(La Muerte, marioneta esculpida por Donatella Pau. Foto Jesús M. Atienza)
Alguien pensará que este título es una redundancia, ya que la Muerte habita y habla profusamente en la que fue Casa-Taller de Marionetas de Pepe Otal. Sabido es que Pepe era un viejo conocido amigo de la Parca a la que tenía en gran estima, motivo por lo que se hallaba a su vera muy bien representada en objetos e imágenes de todo tipo. Sin embargo, hasta ahora la Muerte solo había hablado en susurros, de un modo indirecto y solo al oído de quién quería escucharla.
Ayer noche, por el contrario, la Muerte habló cara a cara y en voz alta, con cada uno de los espectadores que acudieron a la cita, gracias a la visita del gran titiritero sardo Antonino Murro, quien, entre otras cosas, era y es el director del Festival de Marionetas de Caglari donde Pepe Otal, en julio del año 2007, acudió para actuar y morir, pues fue allí donde se dio de bruces con su amiga La Pálida, con la que tantas intimidades vivió a lo largo de su vida.

La Muerte en su ‘boudoir’. Foto Jesús M. Atienza
Bien sabemos los que nos dedicamos a esta profesión que es casi una regla general que cada titiritero tenga o haya tenido alguna vez en sus manos la figura de la Muerte, ya sea como protagonista o como personaje secundario de alguna de sus obras. Pero pocas veces la vemos de protagonista. Esto es lo que sucede con la obra El Monólogo de la Muerte, interpretada por Tonino Murro, un texto escrito por Elisabetta Pau, Marco Sanna y el mismo Antonio Murro, con regidoría de Marco Sanna y dirección de escena de Tonino Murro y Donatella Pau, quien también firma la creación de la marioneta y el vestuario.
Una marioneta impactante, la de la Muerte, que centra la escena de principio a fin, pues es ella la única que habla, aunque a veces también se dirige al invisible titiritero, más que nada para regañarlo o darle indicaciones.
El Monólogo de la Muerte se inscribe en un género que bien podríamos llamar como el nuevo Auto Sacramental del siglo XXI: cuando los únicos personajes que salen en escena no son reales sino encarnaciones de conceptos o alegorías, como es la Muerte. Aunque a su vez se acerca al mundo de la Farsa, en el sentido medieval de esta palabra, cuando tenía una intención más o menos moralizante. En este caso, más que de moral, la obra responde a una llamada de la conciencia, cuando esta decide ponerse frente a frente con uno de los requisitos más pertinaces de los humanos, pero que todos queremos evitar y desde luego no encontrárnoslo cara a cara en ningún momento: morir.

Tonino Murro con La Muerte, dentro del retablo. Foto Jesús M. Atienza
¿Y qué mejor que sea una marioneta la encarnación de esta alegoría tan real y puñetera, en el sentido más peliagudo de la palabra, ese que indica la tozudez máxima de lo inevitable?
Para dar vida y voz a la Muerte, Tonino nos la sitúa en una especie de boudoir o salita privada de descanso, con un cómodo sillón, una lámpara en una mesita camilla, un gran espejo y un pajarito que canta de vez en cuando para distraer a la señora. Situada en este marco, en la intimidad de su misteriosa vida solitaria, cansada pero siempre llena de energía, la Muerte habla directamente a los espectadores para mostrarles cuáles son sus trabajos con no pocas quejas del esquivo comportamiento de los humanos, que solo piensan en ella cuando aparece en el último momento. Constata la Señora la irracionalidad de nuestros comportamientos, burlándose cáusticamente de sus afanes y ambiciones desmesuradas, cuando ella está siempre al final del camino, paciente en unos casos, con enormes prisas en otros.

Pep Gómez, el titiritero que acompañaba a Pepe Otal en su último espectáculo, y Tonino Murro, frente a la imagen de Pepe en su atuendo marinero. Foto Jesús M. Atienza
La Muerte nos habla, se distrae y se ríe de nosotros, pero no lo hace con saña sino con esa ternura ambigua y tan cercana que tenían los viejos verdugos frente a sus clientes, condenados a la última suerte, a modo de último consuelo humano. En lo que dura la sesión, la pálida señora nos tiene agarrados por el pescuezo mientras nos va soltando verdades de Perogrullo que sin embargo no nos llevan a burla alguna, sino que nos hacen sonreír, aunque por dentro nos hiela la sangre y el entendimiento.
El efecto es impactante, de un moralizador barroco de antaño, una toma de conciencia radical que nos divertirá pero que, al salir del teatro, enfrentados de nuevo a nuestras pantallas y a los horizontes de la IA, permanecerá dentro de nosotros como un aviso de nuestra verdadera condición humana, esta que se resume en dos palabras: nacer y morir, ser y no ser.
Aunque no pretende aleccionarnos, nos confiesa su apego a lo que llama ‘dignidad’, o lo que es lo mismo, a morir en libertad, aceptando lo inevitable.

La Muerte frente al espejo. Foto compañía
Tonino Murro borda una interpretación que no busca los virtuosismos titiretiles, sino la verdad de su oficio, en el que gesto y palabra nos sitúan en el centro del personaje para interpelarnos desde esta condición mortuoria que tienen los títeres, esos seres hechos de madera que están muertos y vivos a la vez. En este caso, el personaje aúna forma y contenido, la materia inerte viva con un personaje que goza de la misma contradicción. De ahí que los maestros titiriteros amen tanto la figura de la Muerte, al encarnar esta paradójica fusión.
El registro de voz que Tonino da al personaje es excelente, con un sonsonete agudo y femenino que no duda en bajar a los graves sin fondo de este agujero negro que es la Muerte. Una oscilación acústica que define perfectamente al personaje.
El Monólogo de la Muerte es una obra de madurez que reivindica el texto en el teatro de marionetas, recurriendo a la vieja argucia de los antiguos autos, al dar voz a las alegorías y a los conceptos. Un teatro que nos anuncia uno de los futuros más prometedores del teatro de marionetas y de actores del mañana.

Foto compañía
Pepe Otal, que presidió con su vestido de pirata marinero el escenario de su casa taller, pipa en ristre y con su habitual sonrisa irónica, gozó feliz desde la Ultratumba viendo la obra y a los jóvenes espectadores que llenaron la platea del Taller. Algo que también sorprendió a Tonino, pues no sucede siempre que los jóvenes vayan con tantas ganas a ver espectáculos de marionetas para adultos. La representación, que el titiritero de Caglari quiso dedicar a su viejo amigo Pepe Otal a modo de tardío homenaje, cumplió con creces sus objetivos, y tanto el público como el titiritero se fueron contentos a sus casas, dejando a la sombra del homenajeado Pepe Otal muy ufana, reinando con su fantasmal presencia en los míticos y humildes territorios de su Casa-Taller de Marionetas.