Cuando ocurren sucesos como el que acaba de ocurrir en Barcelona, un atentado de ejecución asesina artesanal, con el atropello de personas al azar que paseaban por las Ramblas, lo primero es dar el pésame a los familiares de las víctimas y mostrar la solidaridad hacia ellos en momentos tan difíciles y dramáticos. A continuación, es conveniente o más bien irremediable, ponerse a pensar, aunque el pensamiento se aleje de las emociones desatadas. Sobre los porqués, hay toneladas de artículos que lo explican a la perfección. Sobre los cómos, otros tantos. ¿Qué nos queda pues por pensar?  Poco, y sin embargo, mucho.

Extrapolando las dimensiones concretas del caso, de unas implicaciones geopolíticas evidentes, podríamos situar de entrada el atentado en esa cadena de irracionalidades que acompaña la vida contemporánea y que se sustentan en las atmósferas que se respiran en los extremos más alejados de las opiniones enfrentadas. La oposición visceral de las convicciones que chocan se eleva a peligrosas alturas de afirmación irreconciliable, capaz de conducir a sus participantes o creyentes a actuaciones de visceralidad asesina. Pero no es necesario traspasar los límites del crimen para mantenerse igualmente subidos, los convencidos poseedores de la verdad, en las alturas de su convicción.

Las Ramblas, años 30.

Se trata de un fenómeno al alza en nuestras sociedades, no sólo en las asoladas por la guerra sino también en las que teóricamente viven en paz, ante la incapacidad de los convencidos de crear perspectivas y levantar posiciones de intermediación resolutiva. Lo cual no deja de ser una característica propia de nuestra época, que vive el signo de la multiplicidad y de la fragmentación, atizada por el fenómeno igualador de la globalización. Es hoy casi imposible llegar a consensos claros, pues las opiniones encuentran siempre sus opciones de oposición, como se ha demostrado en Gran Bretaña con el tema del Brexit, donde sus partidarios encontraron rápidamente argumentos, aunque fueran falsos o inventados. Pero a las personas no les interesan las verdades sino poder llevar la contraria al vecino de enfrente, pues así se cumple la ley de oposición que reina en nuestras sociedades. Un principio que se aplica en la mayoría de los contextos sociales.

Las Ramblas, en 1913.

Podría entenderse esta dinámica de la fragmentación y de la oposición sistemática como interesante e incluso un avance civilizador de la especie, si frente al auge creciente de las oposiciones enfrentadas, empezaran a emerger disyuntivas creativas de opciones terceras capaces de superar y transcender a las dos en conflicto. Creo que aún no se da el caso o al menos no a un ritmo de deseada normalidad. Más bien nos movemos en más de lo mismo, enrocados los persuadidos en sus enardecidas convicciones. Una situación de recalcitrante bloqueo.

Para los titiriteros, que estamos acostumbrados a pasar del 2 al 3 en la práctica diaria de nuestro teatro, en la que el títere ocupa el lugar del 3 a modo de emergencia creativa (objeto intermediario) capaz de juntar los opuestos que son los espectadores entre sí o en relación al actor-manipulador, debería ser fácil entender esta opción del 3 creativo que substituye al dos enconado en las dos posiciones enfrentadas e irreconciliables. Debería ser fácil, pero bien sabemos que una cosa es el teatro y otra la vida misma. Y sin embargo, se encuentran aquí unas bases claras de pensar lo diferente desde una perspectiva de gran importancia: sólo desde la pulsión creadora, que transforma lo dado, es posible aunar las diferencias y reunir a las personas sin distinción de credo, color, raza, cultura…

Barcelona se ha caracterizado en sus últimos años por ser una ciudad que ha despertado la atención del mundo gracias a su ímpetu creativo. Tuvo su detonante con los Juegos Olímpicos del 92, que fueron un éxito, especialmente sus dos grandes ceremonias de apertura y de clausura, vistos por millones de personas en todo el mundo. Curiosamente, unas ceremonias a las que el alcalde Pasqual Maragall dio toda su confianza y todo el protagonismo a los artistas y grupos teatrales más creativos e interesantes del momento, Els Comediants y La Fura dels Baus, titiriteros todos ellos en un cincuenta por ciento, bien asistidos y complementados por numerosos artistas de gran valía y personajes de la cultura local que sumaron su quehacer para el resultado conmovedor y espectacular de ambas ceremonias y otras ocurrencias de los Juegos. Creo que con estas exhibiciones, Barcelona mostró su dimensión creativa capaz de aunar las diferencias alrededor de lo sorprendente y de lo extravagante. Y una vez terminados los juegos, el descubrimiento de Gaudí, que hizo con la piedra y en sus edificios el mismo atrevimiento de alzarse lejos de la normalidad hacia singularidades de una fuerza y de un exotismo chocantes, remató la jugada de situar a Barcelona como el prototipo de ciudad creativa que con sus atrevimientos formales permite y atrae la suma de lo diferente, pues no otra cosa es el aluvión turístico.

La Sagrada Familia desde el Paseo Gaudí.

Dos fenómenos barceloneses se alzan como el prototipo de la exaltación de lo diferente: la Sagrada Familia y las Ramblas. La primera, por ser un templo al que acuden visitantes de todas las religiones y convicciones mundiales, sean o no sean creyentes, deístas o no deístas, lo que la convierte en una especie de Catedral Universal que aun siendo católica de partida, se alza por su excentricidad extravagante más allá de su especificidad religiosa. Y las Ramblas, por ser ese paseo único en el mundo donde se encuentran a gusto personas de todas las naciones, condiciones, clases sociales y confesiones, a pesar de la degradación sufrida por sus tiendas y bares, como efecto de la masificación turística.

Las Ramblas.

Por ello, atentar en las Ramblas es atentar contra el corazón mismo y contra uno de los símbolos por excelencia del cosmopolitismo mundial, al ser esta calle un precioso y singular artefacto urbanístico donde el 3 de la diferencia se pasea tan ufano sin que a nadie le importe su excentricidad o más bien al revés, donde se la aplaude.

Por eso muchos titiriteros, al ser practicantes conscientes o inconscientes de la construcción de artefactos generalmente animados que aúnan las distancias y las diferencias entre públicos y culturas distintas, se han quedado profundamente afectados por el ataque terrorista. Una calle, las Ramblas, que por sí misma, a través de su larga y a veces trágica historia, ha sido capaz de pasar del 2 al 3 sin necesidad de explicar ni decir nada, algo que los políticos, locales y mundiales, han sido hasta ahora incapaces de conseguir.

Acabo este artículo con la cita que me ha mandado la amiga titiritera Inma Palomar desde Sevilla, una cita del poeta Federico García Lorca:

La calle más alegre del mundo, la calle donde viven juntas a la vez las cuatro estaciones del año, la única calle de la tierra que yo desearía que no se acabara nunca, rica en sonidos, abundante de brisas, hermosa de encuentros, antigua de sangre: Rambla de Barcelona.