(José Diego Ramírez con sus dos títeres principales. Foto T.R.)

Ha actuado este fin de semana en el teatro La Puntual de Barcelona la compañía de Écija A La Sombrita, Teatro de Pocas Luces, con su último espectáculo Los Títeres de Caperucita Roja. Con muñecos y dirección de Gaspare Nasuto, maestro napolitano de los guaratelle, se trata de la primera inmersión de José Diego Ramírez en el mundo de los títeres de guante, cuando hasta ahora se había movido siempre en el espacio del teatro de sombras. 

Y hay que decir que el titiritero de Écija ha salido muy airoso del reto al que se ha enfrentado. Siempre he considerado que los llamados ‘títeres de cachiporra’ son una especialidad de las más difíciles y que meterse en sus terrenos requiere de un proceso de aprendizaje que bien podríamos considerar como una ‘iniciación’. No hace mucho, publicamos tres artículos de Pere Bigas en los que nos hablaba precisamente de su particular ‘iniciación’ en el género concreto de los guaratelle, los títeres napolitanos (vean aquí). Pues bien, creo que para José Diego Ramírez este espectáculo presentado en La Puntual debe considerarse como su particular proceso iniciático en los títeres de cachiporra. 

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Y lo ha hecho desde la sabiduría de alguien que lleva ya muchos años en el oficio y que conoce los requisitos esenciales del buen quehacer teatral. Tres son los elementos básicos sobre los que se ha sustentado su aventura: 

En primer lugar, escoger a un buen maestro capaz de enseñarle los principios básicos que estructuran el código guaratellero: en este caso, Gaspare Nasuto, reconocido maestro considerado como uno de los principales virtuosos del género. Él ha construido los títeres, bien adaptados a las manos de José Diego y con la hechura apropiada para su buena manipulación. Y él le ha dirigido la obra, marcando el estilo ágil y conciso que requiere el guante. 

En segundo lugar, Ramírez ha sabido aplicar todos los conocimientos técnicos que los años de oficio le han dado a conocer, sumándolos a su formación de iluminador teatral. Esto se traduce en una construcción impecable del retablo, que aúna belleza y misterio gracias a una sutil y perfecta iluminación para los títeres, aprovechando las nuevas tecnologías de las luces led, que hacen lo mismo que los antiguos focos pero ocupando menos espacio y con mayor discreción. 

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En tercer lugar, lo acertado de empezar a trabajar desde la modestia que representa partir de una obra como La Caperucita Roja, archiconocida por mayores y pequeños, pero tratándola sin traicionar sus ‘verdades narrativas’, es decir, sin esa tendencia hoy en voga de edulcorar los cuentos tradicionales a fin de sacarles sus partes oscuras, consideradas ‘peligrosas’ para el niño. 

El cuento permite a José Diego aplicar muchas de las rutinas clásicas de los títeres de guante a las distintas situaciones que ofrece La Caperucita Roja. A ellas, superpone el titiritero de Écija el gracejo propio del habla andaluza, con esa vitalidad popular tan propia de La Tía Norica como de los títeres populares de la calle de toda la vida. 

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El resultado es una obra clásica de títeres con toda la alegre vitalidad que requiere el género, con una precisa manipulación, una historia llena de gracia y unas voces impecables que diferencian muy bien a los personajes. Con ella, el sombrista José Diego Ramírez se ha ganado el título de titiritero en el sentido más estricto del término, una andadura que seguramente tendrá secuelas. En todo caso, más elementos en su haber para seguir navegando en esta nave de la interdisciplinaridad que es el actual teatro de títeres por los océanos inconmensurables de la creación.