¡Feliz Año Nuevo! Este es nuestro deseo siempre que cambiamos de año, y lo decimos con alegría y exaltación, convencidos de que realmente empezamos algo nuevo. Ya sabemos que eso no es verdad, pero ¿acaso importa aquí la verdad? No me lo parece. La gracia de estas fechas es constatar nuestra capacidad de borrar lo pasado para celebrar lo futuro. A eso se le llama pasar página y renovar fuerzas.

Ojalá tuviéramos más ritos a mano para conseguir eso, que el pasado se quede allí donde debe estar, en la parte de atrás, y el futuro lo podamos desplegar con las ilusiones necesarias. Es decir, con el optimismo que las razones siempre ponen en cuestión. Pues todo el mundo sabe que el pensamiento bien pensado conduce al pesimismo. Hoy no hay razones para ser optimistas. Y, sin embargo, debemos serlo para seguir viviendo. Cualquier proyecto de vida o de negocios requiere un grado de optimismo para realizarse. Cuanto más haya, mejores resultados.

Larraitz Urruzola, flanqueada por Dona Barriga Verde y el Diabo, tras una función en el Festival Titiriberia. Foto T.R.

¿Titiritero al cien por cien? Nos referimos a esta capacidad que tienen los títeres de versar sobre lo radicalmente ‘otro’, el objeto, lo inanimado que sin embargo puede tener vida. Nos proyectamos en este objeto y le damos una parte de nuestra identidad, lo incorporamos como algo nuestro.

El problema con la ‘otredad’, esa palabra tan fea que expresa la idea de alteridad, es considerado por muchos como el meollo de las crisis actuales. Aceptar la diferencia cuesta lo suyo. Ya podemos ir predicando estos ideales de abertura y aceptación del vecino, al final siempre caemos en lo mismo, denostando al que piensa y actúa de diferente manera. Aquí se requiere algún tipo de mutación social que, como todas las mutaciones, llegará por asfixia de lo viejo, de lo que debe morir. Quizás estas crisis descomunales son los preámbulos de mutaciones que están por llegar. Aunque también podríamos mutar en diablos o en perros rabiosos y obsesivos cargados de odio, en muchos lugares parece que ya está ocurriendo.

Luís Zornoza Boy en su retablo de Punchinelis, Parque de las Marionetas de Zaragoza. Foto T.R.

Los titiriteros estamos acostumbrados a tratar con perros, diablos, dragones, la misma Muerte, verdugos, y todo tipo de malhechores y gentes desordenadas. De hecho, son muchas veces los protagonistas más esperados, los que ponen la sal al espectáculo. Lo aceptamos como expresiones normales de nuestra mano izquierda, mientras la derecha empuña la cachiporra para mantener los equilibrios. Son las dos caras del titiritero, de la vida, de la gente. Son muchas las caras que existen, pero por tener solo dos manos, lo reducimos a A y B, a Blanco y Negro. Eso nos permite jugar con estas oposiciones, caricaturizarlas y hacerlas más relativas: al fin y al cabo, son las expresiones normales de nuestras dos caras. También los periódicos y los moralistas reducen los comportamientos a Buenos y Malos. Las guerras son los ritos de sangre que lo ponen en práctica.

Pupis preparados para entrar en combate. Museo Internazionale delle Marionette Antonio Pasqualino, Palermo. Foto T.R.

Por eso son importantes los títeres: permiten realizar estos ritos sin sangre, desde la distancia del humor, la risa y la observación. Sería bueno invitar a los contendientes de las guerras a dirimir sus diferencias en un retablo de títeres, actuando solos, cada uno con los títeres de ambos bandos. Sería un buen sistema para empezar posibles ‘negociaciones de paz’. El lugar también importa: poner distancia a los hechos. Por ejemplo, firmar los tratados en países lejanos y elevados. Bolivia podría ser la solución.

Cabezas de pupi después de la Batalla. Museo Internazionale delle Marionette Antonio Pasqualino, Palermo. Foto T.R.

Son metodologías titiriteras, por eso es deseable anhelar un año 2024 optimista y ‘titiritero al cien por cien’. Al menos, así lo pensamos desde una revista que consideramos tan Titeresante.