Pelea de máscaras, los personajes clásicos del teatro de títeres popular en Italia. Decorado de Peppino Sarina (1884-1978), Atelier Peppino Sarino, Tortona. Foto T.R.
Cómo y de qué hablar a los niños del siglo XXI
Llevo muchos años desarrollando un discurso plausible y aceptado por parte de la profesión en favor de los títeres de cachiporra y su pretendido libertinaje, y debo decir que este relato apasionado, las más de las veces, me ocasiona grandes contradicciones intelectuales, sobre todo cuando el tema de la brecha de género no está bien interpretado y peca de un gamberrismo mal medido y no entendido. Y aunque creo que conocer la tradición es fundamental para afrontar el futuro, también sé que ese futuro se tiene que adaptar a las convenciones de una sociedad que avanza y cuida la necesidad de progreso en busca de la igualdad de género, económica y de procedencia.
Esteban Villarrocha con Pelegrín, el héroe polichinesco del Teatro Arbolé. Foto compañía
La sociedad actual entiende que debe haber una mejora en la utilización del lenguaje, es evidente que tenemos que hacerlo más inclusivo, las palabras se convierten muchas veces en mecanismo de opresión sobre todo en lo que se refiere al aumento de la brecha de género y esto lo saben bien las mujeres. Por eso no se puede esconder lo incorrecto porque lo consideramos parte de la tradición. Muchas veces he empleado la idea de los títeres de cachiporra como una tradición irrepetible, cuando en algunos casos, mejor no repetirla. La tradición no puede justificar las barbaries contra las mujeres y justificar la violencia gratuita.
Pero vamos con los títeres de cachiporra, cuando el poeta Federico García Lorca saluda la tradición del títere al final de su Retablillo sitúa al género en algo que supera fronteras nacionales, lo universaliza y se engarza en la extensa historia del teatro popular. Parafraseando al poeta, podríamos decir:
Rod Burnett, maestro del Punch and Judy, en el Festival de Segovia. Foto Titirimundi
llenemos el teatro de espigas frescas, debajo de las cuales vayan palabrotas que luchen en la escena con el tedio y la vulgaridad a que la tenemos condenada, y saludemos hoy a don Cristóbal el andaluz, primo del Bululú gallego y cuñado de la tía Norica, de Cádiz; hermano de Monsieur Guiñol, de París, tío de don Arlequín, de Bérgamo, y padre de Juancito, de Pelegrín, de Chupagrifos, de Gorgorito y de tantos y tantos monigotes como pueblan el universo titiritero, como a uno de los personajes, como decía Federico, donde sigue pura la vieja esencia del teatro.
Estas palabras del poeta acompañan desde entonces a los títeres de cachiporra y a su historia y relevancia, y nos tendrían que hacer reflexionar sobre el género, para que no se convierta en tema tabú hablar sin estridencias de la violencia y la acusada brecha de género de los títeres de cachiporra. Al reflexionar sin acritud y admirando un género tan ácrata como este, quiero puntualizar que, siguiendo con mi admiración por el género de la cachiporra, pretendo con estas especulaciones enfrentarlo, para su mejora y reconocimiento, con otros conflictos más acordes con la sociedad actual. Renovar el género es tarea hoy necesaria inequívocamente para mantenerlo y enriquecerlo. Por eso creo necesario repensar el género. Lo digo desde el afecto y admiración que me merece, porque creo que la tradición no puede justificar todo y menos la violencia gratuita o la desvalorización del papel de los personajes femeninos, siempre desplazados como meros comparsas en estas representaciones de títeres de cachiporra.
Polichinela arreando al policía en Cuentos del mundo de los niños, 1887. Publicado por Adolfo Ayuso en el artículo ¡Gora los Títeres! 7-2-2017 (ver aquí),
Los títeres de cachiporra han formado parte del acervo cultural de muchos lugares del mundo, una tradición siempre acorde con las sociedades que los acogían y los disfrutaban. Ahora bien, si la cultura es lo que trasciende significativamente de una colectividad y genera de alguna manera identidad a ese colectivo humano, los títeres de cachiporra deben de adaptar sus modos y sus formas a la sociedad en la que se inscriben. Y al igual que la sociedad avanza en derechos y libertades, en sus manifestaciones populares, en este caso los títeres de cachiporra, estos deben adaptarse a los tiempos sin perder su forma de expresarse.
Ahora bien, deben ponerse a la altura de la sociedad donde se enmarcan sus representaciones. Hoy, los títeres de cachiporra deben romper las barreras que los condenan al ostracismo de lo casposo, superar el tono de la violencia gratuita en la resolución de conflictos, y superar la barrera de género que ha condenado lo femenino a un segundo plano siempre doliente. Actualmente se aportan argumentos pedagógicos frente al libertinaje popular del género, parece que algunos quieren crear una barrera de perjuicios morales en torno a los títeres de cachiporra y algo de razón tienen estas alertas y creo hay que atenderlas con mesura, pero contemplarlas en una revisión necesaria del género de la cachiporra. Creo que, si queremos mantener el género, deberemos tener en cuenta estas alertas: no podemos envolvernos en la tradición para mantener unas formas que atentan al buen gusto y la igualdad. Y hay que tener en cuenta que el género de la cachiporra se base fundamentalmente en la participación del público, fundamental para el género: es el público quién marca el ritmo.
Cabezas de Títere Catalán, colección Sebastià Vergés. Exposición ‘Magia y Memoria de las Marionetas: Aragón-España’, Zaragoza 2019, comisionada por Adolfo Ayuso. Foto T.R.
Los titiriteros saben que no hay títere de cachiporra sin pelea, que sus claves, sus grandezas, sus vilezas y sus peligros están latentes en sus formas y rutinas. Las malas palabras inundan el universo de los títeres de cachiporra y mientras algunos aluden a su planteamiento ácrata a otros les parecen malsonantes y nada edificantes. En ese vaivén se mueven los títeres de cachiporra: entre lo ejemplar y lo incorrecto.
Lamentablemente, los títeres de cachiporra, las más de las veces, ahondan e insisten para resolver los conflictos en la prevalencia de la fuerza bruta frente a la inteligencia, nada ejemplarizante para un espectador en proceso de formación, me refiero al público infantil fiel a estas representaciones teatrales. Si queremos mantener este género y conseguir el reconocimiento social se precisa otra mirada en cuanto a los temas y para con los personajes femeninos para no perpetuar los estereotipos de sumisión que los títeres de cachiporra confieren a los personajes femeninos, y no es fundamentalismo, es algo en lo que debemos poner toda nuestra atención ya que nuestras creaciones artísticas en el escenario pretenden y tienden a ser ejemplarizantes. La tradición no puede justificar lo que hoy consideramos poco edificante y de mal gusto.
Títeres de Paz Tatay, de la obra ‘Tauromaquia’. Foto T.R.
La sátira y la exageración son elementos constantes en los géneros populares y no podía ser de otra forma en los títeres de cachiporra, al ser algo propio del género. La cachiporra como elemento escénico de catarsis otorga una prevalencia de lo lúdico frente a lo pedagógico, aunque no sea nada edificante, y más en cuestiones de género y de cómo la violencia resuelve conflictos. En ese sentido también el esperpento de Valle Inclán es una sátira exagerada, pero mantiene un elevado nivel de lenguaje literario, las acotaciones de las obras de Valle tienen una enorme carga literaria y poética. Reitero que los títeres de cachiporra requieren otra mirada y, sobre todo, exigen la sutiliza del interprete, el susurro, el ritmo y el tono necesarios para no herir al espectador con estridencias y aspavientos. Reivindicar un género de estas características implica una reflexión sobre los contenidos que expone y desarrolla en el escenario.
Los títeres de cachiporra han sido protagonistas de muchas fiestas populares y han recorrido plazas y lugares de toda España y de muchos lugares de Europa con sus innumerables personajes, los cuales se expresan muchas veces con la lengüeta, esta herramienta típica del género que distorsiona y eleva la intensidad de la voz. Estas técnicas tradicionales que caracterizan la cachiporra están unidas a los títeres de guante tanto en España como en otros países, son herramientas utilizadas por Cristobita en España o Don Roberto en Portugal, Pulcinella en Italia, Punch en Inglaterra, etc. Y a esta tradición se acercó Federico García Lorca o el aragonés Luis Buñuel en el siglo XX, para darle al género la importancia debida y acercarlo a los intelectuales burgueses elevando su aportación al acervo cultural del teatro en España. Un hito fue la conferencia de Luis Buñuel sobre el tema en la Residencia de Estudiantes, sobre los títeres de cachiporra.
Don Cristóbal Polichinela recreado por Elena Millán a partir de la fotografía en la que aparece junto a Federico García Lorca. Exposición ‘Magia y Memoria de las Marionetas: Aragón-España’, Zaragoza 2019, comisionada por Adolfo Ayuso. Foto T.R.
En este intento por llevar el género a la intelectualidad, hay que recordar la famosa representación de los títeres de cachiporra con Lola Membrives en el Teatro Avenida de Buenos Aires en 1933, tan mitificada como recordada, que inauguró una manera nueva de hacer títeres en Argentina. Tampoco debemos olvidarnos de la famosa noche de Reyes en 1923 (ahora se celebra su centenario), cuando Federico, junto a Manuel de Falla al piano, hizo para su sobrina Laura la representación de La niña que riega la albahaca y el príncipe preguntón, cuyo contenido y dulzura se echan de menos en algunas producciones de cachiporra que vemos hoy en día, donde lo histriónico prima en la representación, lo exagerado pierde su teatralidad y se convierte en grito, deja de ser palabra recitada pera convertirse en ruido.
Corren malos tiempos para los títeres de cachiporra prejuzgados por pedagogos y programadores por sus aptitudes violentas y por ser incorrectos políticamente, los títeres de cachiporra necesitan recobrar la sutiliza de la perfección en cuanto a la manipulación de los títeres y reflexionar sobre estas cuestiones que mejoran su contenido siempre desde el esperpento y la exageración pero sin menospreciar el género de los personajes, para así seguir aportando un sentimiento libertino y ácrata al teatro popular y no digo convertirlos en herramienta didáctica, pues nunca perderían su significación.
Pilar Álvarez, maestra titiritera de Viravolta Títeres, con Toribio de Mañón y el cura, en el Festival Titiriberia, Rianxo 2022. Foto T.R.
Lo que digo es volver a ser edificantes y ejemplares sin perder lo ácrata e ingenioso de estos héroes populares de madera y cartón que han estado presentes en la infancia de muchos niños y niñas, fieles seguidores de estos muñecos deslenguadas y ácratas. Corren malos tiempos para los títeres de cachiporra, pero son tiempos necesarios para la reflexión y mejora de un género de teatro popular que pervive desde hace miles de años.
Tengo que reconocer que algunas titiriteras han recuperado el quehacer de la cachiporra y le dan un toque más adecuado con los tiempos, además de dar un tratamiento a los personajes femeninos mucho más empoderados frente a la preminencia del protagonismo masculino deslenguado y violento. Son malos tiempos para los títeres de cachiporra, pero si afrontamos su renovación volverán a ser un género popular y esencial para el mundo del teatro, y recuperarán su reconocimiento social. Reflexión y renovación, que comienza la función.
Tan necesario como siempre es mantener la trasgresión, los golpes accidentales de comedia del arte, la participación del público, depurar la técnica… También es evidente que, en el siglo XXI, resolver el conflicto con dos estacazos y a la basura es de una pobreza dramatúrgica supina (aunque hay quien se lo merece) El títere de estaca moderno necesita crear alternativas y no solo reflejar la realidad. Caer en la trampa de lo pedagógico es sacar al títere del terreno del arte. La tarea no es fácil y las personas que amamos este arte tenemos un reto y un compromiso con el público que no debemos eludir. Así que nos toca afinar las estacas. Saludos (Este es un texto inclusivo, por cierto)
Me alegro mucho de que el texto de Esteban esté produciendo polémica, pues tal era su intención. Y es que ha tocado un tema candente que afecta a muchos titiriteros y también a muchos espectadores. No por nada ha habido debates sobre el asunto, como las jornadas dedicadas a Títeres y Violencia celebradas en Tolosa en el último Titirijai de 2002, que resumí en Titeresante.
Estoy de acuerdo con lo que dice Erduyn Maza de que no es lo mismo cómo los niños encajan la cachiporra de cómo lo encajan los adultos. Y creo que aquí está uno de los quids de la cuestión: los humanos adultos hemos perdido esta espontaneidad carnavalesca de la risa que está en la base del juego cachiporrero, esta ingenuidad inocente que prima la vitalidad y la fuerza emergente de la naturaleza, algo que por fortuna los niños aun conservan. Antes, los mayores podían permitirse gozar de estos destellos de vitalidad inocente y reprimida, no siempre, por supuesto, pero sí en determinados momentos del día o del calendario: los días de fiesta, los de carnaval o cuando se expresaba a través de las manos de los bufones, juglares, cómicos y titiriteros. Estos tenían permiso explícito de hacer y decir lo que se les antojara, especialmente los titiriteros, pues la Iglesia siempre dejó actuar a los títeres en los días en que el teatro no podía hacerse. Creo que el hieratismo y la falta de psicología de títeres y máscaras era un arcaísmo que dispensaba esta permisividad consentida. Y se reconocía su carácter de ‘válvula de escape’ de la represión que la sociedad imponía a los impulsos vitales.
Hoy estas convenciones han desaparecido, y la radicalización ideológica que sufrimos todos, séase del bando que se sea, ha alcanzado estos momentos de relajo, estos oasis de permisividad, que de pronto se han convertido en campos de batalla.
Aunque el texto de Esteban Villarrocha apunta también a otro asunto: la pervivencia de unas inercias machistas y de misoginia en algunas tradiciones ancladas en los estereotipos ochocentistas, cuando las tradiciones europeas de los polichinelas post revolución francesa establecieron sus códigos y rutinas.
Cabe aquí mirar el asunto con distancia, para comprender cómo estas tradiciones fueron la expresión popular del revolucionario individualismo que surgió en el siglo XIX, durante lo que llamamos la Revolución Burguesa e Industrial, que propició el dominio colonial de Europa en prácticamente el mundo entero. Especialmente los personajes del norte europeo, como el Punch, Mester Jakel, Jan Klaassen o el mismo Kasperl, fueron la expresión popular espontánea e inconsciente de esta afirmación sin límites del individualismo europeo, que en la política se tradujo en las afirmaciones nacionalistas del todo vale para imponerse sobre los demás. Estas resonancias subliminales entre lo popular y los poderes expansivos de los nuevos dueños del mundo se traslucen en el Punch inglés. De ahí las simpatías que los poderes británicos, empezando por la monarquía, han sentido por el Punch and Judy. Cuidado, eso no significa que el teatro de Punch and Judy sea reaccionario y debamos verlo como una representación del imperialismo británico, en absoluto. Pues lo anteriormente dicho sobre el carácter vital-carnavalesco de los títeres populares europeos rompe cualquier apropiación ideológica de los mismos, y conecta con las profundas corrientes del teatro popular europeo de origen medieval cuya principal ideología, si es que tenía alguna, era reírse de los poderes, políticos, económicos y eclesiásticos.
Dicho lo cual cabe todavía hacerse una reflexión añadida: la época en la que estamos, ¿acaso no vive una contradicción flagrante y abismal?, entre: un individualismo todavía más subido de tono si lo comparamos con el burgués del siglo XIX (ya las naciones han dejado de ser lo que eran, un freno en cierto modo, y la afirmación de los Yoes se eleva a alturas estratosféricas, vean sino las nuevas élites económicas, de una impudicia descomunal en sus pretensiones), individualismo que se contradice: con esa necesidad imperiosa de regulación de tales disparatados egoísmos, ya sea en la banca, en los poderes empresariales, en los nuevos imperios mundiales, en la industria armamentística o en la tecnología y el control de la IA. Una contradicción que hoy está muy al orden del día, y que es de muy difícil, por no decir, imposible resolución.
Y es aquí donde los títeres, a mi modo de ver, indican si no la solución -sería demasiado pretencioso por parte de los titiriteros-, sí un cierto camino o dirección: la posibilidad de ser dos cosas a la vez. Pues, ¿quién quiere renunciar al individualismo ácrata y liberador por el que tanto ha luchado la humanidad a fin de sacarse las cadenas de la tiranía, de la sumisión y de la imposición colectiva; y quién quiere renunciar a unas regulaciones que son hoy en día tan imperiosas y supernecesarias?
Una contradicción tremenda que debemos asumir si no queremos acabar en el caos o acabar en la tiranía y la esclavitud. ¿Pero es posible vivir en esta contradicción? Los títeres, indirectamente, nos dicen que sí. Nuestras dos manos encarnan los opuestos que se baten a estacazos, personajes que pertenecen a un juego arcaico de opositores arquetípicos primarios. Ambos han surgido de nosotros mismos, son máscaras que se han independizado de nuestras caras y a las que les damos una cabeza y un cuerpo, siendo sus almas nuestras manos. De ahí que este juego de los títeres sea un rito que nos conecta con las prácticas chamánicas de antaño, para convertirse hoy en día en un rito de afirmación liberadora: afirmar nuestras contradicciones tratándolas como lo que son, oscilaciones de nuestras almas conscientes que no aceptan la cirugía separadora de los vendavales ideológicos y sus luchas tribales, oscilaciones que tratamos como un juego del que podemos reírnos, pues finalmente la risa es lo que nos da la distancia libertaria que permite afirmarnos como humanos libres, sin las ridículas peleas de nuestras guerras y disputas sin fin. Una distancia y una risa que los niños captan a la primera, mientras que los adultos, con sus almas separadas por las ideologías, rechazan y se incomodan.
Faena de los titiriteros es enfrentarse a estas contradicciones, no con el lenguaje de las teorías y de las ideas, sino poniéndolas en juego desde la libertad de las dos manos, esos apéndices corporales que piensan, beben y se alimentan de capas vitales y de pensamiento que van más allá de nuestros torpes cuerpos humanos y de nuestros diminutos cerebros de primates que pugnan por dejar de serlo. De ahí surge la risa inteligente del verdadero oficio titiritero, que trasciende el contenido de las palabras y convierte a los títeres en una afirmación vital que se incrusta en un presente sin querer llegar a ninguna parte. Con este ser y no ser de las dos manos, juguetón y carnavalesco, les basta.
Opiniones sin duda arriesgadas que pongo sobre la mesa de este debate que tan generosamente nos ha brindado Esteban Villarrocha. Y pido disculpas por la longitud de este inacabable comentario…
Hola, muchísimas gracias por aportar datos y nuevas perspectivas a este debate tan necesario. Aquí en Galicia tenemos una reinterpretación de Barriga Verde, representante gallego de la tradición, que ha realizado Larraitz Producións Artísticas en colaboración con nuestra asociación (disponible íntegro en Youtube), cambiando el género del personaje.
https://barrigaverde.eu/cms/larraitz-urruzola-muda-as-normas-con-dona-barriga-verde/
https://barrigaverde.eu/cms/dona-barriga-verde-integro-en-youtube/