Tuve recientemente la suerte de asistir a la 23ª edición del Festival Internacional de Teatro de Títeres de la Región de Murcia, que tuvo lugar del 1 al 11 de noviembre de 2024. Un festival pues de los veteranos que se celebran en España, y que con los años ha ido adquiriendo unas importantes dimensiones a las que hay que adjuntar su reputación de Festival serio y empático, tanto en la relación con el público, como en el trato con las compañías. Así lo pudo constatar este cronista, al haber asistido por partida doble como artista invitado con mi conferencia-espectáculo El Titiritero, el Doble y la Sombra, junto a Eudald Ferré y Pepus Serrat, y como espectador en algunos de los espectáculos del segundo fin de semana.
En esta crónica hablaré primero del Festival y de la ciudad de Murcia, y luego de los dos espectáculos siguientes: Trapito viajero, de la cia. La Gotera de Lazotea, de Jerez de La Frontera; y del espectáculo producido conjuntamente por las compañías Ana Santa Cruz de Lima, Perú, y Desguace Teatro, de Sevilla, titulado Pepo y Pepe.
En una segunda crónica hablaré de este poema escénico que es Nada, obra de Christian Weidmann y Sheila Ferrer, que se vio en el Teatro Circo de Murcia, y del último montaje que la veterana compañía murciana Periferia Teatro estrenó en el Auditorio Cabeza de Torres: Bobo.
El Festival
Títeremurcia es uno de estos festivales del país que en su día fue creado por los titiriteros de Murcia y que ha conseguido mantenerse en el tiempo mediante una estructura de gestión alrededor de la plataforma local de UNIMA Murcia. Una estructura en apariencia sencilla pero de doble profundidad: por un lado, un consejo artístico en el que participan Mariso García (de Periferia Teatro), Ángel Salcedo (de El Árbol Rojo), Paca García y Aniceto Roca (de Los Claveles) y Carmen Navarro (Teatro de Carmen), socios todos ellos de UNIMA Murcia; por el otro lado, un eficaz y profesional equipo gestor bajo la Dirección de Ángel Salcedo, con las figuras de Ulises Ferrándiz en la Producción, Mati Tomás en la Comunicación y Christian Weidmann en la Técnica. Un equipo que ha sabido rodearse de un importante número de Voluntarios que colaboran en el día a día del Festival.
Mariso García, Ángel Salcedo, Paca García y Carmen Navarro, el equipo artístico de Títeremurcia. Solo faltaría Aniceto Roca para completarlo. Foto Guillermo Carrión / AGM
Si tenemos en cuenta los llenos que el festival ha tenido en prácticamente todos sus espectáculos, con salas emblemáticas de Murcia como el Centro Párraga o el Teatro Circo, llenas hasta la bandera, podemos afirmar que estamos ante un evento enraizado en la ciudad, profusamente esperado y conocido por sus ciudadanos, y bien respaldado por las instituciones murcianas, Ayuntamiento, Gobierno Autonómico y Ministerio de Cultura (más un sinfín de espacios y entidades que colaboran con el Festival).
Un magnífico ejemplo de cómo una tenaz e inteligente gestión puede convertir en imprescindible para la ciudad y la región murciana, un festival de títeres, bien abierto a los amplios derroteros por los que hoy se desparrama el Teatro Contemporáneo de Títeres, Visual y de Objetos, y sin perder de vista los orígenes tradicionales del género.
La ciudad de Murcia
Vale la pena detenerse en hablar de la ciudad de Murcia por varias razones: en primer lugar, por el interés inexplicable pero real, que este cronista ha sentido siempre por ella, más la impresión difusa, quizás errónea, de ser uno de los lugares más desconocidos de nuestro país.
Catedral de Murcia. Foto T.R.
De la antigua región duple formada por Albacete y Murcia, se pasó con la Democracia a la actual configuración: Albacete incluida en la gran región de Castilla-La Mancha, y Murcia convertida en una nueva Comunidad Autónoma. De ser dos, Murcia pasó a ser una. Si hubo pérdida o ganancia, no es cosa de nuestra incumbencia. Pero con los resultados a la vista, es muy probable que ambas provincias hayan ganado con el cambio. Albacete para convertirse en un potente polo económico en el frente oriental de esta inmensa Comunidad de Castilla-La Mancha, verdadera capital económica de la región y de toda La Mancha, aunque Toledo ostente la capitalidad política. De algún modo, ha podido desarrollar su ‘vocación manchega’, con la sombra cervantina del Quijote que la atraviesa oblicuamente.
Y Murcia porque su crecimiento a lo largo de los años de Democracia demuestra que le ha sentado bien eso de saberse única y levantina, es decir, múltiple gracias al triángulo que conforma con las ciudades de Lorca al Sur y Cartagena al Este. Una interesante triangulación geoestratégica que permite a las tres ciudades sostenerse mutuamente en un espacio demográficamente amplio y disperso. Así lo configuran las huertas y la Historia que han creado el fenómeno de las pedanías en Murcia y Lorca, mientras Cartagena, desde su atalaya portuaria, tiene el lujo de ser mar y tierra, más las lejanías históricas de un pasado de bélicas y gloriosas resonancias: Carthago Nova…
De izquierda a derecha: Ana Santa Cruz, Ulises Ferrándiz, Tomás Pombero y Aniceto Roca, en el vestíbulo del Casino de Murcia. Foto T.R.
Este titiritero se ha ido por los cerros de Úbeda, pensará el lector con razón, enardecido por visiones que poco tienen que ver con los títeres. Pido disculpas por ello. Y, sin embargo, estoy seguro de que si hablara de tales asuntos con algunos de los maestros que ha habido y hay por estas tierras del sur, tales temas serían gratos de tratar. Pienso en Pepe Otal, marionetista albaceteño ilustre, cuya vida se ha convertido en leyenda, con quien tuve largos devaneos sobre temáticas parecidas. O en personajes hoy en activo, como Mariso García, Sara Serrano, Dora Cantero o Carlos Gallardo.
Todos ellos ejercieron el desdoblamiento manchego o levantino con Barcelona, esa ciudad portuaria del noreste español, en la que encontraron el espejo -con el eslabón indispensable de Valencia en tantos casos- donde poder descubrirse y revelarse, para luego desarrollarse como artistas. Pero conservando siempre bajo el brazo, lo más cerca posible al corazón, la carpeta de Albacete y Murcia. Recuerdo que, en sus últimos años, Pepe Otal barruntaba dejar Barcelona e instalarse en su ciudad natal, aunque nunca encontró el momento para hacerlo.
Murcia, la ciudad del Barroco sereno
La Historia nos indica con claridad el importante momento que vivió Murcia durante el siglo XVIII, tras el triunfo borbónico en la Guerra de Sucesión, cuando la ciudad se vistió con sus mejores edificios, y con la aparición de un escultor que tanto marcó su día a día: Francisco Salzillo (1707-1783), quién vivió toda su vida en Murcia. Dedicado a la escultura religiosa, su estilo fue transitando a lo largo del s. XVIII desde el Barroco al Rococó y al Neoclasicismo.
Paso de Los Azotes. Museo Salzillo. Foto T.R.
Son muy conocidos sus pasos que han llegado a definir la Semana Santa murciana como ‘la de los Salzillos’, tal es la devoción que despertó y sigue despertando a sus convecinos. Muchas cofradías acudieron a Salzillo al convertirse en el maestro escultórico indiscutible del Reino de Murcia, siendo las cofradías de Nuestro Padre Jesús en Murcia, y la del Prendimiento (Cofradía California) en Cartagena, las que más Salzillos ostentan.
Detalle del Belén Napolitano. Museo Salzillo. Foto T.R.
También es famoso el Belén que empezó a construir en 1776 por encargo de su amigo Jesualdo Riquelme y Fontes para decorar su palacio, y que fue culminado por su ayudante y discípulo Roque López. Se considera el Belén como una de sus obras más representativas. Está compuesto por 525 figuras de 25-30 centímetros (166 humanas y 364 animales) realizadas en barro cocido, madera y cartón.
Además del paisaje con sus elementos naturales, hay un marco arquitectónico compuesto por 8 edificios, amueblados con pequeños enseres. Basado en la tradición del Pesebre napolitano (el padre de Salzillo era un escultor nacido y formado en Nápoles), sus figuras se caracterizaron por el empeño de mostrar la realidad callejera, con los tipos y el vestuario de la Murcia de su tiempo, huyendo así de los estándares y los clichés de los belenes napolitanos.
El Pesebre del Belén de Salzillo. Museo Salzillo. Foto T.R.
Pueden verse algunos de sus pasos y el citado Belén en el Museo Salzillo de Murcia, situado junto a la Iglesia de Jesús (construida en 1696), con un edificio contiguo que se añadió en los años 60 del siglo XX.
Guardia Herodiana del Belén de Salzillo. Museo Salzillo. Foto T.R.
Un Barroco sereno y elegante, el de Salzillo, que conjuga magníficamente con la ciudad que se configuró a lo largo del siglo XVIII. El carácter profundamente tradicional de los que habitan en la Huerta murciana encuentra, en este componente hecho de elegancia distante que impregna la ciudad, el necesario contrapeso para que la Semana Santa murciana, por ejemplo, tenga una vertiente más festiva -junto a la sacramental, por supuesto- que en otros lugares. Destacan esos nazarenos tan especiales cuyas faldas se hinchan de tantos dulces, caramelos y golosinas que llevan en sus bolsillos interiores, y que van repartiendo a lo largo de las procesiones al público y a los niños que los esperan con avidez en las calles.
Trapito viajero, de la Cia. La Gotera de Lazotea, de Jerez de la Frontera
Pudimos ver el sábado 9 de noviembre, en el Auditorio de Algezares, pedanía perteneciente al municipio de Murcia, una de las últimas obras producida por la histórica compañía andaluza La Gotera de Lazotea, titulada Trapito viajero. Interpretada en este caso por Eva Serna como intérprete-titiritera y Juan Manuel Benito en el rol de intérprete-músico, se ocupó de la técnica el tercer miembro de la compañía, Diego Sánchez.
Eva Serna y Juan Manuel Benito en plena función. Foto compañía
Una obra escrita por la misma Eva Serna y que realmente le va como anillo al dedo, al permitir desplegar en el escenario sus grandes virtudes de actriz titiritera, capaz de cantar y de encargarse de la mayoría de los personajes, siempre con la intervención de Benito a su lado, que con la música y entrando él también en la acción, crea el perfecto contrapunto humorístico de la historia.
Sin duda uno de los atractivos de Trapito viajero es que la música, que marca el ritmo y permite introducir las canciones que acompasan el relato, sea toda ella hecha en directo, a través del rol de ‘hombre orquesta’ que con los años Manuel Benito ha conseguido domeñar a la perfección. Es una delicia verlo manejar tal cantidad de pequeños instrumentos, unas veces infantiles, otros simples reclamos y artilugios de caza o para efectos acústicos especiales, con una envidiable soltura.
El barco-bañera del Trapito Viajero. Foto compañía
Asimismo, Eva Serna muestra la comodidad que la experiencia le ha dado en su labor de manipuladora y actriz, con una presencia segura que capta de inmediato la atención de los niños, a través de un argumento sencillo pero dotado de una gran agilidad.
La historia se centra en un trapito que, para su dueña, la niña de la casa, de nombre Mara, es un verdadero personaje que habla, piensa y ríe, mientras que para la mamá no es más que un trapo sucio que hay que poner a la lavadora.
A partir de aquí, será la locuaz imaginación de los personajes títeres quienes van a marcar el ritmo de los acontecimientos, con un barco que a veces es la bañera y otras un velero con el que Mara viaja en busca de Trapito. Y lo harán con el artificio de viajar a través de los recuerdos de la niña, cuya imaginación vuela más rápido que los barcos, los globos o los aviones.
Foto compañía
Impresiona el despliegue de colores y de escenas que nos conducen de una punta a la otra del globo terráqueo, sin que en el fondo salgamos de la bañera de Mara. Serna y Benito son como dos magos que, mediante el estudiado uso de las palabras, los sonidos y las imágenes, nos permiten trasladarnos a escenas y situaciones variopintas.
Los espectadores, admirados y entregados a los titiriteros de Jerez de la Frontera, acudieron raudos al escenario al acabar la función, para ver de cerca a los personajes que los habían tenido en un brete viajando por todo el mundo sin salir del auditorio de Algezares.
Pepo y Pepe, de Ana Santa Cruz de Lima, Perú, y Desguace Teatro, de Sevilla
Fue una verdadera delicia presenciar esta nueva creación de Tomás Pombero y Ana Santa Cruz, que pudimos ver en la Casa de la Cultura Fco. Rabal de la localidad de Águilas, en la costa murciana. En ella, ambos titiriteros han desarrollado la relación entre un niño de 8 años, Pepo, y un anciano de edad indefinida, Pepe, en la que ambos se profesan una amistad que hace caso omiso de los años que los separan.
Pepe y Pepo. Foto compañía
Con simples pinceladas mediante un guion sencillo al que no le falta ni le sobra nada, se muestran las resonancias vitales que permiten una amistad que se ríe del Tiempo y de sus convenciones humanas. Ambos personajes parecen gustar de la soledad, dejando libre curso a la imaginación: el antídoto a la vejez para Pepe, y el acicate a la curiosidad y a salir de lo trillado para Pepo. Les une también la literatura, que Pepe gusta de enseñar a su amigo leyéndole novelas, y la fantasía de fenómenos sorprendentes, como el sonido del mar que podemos escuchar en las caracolas.
Jugar con la imaginación no impide que el anciano Pepe se dé de bruces con la realidad del mundo actual, de las personas mayores que viven solas, de las familias desmembradas por la carcoma del tiempo que nunca sobra, pero la obra ha sabido huir magníficamente de los sentimentalismos típicos, de los abandonos plañideros, pero sin ocultarlos, convirtiéndolos en peldaños para la vida y para el cultivo de la amistad.
Foto compañía
Pero para conseguirlo, ha sido necesario desplegar lo que mejor saben hacer Tomás Pombero y Ana Santa Cruz: jugar con el humor fresco y absurdo, sacar jugo a cada situación a través de ocurrencias tan cómicas como disparatadas entre los dos titiriteros y sus criaturas, creando un orden en el salto de las escenas, que parece chocante y gratuito, pero que no lo es en absoluto, al permitir mostrar realidades donde la imaginación y el pronto ingenioso se dan la mano mientras van llenando de frescura la obra.
Tomás Pombero y Ana Santa Cruz con sus dos personajes. Foto T.R.
Y es este tono tan especial, que ha sabido combinar poesía, comicidad, absurdo y frescor, lo que hace que Pepo y Pepe sea capaz de atraer por un igual a niños y mayores, al conseguir una inteligencia poética que llega a todos los públicos. En este sentido, debemos valorar la dirección de escena, firmada por Ana Santa Cruz, que ha sabido equilibrar los extremos de la propuesta, y conseguir que esa tonalidad poética, siempre tan difícil de conseguir, se haya impuesto en la escena.
El público, mayormente infantil en esta sesión en Águilas, entró de lleno en la historia y en sus sofisticados vericuetos, argumentales y humorísticos, muy ansioso de saludar al final a los dos títeres protagonistas.