(Imagen de Pasos Largos, de Maru Fernández, Cia. Coriolis)
Tercera crónica del FIMO, en Ovar, en la que hablaremos de algunas de las compañías vistas, en concreto de: Vida, de Javier Aranda; The Swinging Marionettes, de Paverl Vangeli; Pasos Largos, de Coriolis; Sofía, de Francisco Obregón; Circo, de Marionetas da Feira; y el Lambe-Lambe de José Quevedo y Lilian Maa’ Dhoor, con Edmundo y El cazador cazado.
Vida, de Javier Aranda.
Quizás sea Vida, esta feliz creación de Javier Aranda, el espectáculo del que más hemos hablado desde Titeresante (ver aquí), no porque tengamos algún interés crematístico sobre el mismo, sino porque desde su estreno ha sido una de las obras que todos los festivales y teatros se disputan, motivo por el que nos lo hemos encontrado en múltiples ocasiones. Pero, aunque lo hayas visto dos, tres o cuatro veces, lo bueno del asunto es que la obra no deja de maravillarte y de emocionarte como en el primer día.
Debo confesar que en esta ocasión me resistí a verla, para no incomodar al mismo actor y para darme un respiro ante la tamaña profusión de espectáculos en cartel que había en Ovar. Sí me llegaron los comentarios de los afortunados que la gozaron por vez primera, entusiastas todos.
Sin duda nos hallamos ante una de estas obras que salen del tintero del artista muy de vez en cuando, tocado éste por las manos de Talía y de Melpómene al unísono, aunque la primera obra creada en solitario por Aranda, Parias, no le va a la zaga a Vida, para algunos aún mejor que ésta (ver aquí).
Podríamos decir que Aranda ha conseguido crear un lenguaje propio, idóneo para expresar lo que está en su interior, pero que para salir necesita del tirabuzón de los títeres. Para ello, usa un estilo que combina el hablar directo del aragonés que gusta ir al grano (aunque su hablar escénico sea de pocas o ninguna palabra) con la reserva del desconfiado profundo, que antes de soltar verdad alguna, se lo piensa mil veces. Una combinación que abre la caja secreta de las emociones verdaderas, y que desarman el raciocinio para dejar libre salida a las profundidades del alma, sean oscuras o luminosas.
En Ovar, cosechó un éxito clamoroso.
The Swinging Marionettes, de Paverl Vangeli.
Fue un gran placer asistir a una representación de este reconocido marionetista checo que saca a relucir preciosas marionetas que parecen salidas de un museo, para hacerlas cantar y actuar a ritmos de Jazz, Blues y Swing. Son números clásicos muy bien ejecutados que tienen el sabor de los antiguos titiriteros de hilo de Chequia, una de las regiones europeas más ricas en tradiciones marionetistas.
Vangeli consigue llenar de vida a los personajes, gracias a su acusado sentido del humor, a su porte fresco e irónico, y a una manipulación perfecta para este tipo de muñecos de madera, de medidas grandes y pesadas. Importante decir que el titiritero canta en directo los distintos temas del programa, con voz segura, agradable y potente, lo que explica también el nombre de la compañía.
Frente a un decorado que nos indica que estamos en las calles de la vieja Praga, Vangeli va sacando a sus distintos personajes, tradicionales todos, y que parecen encontrarse en la calle para actuar y mostrar sus destrezas y así ganarse unas perras. El Ángel que parece salido de algún retablo navideño del Barroco de Praga, una maravilla de figura que hace gala de habilidades circenses de malabarismo.
Y tras la figura del Bien, la del Mal representado por un no menos maravilloso diablo, típico de la escuela checa, que nos interpreta su tema acompañado de un acordeón kilométrico.
Vendrán luego los payasos con un imponente violinista, uno de sus marionetas más celebradas, a la que Vangeli parece sacarle los sonidos que salen de los altavoces.
No tiene desperdicio el negro contrabajista, capaz de volar alrededor del instrumento. En un decorado de mar, presenciamos un naufragio y de él proceden los dos Náufragos, otros personajes sacados de la tradición, de cuerpos agusanados que se estiran y se contraen, y que parecen salidos de una comedia inglesa de principios del siglo XX. Y llega la traca final con el número del esqueleto pianista, con su familia de pequeños esqueletos haciendo de coro.
Paverl Vangeli nos trajo el sabor de los antiguos marionetistas de calle y de cabaret, con piezas de gran hermosura y con una manipulación fresca, provista de una gran comicidad.
El público gozó con ganas del espectáculo en la Fonte dos Combatentes, que dio intimidad y un buen escenario natural a las marionetas.
Pasos Largos, de Coriolis.
He aquí una de las sorpresas y quizás la gran revelación del Festival, la compañía de Uruguay Coriolis que impresionó al público con el trabajo de la actriz Maru Fernández con la obra de su autoría Pasos Largos, con dirección de Gerardo Martínez, quien se encargó también de la técnica durante la representación.
Con música original de Leandro Sabino, Maru Fernández atrapó al público desde el primer minuto, cuando, metida en un vestido hueco, dejó salir del mismo sus pies. Una irrupción que estableció ya desde el primer momento la temática a la vez que nos indicaba que todo lo que allí ocurriera no tenía que ver con una persona en concreto sino con la especie humana en general. Los pies unen a todos los humanos, pues por muy diferentes que sean, no nos distinguimos a través de ellos. Y cuando es un pie el que habla, lo hace un denominador común del conjunto.
Un inicio importante en una obra que nos habla de la intimidad de una mujer, o quizás de tres mujeres escalonadas en el tiempo. Pero además de la calidad del texto, impactó en Ovar la interpretación de Maru Fernández, provista de una presencia poderosa e inquietante, con un sabio estilo de emociones contenidas y dotada de un registro de voces espectacular.
No quiero decir más cosas sobre este montaje, que podrá verse en Barcelona esta misma semana, del 13 al 16 de junio en la Sala Fènix, y del que hablaremos a posteriori desde Titeresante. Sólo indicar que si tienen ocasión de verlo en su gira por España, no se lo pierdan.
Aires nuevos y fecundos que nos llegan del otro lado del Atlántico.
Sofía, de Francisco Obregón.
Un espectáculo, el de Obregón, que ya vimos y comentamos en nuestra crónica sobre el Festival de Oeiras (ver aquí) y del que queremos volver a glosar sus virtudes, condensadas en la potente personalidad de su único intérprete, Francisco Obregón, que sabe sin embargo cuando tiene que replegarse en aras del segundo personaje de su espectáculo, la cantante Sofía, un muñeco de ‘boca y varilla’ (según la terminología titiritera argentina) de gran impacto, con el que su conductor debe bregar.
Espectáculo en el que la participación del público es esencial. Su objetivo es que un único muñeco que canta canciones románticas se convierta en el espejo donde cada espectador se sienta reflejado. Pues es a través de este espejo por donde sale y entra el titiritero y el público, como hace Alicia en el cuento de Lewis Carroll, para salir de lo cotidiano y entrar ‘al otro lado’.
Un trabajo difícil que requiere personalidad, donaire y elegancia. De todo ello tiene Obregón, con lo que se asegura que el show logre ensanchar los límites del decoro hasta donde le da la gana. Tal es el milagro de este tipo de espejos, cuando quien lo maneja conoce estas artes que también son las del toreo: Parar, Templar y Mandar.
Circo, de Marionetas da Feira.
He aquí una compañía histórica de Portugal, comandada por el veterano Rui Sousa, maestro también en el Dom Roberto, con la particularidad de tener al único torero negro de la historia de Portugal en su elenco de títeres: al llamado Chibanga. Presentó en Ovar su faceta de titiritero del hilo, con un bonito circo en el que están representados no pocos de los números clásicos del género.
La señorita funambulista, el faquir que se traga la espada, el levanta pesos de muchos kilos, el perro saltarín, el monociclista y equilibrista, el mono payaso, el malabarista de las bolas, y otros muchos números circenses que requieren un buen dominio y una gran experiencia en la manipulación de marionetas.
Mostró Rui Soasa una enorme soltura en el manejo del hilo, en un estilo realmente de Feria, fiel al nombre de la compañía, empático y popular. Las marionetas, coloridas y llenas de vida, ofrecieron al público los clásicos trucos con mucho oficio y buena voz. Actuó junto a la hermosas Iglesia de Santo Antonio, capilla construida en 1693, con una fachada azulejada como es propio en la región.
El público, participativo y muy satisfecho con la hora de diversión y de buen espectáculo ofrecido por Marionetas da Feira, aplaudió feliz y agradecido al maestro titiritero.
Lambe-Lambe de José Quevedo y Lilian Maa’ Dhoor, con Edmundo y El cazador cazado.
En el cuidado y recogido jardín del Pao de Ló & Flor de Liz, un exquisito establecimiento donde hacen el mejor Pao de Ló de Ovar, este bizcocho húmedo y algo esponjoso típico de la zona, actuaron dos cajas de Lambe-Lambe a cargo de dos titiriteros llegados de Venezuela: la veterana Lilian Maa’ Dhoor y el joven aunque ya experimentado José Quevedo, de la compañía Telba Carantoña.
Conocí a Quevedo en Cuba en 2012, cuando acudí para participar en el Taller Internacional de Matanzas (ver aquí). Lo vi actuar junto a Emmanuel Gunezler con dos obritas de Javier Villafañe y Roberto Espina muy logradas, cuando aún no había entrado en contacto con el Lambe-Lambe. Ha sido en estos últimos años cuando quedó fascinado por las posibilidades miniaturistas de lo que se ha dado en llamar Lambe-Lambe, denominación que proviene de las viejas cajas utilizadas por los fotógrafos callejeros en Brasil. En noviembre de 2016, organizó en Caracas el Primer Festival de Teatro en Miniatura Lambe-Lambe (ver aquí) y desde entonces no ha cesado de moverse por América con Edmundo, el personaje que da nombre a la obrita de unos tres minutos de duración que presenta con su caja.
Se dice rápido, pero esos escasos minutos pueden dar mucho de sí cuando se ‘miran’ y se ‘escuchan’ desde la inmediatez y la intimidad de un simple agujero donde poner el ojo y unos cascos en los oídos que te aíslan del exterior y te hacen entrar en el ambiente sonoro de la obra. Ejercicio de voyeurista, lo que se percibe a través de un único ojo puede llegar a impactar más de lo que hacen horas de espectáculo. No contaré el detalle, pues sería como desvelar un secreto, pero sí decir que la experiencia me emocionó. No tanto como a la señora que fue después de mí, que salió del episodio llorando. Fue conmovedor ver cómo se emocionaba aquella espectadora. ¿Quizás por el grado de intimidad logrado? Importante creo que en la visión se mezclaran los dedos del manipulador junto al personaje que se movía a cinco o diez centímetros. Por lo visto, según me contó José, es frecuente que las personas se conmuevan.
Durante el rato que estuve en el jardín Flor de Lis se creó un ambiente especial, de un silencio y de un respeto insólitos, como si lo que ocurriera dentro y alrededor de aquellas cajas fuera algo mágico o sagrado.
Junto a Quevedo, instaló también su caja Lilian Maa’ Dhoor, que presentó su obrita El cazador cazado. Y la misma atmósfera de intimidad y de sacra expectación se repitió a su alrededor. Una obrita de ‘teatro dentro del teatro’, en el que la mirada chocaba en el espejo de la visión. Una pirueta de rebote o de caja de muñecas rusa.
El tono de humildad y de preciosismo miniaturista de ambos artistas maravilló a los que se dejaron atrapar por el reclamo poético de los dos visores teatrales.
Allí nadie aplaudía. El espectador se retiraba asombrado, como si hubieran tomado un mejunje que reunía ironía, turbación y una paradoja: la distancia que da la cercanía. Cuando lo lejano entra en el ojo, y la observación alejada se empaña de intimidad.
Religiosamente, cada espectador pagó, al terminar, el euro que reclamaba el sombrero. Un obligado pago ritual que nada tenía que ver con la economía.