo, en cambio, sonaba bien. A partir de ahí, una tradición familiar que quiere imponerse, un bosque, algunos personajes…, un niño soñador que no quiere ser hombre lobo sino pastelero. La obra funcionó desde el día del estreno y se rodó mucho, por estas tierras y sobre todo por una extensa gira que hicimos por Argentina. Creo que el texto es el más redondo por eso mismo, casi todos los gags y réplicas están avalados por muchas risas infantiles y por muchos kilómetros recorridos.

Cartel original de “Primera luna llena del niño lobo”

—Nada como el rodaje con público para poner a prueba una obra. Y sobre la tercera, ¿cómo la definirías?

—En Las aventuras de Gasparina, el objetivo estaba claro: se buscaba crear un personaje de guiñol, recurrente para varias obras y afincado en Madrid, pero que fuera una niña. Vino primero el nombre de Gasparina y luego su amigo perruno. Recuerdo que al principio iban a ser historias independientes (el “enfrentamiento” con un guardia de tráfico, un perro que se pone a trabajar…) pero fui viendo que era mejor hilarlas y conseguimos, ya comenzados los ensayos, ir trenzando una trama única. Como anécdota, tras una actuación en una biblioteca de un pueblo de Madrid, una señora elevó una queja formal: era inaceptable que en la obra se incitara a los niños a desobedecer a la autoridad. Fue muy absurdo, solo porque Gasparina se burlaba un poco de un guardia muy obtuso… Tal vez tuvo que ver que era la época de los compañeros de Títeres desde Abajo encarcelados. Malos tiempos para la autocrítica, el guiñol, y la cultura en general.

—¿Puedes decirnos cuáles han sido tus fuentes principales de inspiración? (autores, tradiciones…)

—Antes de llegar a los títeres, había escrito sobre todo algunos cuentos y un poco de teatro. Creo que al escribir para la escena, siempre mezclas un poco lo que te interesa de todas las artes, visuales y sonoras. En la primera obra, Monique Fornique, estaba impactado por el teatro de la compañía La Zaranda, por su lenguaje escénico y los textos de Eusebio Calonge. Esto entronca con el teatro guiñolesco que me ha interesado siempre, como el esperpento de Valle-Inclán o la obra de Ghelderode. Además, añadiría en mis gustos al teatro popular, como los sainetes de Arniches o las farsas antiguas. Para las siguientes obras, las infantiles, ya me fui empapando más de textos de maestros como Villafañe o clásicos como Punch & Judy.

Estreno de “Monique Fornique” en Madrid, junio de 2010. Foto de @mariasantosphotography

—Al ser obras inspiradas más o menos en el género tradicional de los títeres, ¿en qué los distinguirías de los modelos clásicos de la cachiporra tradicional?

—Creo que en la mayor presencia de texto. Es evidente que, cuanto más se rueda una obra, más se aligera de texto. Algunas funciones clásicas de cachiporra han llegado a nuestros días incluso sin palabras, y funcionan a la perfección. Pero en la compañía nos acostumbramos a tener ese punto de partida con texto “sobrante”, que considero necesario para ir puliendo y dejando solo lo esencial. Por otra parte, siempre nos interesó mezclar lo antiguo con lo actual. El guiñol de por sí ya es antiquísimo, por eso nos gustaba juntarlo con una guitarra eléctrica o, a nivel texto, escenas urbanas o un títere trabajando en un portátil.

—Cuando dices que has decidido liberar estas tres obras tuyas y dejarlas volar por el espacio cibernético mundial, ¿te refieres a que están libres de derechos? ¿Qué tiene que hacer una compañía o titiritero para representar alguna de ellas?

—Las obras están registradas bajo creative commons, lo que en este caso se resume de forma muy sencilla: puedes comunicarlas y difundirlas de todas las formas que quieras, siempre que señales la autoría y no lo hagas con fines comerciales. A quien quisiera representar alguna de las obras, yo le pediría que contactara conmigo (hay un formulario en la web), no tanto por el formalismo de dar permiso, sino por estar en contacto, comentar, incluso colaborar. El registro en creative commons solo es un “seguro” por si alguien monta una obra en plan profesional y con beneficios. Ahí lo justo sería hacer las cosas bien. Por lo demás, si contacta una compañía aficionada de cualquier parte, tendría permiso automático. Esto no va de dinero. Creo firmemente en la cultura libre y en que, poco a poco, todos tenemos que ir cambiando la mentalidad y utilizar cada vez más internet para lo que fue creada: para compartir.