La historia del teatro de títeres en Cuba es muy joven y porta en su esencia un regusto amargo. A diferencia de otros países con fuertes tradiciones, en el nuestro el arte de las figuras animadas comenzó como práctica artística profesional a partir de la segunda mitad del siglo XX. Antes, los títeres eran en Cuba un simple divertimento relacionado con el medio escolar, las ferias y fiestas populares, algo rústico e improvisado. Hubo sin embargo un importante hecho, la visita de la compañía italiana Teatro dei Piccolli —regentada por Vittorio Podrecca— en la década de 1930, que causó fuertes impresiones entre artistas y gente de teatro.

A partir de la década del 40, algunas agrupaciones teatrales comenzaron a actuar con títeres. En aquella época Cuba era una encrucijada activa en el centro del continente americano, un punto de paso y de encuentro para muchas personalidades de aquel tiempo, un país abierto a la modernidad.

Carucha.

Carucha y Pelusín.

En 1949 nació el teatro de títeres de la isla, comprendido como una actividad artística profesional. Este nacimiento se produjo alrededor de los hermanos Caridad y José Camejo -conocidos como Carucha y Pepe respectivamente-, dos jóvenes que comenzaron de manera intuitiva y seria a jugar con marionetas, girando por escuelas de La Habana con sus pequeños retablos, a la vez que estudiaban en el Conservatorio de Arte Dramático. Los Camejo representan la fundación del teatro de títeres en Cuba, y al mismo tiempo su cima y lado más oscuro. Su trabajo comenzó a desarrollarse en los años 50 y se solidificó con el triunfo de la revolución liderada por Fidel Castro en 1959.

En 1963, y con un tercer pilar en el equipo, el titiritero José (Pepe) Carril, constituyeron el Teatro Nacional de Guiñol (TNG), una sala moderna en el corazón de La Habana. Para esta “arrancada”, titiriteros del Teatro Central de Moscú viajaron a la isla para entrenar a los cubanos en la técnica de varillas y dirigir un espectáculo de “apertura”, Las cebollas mágicas.

La trinidad Camejo-Carril no tardó en liderar un equipo numeroso de actores y colaboradores, y produjeron prolíficamente espectáculos para niños y para adultos. Con un ritmo promedio de tres estrenos anuales vertebraron un repertorio variado y rico. Llevaron a la escena textos de autores hispanohablantes —Lorca, Valle-Inclán, Zorrilla, De Rojas, Villafañe—, y también escrituras provenientes de otras culturas y lenguas —Jarry, Giradoux, Hellé-Debussy, Tagore, Yeats, Maiacovski—. Además pusieron en valor a diferentes autores cubanos —Brene, Estorino, Alonso—, y ellos mismos, Camejo-Carril, escribieron versiones para títeres de clásicos como Andersen o Perrault, o leyendas del folclor afrocubano. Hay que señalar que los hermanos Camejo y Pepe Carril fueron de los primeros artistas en Cuba a reivindicar la riqueza del patrimonio afrocubano, hecho importante por sus indudables valores culturales, pero también ideológicos.(1)

Camejo-Carril supieron rodearse de colaboradores —músicos, escritores, plásticos, coreógrafos, actores— que como ellos eran jóvenes que debutaban en la vida artística en los años 60; y hoy resultan ser nombres incontorneables de la cultura cubana: Dora Alonso, Leo Brouwer, Abelardo Estorino, Ramiro Guerra, Raúl Martínez, Rogelio Martínez Furé, Iván Tenorio, entre otros… El núcleo del TNG asumió también la redacción de una revista dedicada al arte y teoría de los títeres, Titeretada, primera de su género en Cuba, en 1956. Fueron además los pioneros en llevar las marionetas al medio televisivo, con programas regulares desde la década del 50. El hoy reconocido como títere nacional, Pelusín del Monte, ese travieso niño campesino pariente de Polichinela y Cristobica, surgió en 1956 de la mano de Dora Alonso (en lo literario) y Pepe Camejo (en lo plástico), y fue gracias al alcance de la televisión que gozó de una enorme popularidad en todo el país.

En 1969 la compañía giró por Budapest y Praga. El teatro de figuras europeo, en plena metamorfosis, recibió muy bien el trabajo de los cubanos. Margareta Niculescu recuerda así el encuentro: “Para mí fue muy importante descubrir en 1969 el concepto de ese teatro que se alejaba de la ilustración. Pienso que ellos estuvieron entre los primeros investigadores que indagaron en una vía metafórica para el títere, con un tratamiento visual muy interesante…”(2)

Shango de Ima.

Shango de Ima.

Este profundo trabajo de fundación tuvo su cima con la transmisión de su saber hacer, la enseñanza del arte del títere en todas las provincias del país. En los años 60, con la efervescencia de un nuevo modelo social, político y económico, las artes cubanas conocieron un impulso inusitado. Solamente a partir de 1959, con la eliminación del analfabetismo en Cuba, el apoyo del gobierno socialista a los creadores —a los que reconoció sus estatus de artistas e intelectuales—, y la constitución del Consejo Nacional de Cultura, hubo un verdadero movimiento nacional profesional para las artes escénicas. Gracias a este impulso, los hermanos Camejo y Pepe Carril enseñaron en todo el país, y a su paso crearon nuevos equipos de titiriteros, muchos de los cuales siguen hoy en activo en ciudades como Camagüey o Villa Clara.

La década de 1960 fueron los años del gran despegue para el títere en Cuba pero al final de esa década comenzó el ocaso. El títere, el teatro, así como todas las actividades artísticas e intelectuales sufrieron una atroz censura, consecuencia de la ignorancia e ineptitud de ciertos funcionarios del Consejo Nacional de Cultura. Para la nueva sociedad que se estaba construyendo hacía falta un “hombre nuevo”, lo que quería decir un hombre políticamente correcto, con un discurso plegado al del gobierno —pero sin la opción de ser crítico—, un hombre ateo, heterosexual, todo esto resumido en la palabra “revolucionario”. Muchos artistas e intelectuales, a falta de alguna de estas cualidades, fueron fuertemente reprimidos en aquel período llamado “quinquenio gris” (1971-1976).

Pepe Camejo y otros titiriteros del TNG en plena madurez artística, sufrieron esa represión. Pepe estuvo en prisión durante un año pero el mayor daño fue la prohibición de hacer su trabajo, el alejamiento involuntario de su obra, la pérdida de sus títeres, el cierre del teatro, la desintegración de un ejemplar equipo creativo… Nunca más los hermanos Carucha y Pepe Camejo y Pepe Carril regresaron al teatro, al menos no con el protagonismo y fuerza con que lo hicieron al frente del TNG. Años después se fueron, poco a poco, hacia los Estados Unidos, donde los azares de la inmigración les condujeron hacia otros derroteros profesionales. Con ellos el títere cubano perdió a sus fundadores, los creadores de vanguardia que supieron reinventar una tradición en medio del Caribe subtropical, afirmar una imagen nacional, un sueño auténticamente cubano y universal, de primera división internacional. El nivel y calidad conseguidos por Camejo-Carril en los años 60, son todavía hoy nuestra referencia titiritera más remarcable.

Esta es sin duda una historia indignante, y por ello hay que contarla, para no olvidarla y sobre todo para no repetirla. Durante muchos años este fue un “tema tabú”, y los estudios sobre la historia del títere ocultaban la evidencia. En la actualidad, afortunadamente, se afronta de manera abierta este período, se reconocen los errores y existe una colectiva voluntad de defensa contra esta tipo de ataques a la libertad.(3)

(segunda parte del artículo)

Notas:

(1) Cuba era en un país donde el peso de la colonización española gravitaba aún en el seno de la sociedad que, aunque mestiza, había sido educada (en su globalidad) bajo una visión eurocentrista y judeocristiana.

(2) Entrevista de Yanisbel V. Mtnez. a Margareta Niculescu, Charleville-Mézières, septiembre 2006.

(3) Prueba de ello fue el ciclo de conferencias “La política cultural del período revolucionario: Memoria y reflexión”, organizado por el Centro Teórico-Cultural Criterios, dirigido por Desiderio Navarro, en enero de 2007. En esta página web se reproducen las conferencias que allí se expusieron.