Creo que los titiriteros no somos conscientes de la responsabilidad que nos ha caído encima. Una responsabilidad que no procede de ningún deber o encargo que nos viene de fuera, sino de la propia naturaleza de nuestro oficio, considerado por otra parte como uno de los más viejos del mundo: tratar los temas de la dualidad, de la proyección y del desdoblamiento. Viejos temas, en efecto, que la actualidad carga de sentido y los convierte en urgente imperativo: practicar la dualidad y ejercitar el desdoblamiento ya no es un capricho ni una redundancia de lo trillado, sino una necesidad urgente de nuestra época.

Doble Cara
Doble cara africana. Museu da Marioneta de Lisboa.

La única manera de romper con el actual monoteísmo del Dinero, que también lo es de lo Abstracto y de lo Muerto, es dividirnos en dos para aprender a proyectarnos sobre nosotros mismos y volver a enriquecer la civilización humana con lo que siempre ha sido el ejercicio de la consciencia: verse y conocerse a sí mismo como punto de partida para desde ahí abrir el mundo de la consciencia y de la cultura. Poner un espejo en nuestro interior para vernos reflejados y no echar a correr asustados por la imagen que se nos aparece.

Volver a ser humanos: estar abiertos al otro mediante las sagradas leyes de la Hospitalidad; ver en el semejante a alguien realmente semejante, es decir, igual a nosotros, tan soberano de sí mismo como podemos serlo nosotros. La cultura que se nos pretende imponer y que parece ganar terreno cada día, es una cultura del miedo y del recelo, que nos aísla en individualidades impermeables e insensibles a los demás seres que nos rodean, sean de nuestra o de otra especie. Esta insensibilidad está basada en un reduccionismo que nos convierte en seres de una sola dimensión, unilaterales y uniformes: somos un número para las estadísticas, un nombre bien localizado por las administraciones, somos un sujeto dotado de una única función: vivir y consumir lo que nos es dado, y a la vez somos un objeto de uso para las corporaciones y para los que quieran y puedan usar de nosotros.

Cuatro caras en una
Cabeza de Cuatro caras de una marioneta china. Taller Museo de Pola de Siero, de Joaquín Hernández

La única manera de salir de este reduccionismo es desdoblarnos y atrevernos a ser múltiples. Es decir, hay que aprender a ser titiritero. El Teatro de Objetos va por este camino: sacar a los objetos del reduccionismo de un único sentido y uso. Pero cuando damos vida a un objeto y lo convertimos en personaje o en otra cosa ajeno a su propia inercia, en realidad nos estamos proyectando en él, nos desdoblamos y añadimos una forma nueva a la que ya teníamos. Ejercitamos el desdoblamiento, primer paso para abrirse al mundo. [i]

En realidad, toda la Historia del Arte es la historia de este desdoblamiento, intrínseco a la naturaleza humana. Representábamos a los dioses a los que rendíamos culto con imágenes del mundo que nos rodeaba: animales, rocas, montañas, truenos y seres humanos. El Cristianismo puso la figura humana en el centro, en paralelo a la filosofía griega, que la estableció como modelo y punto de partida en la medición del mundo. Así nació la ciencia y el arte figurativo.

Hoy parece que lo abstracto, elevado por el pensamiento científico y matemático a cumbres altísimas, quiere también gobernar el proceder íntimo de los humanos. Como si un monoteísmo de lo Abstracto, al modo de los fundamentalismos islámicos, iconoclastas y luteranos que impedían la recreación figurativa de lo divino, quisiera imponerse aniquilando la capacidad desdoblatoria de los humanos –y con ella, la capacidad interseccionista de comunicación entre individuos soberanos. Un mundo de personas sometidas o directamente un mundo de esclavos en el que cada uno sólo debe y puede proyectarse en lo que le viene dado, una abstracción que llega muerta (si entendemos como vivo lo que nace libremente de uno mismo) y por ello incapaz de establecer ninguna relación de abertura creativa. Lógicamente, este Abstracto toma la forma arquetípica del Dinero y del Interés, los únicos mecanismos con los que se rige hoy una buena mayoría de los humanos.

En este contexto, la responsabilidad de los titiriteros es doble: salirse de las abstracciones preconcebidas y practicar entonces la libertad del desdoblamiento. Pues del mismo modo que hay muchos artistas que producen arte muerto, también los titiriteros debemos procurar no desdoblarnos en caricaturas cadavéricas con la única función de propagar vaciedades.

Pero aún así, el oficio del titiritero lleva implícito la función desdoblatoria y proyectiva, una pedagogía que por mucho que se la quiera domesticar, siempre acaba sacando sus tiros por la culata. De ahí el interés actual de esta arte que lo sitúa en el centro del pensamiento contemporáneo ansioso de libertad. Una responsabilidad que, como decíamos al principio, nos pilla por sorpresa y desarmados. Invitamos desde esta tribuna y ofrecemos amablemente las páginas de esta revista a cuántos quieran y sepan aportar nuevas ideas y herramientas sobre estas cuestiones tan importantes y no siempre fáciles de discernir.


[i] Sobre el Teatro de Objetos, ver los artículos de Mauricio Kartun y Shaday Larios publicados en Titeresante, en los que se dan valiosas pistas sobre la cuestión de dar vida y transformar a los objetos en algo distinto a lo que son.