No es frecuente recibir la visita de grandes maestros de la Marioneta y tenerlos varios días en la ciudad. Una oportunidad de oro para poder ver, en el espacio mínimo de La Puntual y en unas condiciones idóneas de proximidad, el último espectáculo de este gran marionetista de los conceptos y de la manipulación que es Stephen Mottram: The Parachutte.

Lo han sabido aprovechar los que se han apuntado al curso que estos días imparte en el mismo espacio de los Navarro sobre la lógica y los secretos del movimiento. En cuanto a los espectadores, hay funciones programadas el viernes 30, sábado 1 y domingo 2 de julio. Para los horarios, vean aquí.

Hoy, jueves 29, ha tenido lugar la primera representación, un lujo que hemos gozado los que llenábamos La Puntual. Había visto el espectáculo en Tolosa (ver artículo aquí) y creo que ya dije lo que tenía que decir en aquella ocasión. Y sin embargo, verlo de nuevo en Barcelona me ha hecho comprender la magnitud del desafío que se ha planteado Mottram con The Parachutte: jugar con la percepción del espectador a través de lo mínimo, unas simples bolas de pingpong. Se obliga así a que el espectador use la imaginación para crear la ilusión de unos personajes, unos movimientos, una historia, un desenlace… De hecho, es el público el que se inventa el espectáculo, llenando de vida y verosimilitud los simples puntos lumínicos a los que Mottram da movimiento. Claro que antes él ha tenido que ‘verlo’ también con nuestros ojos, estando en dos lugares diferentes: manipulando desde dentro y contemplando desde fuera.

Uno diría a veces, especialmente en la primera parte, que la obra se convierte en hipnótica y en pura sugestión, pues la realidad de lo que vemos lo hemos inventado dejándonos llevar por nuestra ilusión, y sin embargo, Mottram no nos deja balancearnos ni dormirnos en el encantamiento, sino que constantemente rompe la geometría figurativa de lo que vemos para deshacer la imagen inventada y así obligarnos a ser conscientes de que estamos inventando, percibiendo cada vez a partir de unos mínimos. Como dije en mi primer artículo, esto es básico para promover un ejercicio de autoconsciencia perceptivo, que creo yo es el objetivo indirecto y secreto del espectáculo.

En la segunda parte, se cambia de registro, el titiritero da la cara, aunque se convierte en ciego al ponerse unas gafas negras. Se sigue en lo mismo, la ilusión de vida y de realidad, y el juego de la percepción. Pero aquí, todo se centra en la mirada. Las marionetas viven y se definen cuando miran, nos viene a decir Mottram. O dicho de otra manera, el alma está en la mirada, en nuestro órgano de percepción visual. El mismo titiritero, al convertirse en ciego, desaparece de la escena aunque lo sigamos viendo tras los muñecos. Y también aquí, el ejercicio consiste en romper y rehacer la ilusión de vida de los títeres. Nuestra percepción comprende entonces lo que ocurre y se carga así de conciencia, de sabiduría titiritera.

Un espectáculo que debería ser de obligada visión para los titiriteros y los que trabajan la animación con máscaras y muñecos. No se lo pierdan!