(Maru Fernández en plena actuación)

De jueves a domingo, es decir, del 13 al 16 de junio, puede verse en la Sala Fènix de Barcelona esta obra de Maru Fernández con dirección de Gerardo Martínez y música de Leandro Sabina, que nos llega de Uruguay, y de la que ya anunciamos su hermosura en la última crónica publicada sobre el Festival de Ovar, en Portugal, donde estuvo programada (ver aquí). Una obra que dada su maestría y su densidad poética, bien vale la pena ser vista al menos dos veces.

Impacta de la obra de Coriolis su sencillez, basada en el trabajo de una única actriz, la misma Maru Fernández, que se sitúa como núcleo temático: una mujer, tres momentos, tres mujeres, y el tiempo como el camino transversal de los pasos que cruzan las tres vidas, que también es una sola.

Tiempo que empuja y que provoca las metamorfosis, como cuando la niñez es representada por un vestido que se cierra a modo de crisálida, en la que aún no hay rostro pero si pies y manos, indispensables para avanzar, para dar los pasos del tiempo. Y de la niñez se pasa a la abuela, como si estas dos edades fueran realmente las que importan, o las que tienen más peso y significación, tal vez porque en ellas el paso del tiempo se hace más real y físico, y por ello, más revelador.

Preciosas las escenas de crisálida, en las que brota la energía del caminar en los pies que se reconocen como lo primordial. Y magnífica la transformación de la mujer en la abuela anciana, con la huella del tiempo en su estructura ósea. Las escenas de la abuela son sin duda uno de los momentos álgidos de la obra, un homenaje que la autora hace a la sabiduría tosca, rotunda y libre de los años, una modestia de partida de quien se interroga sobre los secretos del tiempo y de la vida yendo a los extremos, y dejando para lo último este lugar en el que se está, la media edad desde la que una se mira y se plantea dar un sentido a lo que nos rodea y debemos transformar.

El juego de las transformaciones es una constante en la obra, y donde la inventiva titiritera más brilla: la muerte de la abuela sirve para representar, con los restos y el modelo de su columna, a los viejos que asisten al velorio, personajes magníficos con los que la actriz despliega todas sus facultades interpretativas. Luego está la escena misteriosa, sin palabras, cuando la mujer se viste de su propia edad, con un vestido compuesto de capas de tiras de papel de diferentes colores, que ella va desgarrando como si quisiera arrancarse unas pieles viejas y vestir otras nuevas, alegres, con las ganas de vivir la exuberancia y los placeres mundanos, y de cuyos fulgores acaba distanciándose transformando el deseo en un ramo de flores, en un simple perfume. Quizás para preparar el siguiente capítulo de la vida…

…cuando la mujer llega a la edad adulta y a su lado surge la inevitable pareja, con las inevitables tensiones, con los galanteos y los juegos del amor y del desamor, del sí y del no, del te quiero y no te quiero. Una escena brillante, cómica y trágica, titiritera al cien por cien a través de una modalidad de manipulación que sirve a la actriz para combinar la voz con el gesto y con una coreografía de pasos y de un baile sin baile, que nos lleva al corazón de su sensibilidad de mujer, expresado de un modo distante y profundo, pero con sello propio.

Y por si quedaran dudas, termina la obra con la firma de la autora, que nos indica el marco de referencias de lo que se ha contado, el contexto a cuyo alrededor se han dado los pasos largos de tres vidas vistas desde la distancia del presente.

Maru Fernández se ganó el corazón de los espectadores con este ejercicio de introspección poética que, desde la distancia titiritera de los vestidos, las figuras y las metamorfosis, nos abre espacio y nos da un lenguaje adecuado para hablar de lo que es imposible hablar. Y abrir nuevos espacios de introspección y de comprensión sobre el Tiempo, los Pasos y el empuje de la vida, ¿no es acaso una de las funciones principales del quehacer poético de los títeres, cuando se practica esta arte desde una perspectiva de creación y de buceo hacia lo desconocido?

Una labor que Coriolis, de Uruguay, ofrece al público que lo quiera ver. En la Sala Fènix (ver aquí) hasta el domingo 16 de junio de 2019. ¡No se lo pierdan!