(Ritsuko Ishida y Haruhiko Li con la marioneta del Kurama Ningyô. Foto T.R.)
El Titirijai 2025, que organiza como cada año el TOPIC de Tolosa, sigue su ruta prevista de espectáculos y presentaciones. Y entre las novedades de este año, a destacar que en esta semana se ha revelado el nombre de la próxima directora del TOPIC: Ainara Martín.
Nacida en Lasarte, Ainara Martín tiene ya una larga experiencia en gestión cultural, con un buen conocimiento de las realidades teatrales del país. Desde Titeresante queremos desearle mucha suerte, guardando las esencias de un centro como el TOPIC que, en sus últimos años, bajo la dirección antes de Idoya Otegui, y últimamente de Estitxu Zaldua y Juanjo Herrero, supo proyectarse hacia el futuro, abriendo puertas a las nuevas dramaturgias de este lenguaje de lenguajes que es hoy el teatro de títeres. Algo que la excelente programación de este año, hecha por sus dos últimos directores, refrenda con claridad.
Ainara Martín, que ha acudido estos días al Titirijai a pesar de ser tan reciente su nominación, mostró sus muchas ganas de sumergirse lo antes posible en la realidad del TOPIC, hablando con los titiriteros presentes y especialmente con los invitados internacionales, esas ventanas abiertas al mundo con sus respectivos festivales y coproducciones.
En esta crónica vamos a hablar del espectáculo de la joven aunque ya veterana cía. vasca Anita Maravillas, con su Pinto, Pinto en el Teatro Leidor; de la impresionante demostración que hizo Ritsuko Ishida, del Teatro Puk de Tokio en el vestíbulo del TOPIC, de esta modalidad del tradicional Bunraku llamada Kuruma Ningyo; y del espectáculo Nil, de la cía. granadina Minus Mal, en el teatro del TOPIC.
Pinto, Pinto, de Anita Maravillas
Tuvimos la suerte los espectadores del presente Titirijai de poder asistir a una representación de un clásico de la compañía Anita Maravillas, el primer montaje de los realizados por la compañía tras su traslado de Cataluña a Euskadi, hacia el año 2014. Una obra que demostró, casi como un declaración de principios, la enorme versatilidad de esas dos grandes actrices marionetistas, Miren Larrea y Valentina Raposo, decididas a lanzarse muy en serio en las artes de Talía, saliendo al escenario con un desparpajo y una presencia impactantes, fruto de una larga experiencia en hacer un teatro que podríamos llamar ‘de manos desatadas’, es decir, impregnadas de un aliento tan libertario como inteligente, capaz de adaptarse a las circunstancias sin traicionar los principios básicos del oficio.

Foto Ura Iturralde
Y eso es lo que pudimos ver en el Teatro Leidor de Tolosa, con unos 500 niños llenándolo hasta la bandera, atrapados por esa osada desenvoltura que caracteriza a Anita Maravillas. En esta ocasión, no intervino Valentina Raposo, por lo visto inmersa en la construcción de nuevas marionetas para el próximo espectáculo; ocupó su lugar la joven titiritera Maren Basterretxea, una extraordinaria actriz que no le iba a la zaga a Valentina, y que mostró esta característica de las buenas servidoras de Dionisos, el dios del teatro que enardecía a las ménades: una alegre y desatada energía escénica que sin embargo cuenta con un exquisito freno de contención sin ahogo alguno, una ménade que se sabe actriz y se debe al público y al espectáculo.
En cuanto a Miren Larrea, demostró una vez más su enorme capacidad de hacer lo que le da la gana en el escenario sin nunca desentonar, siempre combinando gracia y desparpajo, disciplina y locura, autoridad y desenfreno.

Foto Ura Iturralde
Con estos bagajes se entiende que una obra como Pinto Pinto, basada en una canción y en la figura de un perro alegre, travieso y sentimental, fluya como agua fresca en manos de las dos actrices. Pues así es cómo lo recibimos los espectadores: un flujo de energías teatrales corriendo por el escenario entre ropas colgadas, máquinas de lavar, ventanas iluminadas y utensilios varios de los que se usan en las lavanderías. Dos personajes actuando en un registro indirecto de clown, sin palabra alguna, salvo el perrito Pinto Pinto, que habla como una cotorra su jerigonza perruna hecha de simpáticos aullidos, y no pocos ladridos.

Foto Ura Iturralde
Los niños, que sabían muy bien quién era el perro, demostraron que conocían la canción de cabo a rabo, pues así la cantaron al final de la sesión, creando el gran momento de la obra, cuando la cultura popular, el teatro y el mejor amigo de los humanos confluyeron en armónica comunión, despertando el entusiasmo del público, plenamente identificado con las dos actrices juguetonas y un perrito tan indómito como adorable llamado Pinto Pinto.
Demostración de Kuruma Ningyô de Ritsuko Ishigo
La tarde del miércoles 26 de noviembre fue la dedicada a los dos representantes del Puk Theatre de Tokio, Haruhiko Li y Ritsuko Ishida, que vinieron a Tolosa para presentar una de las tradiciones más curiosas y más o menos reciente de Japón, el Kuruma Ningyô: inventada a principios del siglo XX para simplificar la manipulación de las marionetas Bunraku con un único titiritero sentado en una caja-taburete con ruedas. Kuruma significa ruedas y ningyô títere.
En Japón, la danza Sanbasô, inspirada en el trabajo de los campesinos, suele abrir un espectáculo. Expresa el deseo de vivir en paz y felicidad. La danza Sanbasô con Kuruma-ningyô es originaria de la ciudad de Hachiôji, en la zona de Tokio.

Ritsuko Ishida y Haruhiko Li con la marioneta del Kurama Ningyô. Foto T.R.
Ejecutó Ritsuko Ishida como única intérprete la famosa danza Sanbasô realizada por un único personaje. Se le considera una especie de dios de los escenarios, encargado de realizar un prólogo o bendición introductoria de una obra clásica, ya sea em el Teatro Noh, en el Kabuki o en el Bunraku.
Fue una maravilla encontrarnos de pronto frente a una ceremonia de abertura de la sesión teatral de la noche, un ritual sagrado pero a la vez cotidiano del Japón, un tipo de representación que tanto nos sorprende a los públicos occidentales, acostumbrados a meter todo lo que huele a sagrado en iglesias y templos.

Foto T.R.
Lo hizo Ritsuko Ishida con una exquisita y distanciada seriedad, la propia del teatro de marionetas Bunraku, siguiendo una música grabada que sonaba como un eco salido de la nada de algún Teatro Noh intemporal, pero muy concreto en su sonoridad: tamboril, flauta de las utilizadas en el Noh y en los inicios del Bunraku, y las intervenciones vocales a modo de gritos o gemidos guturales tan propias del teatro tradicional japonés.
Finalmente, la marioneta Sanbasô cogió del suelo un instrumento de cascabeles, el llamado kagura suzu en japonés, utilizado por los chamanes y sacerdotes en sus prácticas para dirigirse a los dioses, o para llamar o alejar a los espíritus.

Foto Ura Iturralde
Momentos mágicos y solemnes que Ritsuko Ishida creó con su marioneta y que nos envolvió a todos como si realmente entendiéramos lo que estaba ocurriendo, atrapados por los signos mistéricos de la danza Sanbasô.
Los espectadores, conmovidos y exultantes, se acercaron al mistérico personaje tan bien servido por la titiritera del Puk Theatre, que se dejó fotografiar junto a quienes querían inmortalizarse con su imagen.
Nil, de Minus Mal
Tras la introducción de Sanbasô, los asistentes al Titirijai entramos en la sala del TOPIC para ver Nil, de la cía. granadina Minus Mal. Y ya de entrada nos encontramos con un escenario que en si mismo parecía un laberinto de pequeños artefactos, algunas marionetas colgadas, en una penumbra misteriosa.
Y comprendimos poco a poco que, tal como se nos advertía en el programa de mano, nos íbamos a enfrentar a un acertijo. El mismo al que se enfrenta el único personaje de la obra, y que nos reta indirectamente a entender qué es exactamente lo que busca o lo que le inquieta o lo que simplemente lo mueve y justifica sus actos.

Foto Ura Iturralde
También se nos hace evidente que, de algún modo y sin ser algo explícito, Nil no deja de ser un alter ego o desdoblamiento escénico del titiritero Raimon Ruíz, el único ser viviente en el escenario, encargado de mover todo lo movible y manejable.
El programa habla de puzle además de acertijo, pero los puzles tienen una final feliz, es decir, se completa lo que se buscaba, dándonos una configuración exacta. Hay un cierre de las opciones posibles. El acertijo, parecido al enigma, tiene un significado más amplio e indeterminado: aunque acertemos, siempre existe la posibilidad de que su solución sea otra, y el enigma se mantiene.

Foto Ura Iturralde
Otra pista del acertijo es la palabra del personaje Nil, tan asociado a la Nada del latín Nihil. Y creo que por aquí es por donde hay que seguir el verdadero hilo de esta obra abierta a múltiples significaciones y por ello mismo tan atractiva. Pues no cabe duda de que su punto de partida y de llegada es siempre Nil, es decir, el vacío o la nada.
¿Acaso debemos recurrir a la física cuántica para entender aún mejor lo que se nos ofrece? (Raimon Ruíz es licenciado en física, detalle que justifica la pregunta).
Pero vayamos al grano y que no se nos despiste el lector: estamos frente a un espectáculo de títeres de hilo, con una única marioneta-personaje que sin embargo se nos aparece en disposiciones diferentes, según nos movemos por el espacio escénico. Todos son iguales y todos son diferentes. Y para que exista uno, deben estar apagados los demás. Los seguimos viendo, pero sin luz, sin el soplo de vida que le da el titiritero. Cada uno -cada Nil- busca algo, girando alrededor de una misteriosa caja en el centro llena de agujeritos. ¿Está vacía o está llena? ¿Qué contiene? Hasta que no se abra, nada se sabrá. Y nadie lo sabe. Como ocurre en lo del ‘gato de Schrödinger’, ¿está o no está? ¿Hay alguien ahí o la caja está vacía?
Nos permitimos soplar al lector y decirle que la caja finalmente se abre, pero la cosa no termina aquí. En el fondo, nada ha cambiado, pues la base de todo sigue siendo Nil, es decir, la Nada. El ciclo se repite, la caja vuelve a cerrarse y el mismo juego puede empezar de nuevo, aunque el titiritero da por acabado el espectáculo.

Foto T.R.
Visto desde esta perspectiva, el escenario se nos presenta como un campo con diferentes puntos que cobran vida cuando se iluminan, con una copia de Nil en cada uno de ellos, menos la caja que esconde el misterio de lo que encierra.
Es como si el demiurgo titiritero, aceptando que la Nada es el campo en el que se mueve, hubiera creado este despliegue de puntos posibles de vida, habitado cada uno por su alter ego Nil que solo cobra vida cuando se la insufla el autor. Una compañía mistérica sostenida por la complejidad del oficio de los títeres de hilo, cuya vida proviene de energías verticales, las de la gravedad, a diferencia de los títeres de guante o de las personas andantes, dominados por la horizontalidad de seguir una dirección, un destino, un objetivo, un final. Dos maneras distintas de vivir el Tiempo.
De ahí que cada secuencia de cada Nil marioneta de hilo se sustente en un Tiempo que no avanza, parado por la fuerza de la gravedad: solo puede avanzar dando vueltas sobre si mismo. No va a ninguna parte. Existe por su pura manifestación, sin destino ni dirección alguna. Nil, Nihil, Nada, Vacío, y la indeterminación de cada punto de luz que se enciende al azar, aunque en realidad sea el demiurgo titiritero quien apaga y enciende las luces.
Es en esta poética de fondo donde debemos situar ahora el extraordinario trabajo de Raimon Ruíz y su dominio del hilo, con unas marionetas que se mueven como si realmente estuvieran vivas sin que pesen los aspectos técnicos. Lo que convierte Nil en un espectáculo ejemplar, abierto a múltiples lecturas e interrogaciones, como un enigma a descifrar. Un verdadero lujo en los tiempos oscuros que corren.