En todo el mundo cristiano, la Semana Santa es una época de celebraciones importantes, relacionadas como bien se sabe con la muerte de Cristo, y que comienza el Domingo de Ramos y termina el Domingo de Ressurrección, escogido según el calendario lunar: el primer domingo después de la luna llena tras el equinoccio de primavera. Una fiesta, por lo tanto, de profundas raíces paganas, es decir, que se conoce desde mucho antes del Cristianismo. De ahí la intensidad popular de la que goza, que tiene su origen en las culturas agrícolas (el inicio de la época de siembra) y que cabe relacionar con la regeneración cíclica de la vida.
Procesión de Semana Santa en la calle Hospital de Barcelona.
Hoy que vivimos en un mundo cada vez más urbano y menos agrícola, esta fiesta que marca la explosión de la primavera y que tiene que ver con la regeneración vital del calendario, especialmente en el mundo católico, lo hace poniendo un énfasis especial en la muerte . Es decir, invita a vivir la muerte como un paso previo a la resurrección. Eso explica la fuerza que sigue manteniendo, a pesar del descenso de lo religioso, si tenemos en cuenta que aborda uno de los procesos iniciáticos básicos, como es la necesidad de morir para renacer con una nueva carga de vitalidad.
Y para potenciar esta vivencia catártica de muerte y resurrección, la religión católica se ha servido siempre de la imaginería hierática o animada a través de figuras y representaciones que escenifican el dramatismo emocional de estos procesos. Son prácticamente infinitas las formas que adquieren estas celebraciones en todo el mundo católico, presente en los cinco continentes. La riqueza icónica y antropológica de esta festividad es extraordinaria y ha merecido infinidad de estudios y acercamientos bien conocidos por todos.
Imagen de la Semana Santa en Frigiliana (Málaga).
Quizás sea la Península Ibérica uno de los lugares más privilegiados para ver el inmenso abanico de posibilidades icónicas, coreográficas y logísticas de estas fiestas. En este sentido, la Península constituye sin duda una especie de ‘reserva natural’ de las excentricidades humanas en cuanto a las formas de celebrar los ritos de la muerte penitenciaria previa a la resurrección. En cierto modo, la Península Ibérica es la matriz de la que ha salido la mayoría de las demás modalidades conocidas de la Semana Santa, aunque en ciertos países -pensemos en México o en Filipinas, por poner dos ejemplos conocidos- han evolucionado hacia una potente y a veces delirante exacerbación de estas formas.
Son estos unos días especialmente indicados para salir a la calle y dejarse impresionar por el dramatismo con el que el imaginario colectivo ha tratado estos temas. En toda la Península, bandas musicales, cofradías de penitentes, pasos escultóricos y otras formas de escenificación más teatrales (máscaras, danzas de la muerte, representaciones de la Pasión o desfiles temáticas con escenas del Calvario) se preparan para salir a la calle, congregando a miles de personas que tienen estas fechas como unos momentos muy especiales del calendario, con celebraciones que a pesar de tener el mismo fondo común, cada una de ellas se viste como una exaltación de la particularidad local de cada lugar. Es decir, como una forma de afirmar la identidad y la diferencia en relación a los otros. Es así como la Religión Católica consiguió unificar territorios bajo su cetro: todos unidos en sus profundas diferencias culturales, icónicas, musicales y coreográficas.
Unas celebraciones que lejos de desinflarse con la bajada del fervor religioso, se acentúan año tras año, como si la gente, carente de los referentes tradicionales, necesitara mantener las exterioridades litúrgicas de estos referentes. Una subida que tiene que ver también con esta necesidad de realzar las particularidades locales, a modo de defensa afirmativa frente a la globalización por un lado, pero también como una manera de potenciar el atractivo propio como destino turístico.
La Danza de la Muerte en Verges, en el Ampurdán (Cataluña).
La Muerte, esta figura tan querida por los titiriteros, recibe una atención importante estos días. Es curioso que en Cataluña las viejas danzas de la muerte de origen medieval vuelvan a proliferar. Además de la conocida y ya clásica Danza de la Muerte de Verges (ver aquí), una tradición que se ha mantenido milagrosamente viva en este pueblo del Empordà, se hacen otras nuevas en Manresa (provincia de Barcelona) y desde hace poco también en la Selva del Camp (Tarragona).
Una curiosidad icónica de particular relieve es la Semana Santa en Puente Genil, en la provincia de Córdoba, por la presencia en su procesión de las figuras bíblicas representadas por figurantes que llevan máscara, además de muchos objetos simbólicos que hacen referencia a los personajes. Interesante ver este reportaje hecho por RTVE en 1968 donde se pueden apreciar con detalle las máscaras y otros detalles de su procesión.
Ni que hablar de las múltiples procesiones de Semana Santa que se hacen por toda la Península, siempre con profusión de pasos de una riqueza icónica extraordinaria, las cuales constituyen una ocasión única para sentir el sonido estimulante de las bandas musicales que se prodigan por doquier con toda su exultante generosidad.
En Girona, por ejemplo, pero también en muchos otros lugares de Cataluña y del país entero, los armados o soldados romanos salen a pasear sus uniformes majestuosos y llenos de brillo. Vale la pena leer cómo se configura su formación, para entender la vistosidad y la importancia que se da a estos desfiles. Dice la Wikipedia:
“La formación es como sigue. Abre la marcha la primera sección de equites (romanos a caballo). A continuación los potentior, con un decurión el frente, siguen la banda. Detrás suyo, el centurión aparece acompañado del signo de mando y del botzinari que da las órdenes. Sigue la primera optiada comandada por un optio. La bandera está formada por el optio abanderado y cuatro signos (las cuatro puertas romanas de Girona). Detrás desfila la segunda y tercera optiada, y cerrando el desfile la segunda sección de equites “.
Vean la vistosidad de esta exhibición de manaies subiendo y bajando por la escalera de la catedral de Girona:
Una particularidad en auge que atrae a miles de visitantes es la Semana Santa de Calanda, famosa por sus tambores, generadores de una catarsis rítmica de alto voltaje.
Aquí pueden ver un ejemplo de virtuosismo del tambor, de muchas horas de práctica y de una espectacularidad asegurada, que los de Calanda dominan a la perfección, lo que explica el atractivo de esta singularidad aragonesa de Teruel.
Igualmente espectacular es el cambio de guardia que efectúa la Legión Española, encargada históricamente a guardar el Cristo de la iglesia de Santo Domingo de Guzmán de Málaga, más conocido como el Cristo de Mena (aunque consiste en una reproducción de la figura original del gran escultor Pedro de Mena, perdida durante la guerra). Impresiona la compleja coreografía del cambio de guardia, en una exaltación marcial de la muerte y de la devoción crística. Un cuerpo, el de los Legionarios, que además de tener que servir en las misiones militares de intermediación y de paz de la ONU en todo el mundo, debe cumplir con estas obligaciones protocolarias de la Semana Santa.
Un ejemplo de moderación mediterránea y de música bien tocada por las bandas lo encontraremos siempre en Valencia, una región que no desaprovecha esta magnífica ocasión que es la Semana Santa para disfrazarse y salir a la calle, moderando los ritmos que se ajustan a la temática del calendario, pero manifestando su amor para la exaltación de la vitalidad.
Son tantas las singularidades, con frecuencia llenas de excentricidad, de lo que podemos llamar el Mosaico Ibérico, que nunca cabrían ni en un libro ni por supuesto en un artículo. Pero hemos considerado que valía la pena hacer una cata, aunque sea para sumarnos desde Titeresante a estas magníficas celebraciones religiosas de todo el mundo, tan llenas de un incontestable paganismo.