(Gigantes y cabezudos en las Fiestas del Pilar, año 1802)

El Festival Iberoamericano que organiza Arbolé en Zaragoza llegó este domingo 4 de noviembre de 2018 a su final, con la presentación en el mismo Teatro Arbolé de la compañía Teatro Tres Tigres, de la ciudad de Córdoba, Argentina, con el espectáculo ‘La Caperucita’.

Terminó así esa magnífica oportunidad de ver lo que se cocina en estos momentos en el teatro de títeres para niños especialmente en Argentina, pero también en Ecuador y por supuesto en España. Una cata que no busca exhaustividad sino simplemente ofrecer al público algunos buenos espectáculos, en esta ocasión con un énfasis especial a las Mujeres Titiriteras, tema en el que se centró el Festival.

En el mismo ámbito de actividades relacionadas con el tema de Mujeres Titiriteras, fue un verdadero éxito el curso realizado por Rebecca Simpson con el título de El buen uso del cuerpo, de la respiración y de la voz, de tres horas de duración, que dejó un muy buen sabor de boca y las ganas de los participantes de seguir profundizando en las materias tratadas.

En este artículo vamos a mencionar también la interesante exposición sobre Las Fiestas del Pilar que se exhibe estos días en el Centro de Historias de Zaragoza, concretamente en el antiguo convento-cuartel de San Agustín, donde tuvieron lugar algunas de las representaciones del Festival (ver aquí).

‘La Caperucita’, de Tres Tigres Teatro, Argentina

Fue un placer asistir a la representación que ofreció la titiritera María Nella Ferrez, actriz de la versátil compañía Tres Tigres Teatro que trabaja en Córdoba en distintos tipos de espectáculo. Un cuento clásico, seguramente uno de los más conocidos del repertorio internacional, que atrae mucho al público familiar e infantil, y que suele excitar a quiénes lo tratan de buscarle tres pies al gato, es decir, a darle alguna vuelta de tuerca para conseguir una versión distinta a la habitual.

El Lobito de Tres Tigres Teatro.

María Nella Ferrez optó por una versión creada por el actor Ernesto Suárez la cual, como indica el mismo programa de la obra, ‘intenta desterrar viejos mitos y alejar los temores mediante el juego y el humor’. Es decir, arrebatar al cuento clásico su carga cruel de apetitos desenfrenados y de muerte. Para ello, la propuesta desdobla al personaje del Lobo Feroz en un lobo padre y un lobo hijo, un lobito que junto a la Caperucita, se convierte en el otro gran protagonista de la obra. Una buena idea, pues la dulcificación del cuento se logra sin borrar al verdadero eje dramático de la historia, que no es otro que el Lobo feroz ejerciendo sus labores de lobo.

De alguna manera, la propuesta busca situarse en los ojos del espectador niño, representando el Lobito la proyección de lo que le gustaría ver al espectador infantil desde la perspectiva inocente de quien en la vida sólo quiere jugar y tratar con iguales en bondad y empatía. Si con el Lobo adulto parece imposible tratar de tú a tú, vamos a ver qué pasa con un Lobito joven. En este sentido, la obra podría interpretarse, desde una perspectiva sociológica, como un deseo de quitar protagonismo a los Lobos adultos y depredadores, tan abundantes en nuestras sociedades, para apostar por las más jóvenes generaciones, deseosas de entenderse en un trato de igualdad.

María Nella Ferrez en el retablo.

La misma relación que mantiene Caperucita con su madre, entre las que parece haber un abismo de intereses y de realidades, hace pensar que la brecha generacional y la esperanza de que la juventud  cree nuevas realidades es una de las temáticas principales de la versión de Tres Tigres Teatro.

El desenlace pone una nota de realismo a la propuesta: el Lobito aprende a aullar, es decir, se acerca a la demanda instintiva del padre y se enorgullece de ello. Cabe preguntarse si una vez crecido en años, mantendrá el Lobito la amistad con Caperucita o, por el contrario, se la querrá comer.  ¿Hará el lobo de lobo o se convertirá en un perro amigo de los humanos? Igualmente podríamos preguntarnos: cuando crezca Caperucita, ¿querrá seguir jugando o verá la necesidad de limpiar el patio y obligará a hacerlo a su propia hija?

Preguntas que por fortuna el espectador infantil no se plantea, y probablemente tampoco el adulto. Y es que el objetivo del espectáculo no radica en despertar lecturas quisquillosas y malpensadas, sino en invitar al público a vivir unos momentos de humor fresco e inteligente, con un lenguaje muy bien trabado de los títeres gracias al don de la palabra y al dominio de las voces de la que hace gala María Nella Ferrez.

María Nella Ferrez con dos de sus títeres.

Una vez más constatamos este buen uso de la palabra en los titiriteros hispanoamericanos, poseedores de una tradición poética en los títeres todavía viva. Igualmente Nella Ferrez muestra un buen dominio de la gestualidad, básico para dar vida a los distintos personajes. Un retablo sencillo y funcional, muy en la línea de los títeres de palabra de la tradición argentina, enmarca el juego escénico.

Los niños, felices y contentos, acudieron a fotografiarse con los protagonistas, aunque algunos pocos, cautos y recelosos, no se acercaron a más de un palmo de los lobos, por muy civilizado que fuera uno de ellos. Por lo visto, no se fiaban de la supuesta bondad del lobito joven. ¿Quizás futuros lobos a los que no les gusta para nada la opción de perder sus apetitos inconfesables, que ya sienten en sus horas de sueño infantil?…

Los papis y mamis, sin saber nada de todo este asunto, más confiados que los hijos, sacaron fotos y gozaron de lo lindo viendo gozar a sus cachorros.

‘Las Fiestas del Pilar’, en el Centro de Historias de Zaragoza

Resulta siempre excitante ver cómo las ciudades se observan a sí mismas a través de sus efemérides más populares, como es el caso de Las Fiestas del Pilar en la ciudad de Zaragoza, famosas no sólo en Aragón sino en toda España e Hispanoamérica, al haber encarnado uno de los símbolos más asumidos de la Hispanidad. Un importante ejercicio de auto-observación indispensable para hacer inventario de las Fiestas y saber lo que han sido y lo que son.

Cabalgata del Pilar en el año 1873.

De entrada, lo que más sorprende a los no zaragozanos es el grado de popularidad local que tienen las Fiestas del Pilar, desde fuera vistas como un evento oficial al que recurren las autoridades para entronizar sus Mayúsculas, muy manipuladas en su día por el Franquismo, que convirtió la Fiesta del Pilar en la Fiesta de la Raza, y que vistas desde dentro no son más que las fiestas del pueblo, de Zaragoza y de todo Aragón, una especie de gran Fiesta Mayor ciudadana en la que se busca lo que todas las fiestas buscan: diversión, recobrar nuevas energías para reiniciar un año más, y verse reflejados gratamente en la comunidad, en aquellos actos, personajes y maravillas que año tras año se repiten o se innovan, pues el espejo es de los que miran al pasado pero también al futuro.

Cabalgata del año 1860.

La exposición ha sido comisionada por quién mejor lo podía hacer: César Falo, responsable de Festejos en el Ayuntamiento desde los inicios de la Democracia en los 70 hasta ahora, en que ha pasado el relevo a una nueva generación para continuar su legado. Ojalá todos los responsables públicos de todas las ciudades hicieran lo que ha hecho Falo con las Fiestas: echar una mirada atrás y ver la evolución de las mismas, desde una visión que no quiere juzgar ni criticar sino simplemente dar fe objetiva de lo fueron, de lo que han sido y de lo que son.

Cabezudos en los años 60.

Maravilla que una de las constantes que han cruzado los siglos con simples alteraciones figurativas, hayan sido los cabezudos, unos de los más antiguos del país, así como los gigantes, presentes todos ellos en las calles reinara quien reinara, siglo tras siglo.

Gigantes y cabezudos en 1802.

Curioso eso de verse doblemente reflejados, en las figuras nobles y mayestáticas de los gigantes, y caricaturizados como grotescos seres bajitos de cabeza gorda en los cabezudos. Un gusto por los extremos que muestra la profundidad de este espíritu tan español de saberse dobles: prestos para elevarse a las alturas de la nobleza y la exaltación de los ideales, pero realistas en saber que seguimos tan aferrados a la tierra como cualquiera de los animalitos con los que compartimos Reino.


Quizás eso explique que personajes históricos tan enardecedores de los extremos contrastados, como lo fueron Quevedo, Goya o Buñuel, hayan nacido en estos lares. Por cierto, interesante exposición la que se puede ver estos días en el Museo de Goya sobre la relación entre el gran pintor y Buñuel. Aunque lo más interesante sea el último piso del Museo, donde se pueden ver las colecciones enteras de los grabados de Goya: los Caprichos, los Desastres de la Guerra, la Tauromaquia, los Disparates y los Toros de Burdeos, una verdadera maravilla que el genio de Goya nos dejó también a modo de ejercicio de auto-observación, la de una época fundamental de cambios que los grabados expresan con clínica objetividad -quizás de una actualidad mayor de lo que sospechamos.

Cartel de 1971.

Volviendo a las Fiestas del Pilar, sorprende saber que la Ofrenda Floral, uno de los actuales momentos cumbres de la Fiesta, es algo relativamente joven: se inició en 1958, primer año en que se ofrecieron flores a la Virgen del Pilar. Por lo visto la idea nació de un colectivo de señoras que quiso emular la ofrenda que se hacía y se sigue haciendo a la Virgen de los Desamparados durante las Fallas de Valencia, en la que se da cuerpo al manto de la Virgen con flores que se van poniendo en una estructura vacía de madera.

Una de las primeras ofrendas florales.

Hoy la Ofrenda en Zaragoza ha alcanzado unas dimensiones colosales, con centenares de miles de personas desfilando todo el día, y millones de flores componiendo el gigantesco manto que se instala en la Plaza del Pilar. Una exaltación que curiosamente cogió fuerza y altura durante la administración socialista en la ciudad. ¿Quizás debemos hablar de una ‘paganización’ inconsciente de la Fiesta, buscando unos complementos naturales que sigan dando relieve al componente religioso de la misma? La Iglesia, que no es nada tonta, busca también adaptarse al futuro-presente.

Imagen de Gargantúa o Tragachicos, años 60.

Son muy ilustrativas las imágenes de la Exposición en las que podemos ver la evolución de las Fiestas, con otra presencia constante que tanto gusta a los titiriteros y que se complementa con las paradas de Gigantes y Cabezudos: la gigantesca figura del Gargantúa o Tragachicos o Tragaldabas, también llamado Tío Zambombo, distintos nombres con los que se le conoce popularmente, provista de una enorme boca por la que entran los niños para bajar por un pequeño tobogán y salir por su agujero trasero.

Actual Tragachicos.

Ser comido y ser excretado por Gargantúa constituye sin duda un ejercicio de pequeña iniciación al mundo de los mayores para los niños de Zaragoza y de la región, y que se vive en un santiamén. Nos dice que el mundo tarde o temprano nos traga y nos excreta, por lo tanto, ¡niño!, goza en el ínterin de la vida de crío, cuando las tragaderas del Tío Zambombo de verdad, ese que se traga a los que entran en los engranajes de la vida social adulta, todavía no te han comido. Una experiencia que por lo visto es común en muchos otros lugares del país (ver aquí sobre la expansión del Traga Chicos).

Tragachicos de los años 80.

La exposición también nos muestra a dos personajes que hasta los años ochenta fueron una presencia constante en la Plaza de los Sitios: me refiero a Gorgorito y a la Bruja Ciríaca, los títeres principales de Maese Villarejo, el titiritero que durante los largos años de la postguerra española hasta bien entrada la Democracia, recorrió tantos lugares del país.

Gorgorito y la Bruja Ciríaca, de Maese Villarejo.

En Zaragoza se instalaba cada año por el Pilar en la misma plaza, y todo el mundo decía: ‘¡vamos a los gorgoritos!’. Tras la muerte del maestro Villarejo, otro héroe ha substituido a Gorgorito: Pelegrín, el personaje del Teatro Arbolé, igualmente instalado año tras año en la Plaza de los Sitios. Y los niños dicen hoy: ‘¡Vamos al Pelegrín!’ (ver aquí).

Pelegrín, del Teatro Arbolé, en la exposición sobre Las Fiestas del Pilar.

Y es que la cachiporra constituye sin duda otro ejercicio popular de iniciación para los más pequeños, complementario al Tragachicos, indicándonos que en esta vida la lucha por la supervivencia es algo que tiene que ver, de un modo u otro, con los palos, sean reales, metafísicos o metafóricos. O dicho de otro modo, en nuestro mundo no todos hacen lo que quieren, y mientras unos reciben, otros dan.

Cabezudo con cartel de toros.

Los toros es el otro gran componente tradicional de las fiestas, hoy cada día más disimulado e ignorado por las nuevas clases medias, que gustan de imaginar mundos nuevos sin sangre ni aspavientos catárticos sobre la vida y la muerte. Sin embargo, la realidad es dura y no parece que el mundo esté yendo hacia posiciones benevolentes, con el actual programa en marcha de guerras y conflictos sanguinarios. Quizás aún estamos lejos de estas imágenes soñadas, y todo hace pensar que lidiar con la muerte seguirá siendo una constante para largo tiempo. Por suerte para unos (y por desgracia para otros), todavía quedan en nuestro país estos oasis de arcaísmo antropológico que son los toros, reductos que sobreviven fuera de las andanadas de los tiempos tecnológicos para glosar ritos ancestrales sobre la vida y la muerte.

De escándalo parecerían hoy los Festivales Taurinos para Niños que se celebraban hasta no hace mucho en Las Fiestas del Pilar y en todas las ciudades del país, donde actuaban cuadrillas de enanos para deleite del respetable. Reproducimos aquí un cartel de estas fiestas del año 1972 como curiosidad.


Para entender estas realidades, es imprescindible ver la preciosa película muda de Pablo Berger con música de Alfonso Vilallonga de 2012, donde la protagonista se convierte en mujer torera tras ser recogida por el grupo Los Enanitos Toreros, expresión de una época no tan lejana (ver aquí).

Hoy en día, las Fiestas del Pilar, como ocurre en todas las fiestas populares en el mundo, se han expandido a la calle, a los parques y a otros lugares públicos, adaptadas a nuestra sociedad de masas, que curiosamente gusta verse reflejada y metida en la masa. Lo bueno y la evolución natural deseable sería la atomización de estas masas, sin menosprecio de los grandes eventos en los que los particulares gustan identificarse con la colectividad que los refleja y absorbe. Es decir, defender la multiplicación de pequeñas atracciones, eventos, espectáculos y otras ocurrencias que permiten, aún dentro de la inevitable masa, vivir experiencias particulares y distintas.

Mojiganga, año 1765.

Tal parece ser la dirección de las actuales Fiestas, como el mismo Parque de las Marionetas tan bien ejemplifica, al ofrecer un repertorio de propuestas relacionadas con el mundo de las ferias y de los antiguos barracones donde se ofrecían espectáculos y atracciones singulares. Combinar e inscribir lo singular en la masa parece ser el sano deseo de los actuales responsables de las Fiestas.

Cartel de una barraca de cine.

Pero para llegar a ello, el aprendizaje ha sido largo y laborioso. Esta generosa exposición, a modo de espejo para la colectividad, lo explica y lo ilustra. Vale la pena visitarla.