El Taller de Marionetas de Pepe Otal presentó esta semana uno de sus más atractivos cabarets con un enorme éxito, algo difícil de decir, dado los excelentes resultados obtenidos en los últimos cabarets del Taller. Éxito de público y de gozo, pues los presentes se lo pasaron realmente bien con una sucesión de artistas y números que actuaron en homenaje a los titiriteros de Títeres desde Abajo, acosados por la justicia después de la infausta intervención de la policía municipal durante una actuación en el carnaval de Madrid. Unos hechos que han causado estupor e indignación en gran parte de la opinión pública del país, y muy especialmente en el sector de las artes, del teatro y de los títeres.

Cabaret Otalia
Raquel y César, presentadores. Foto de Jesús Atienza.

Siempre hay un hilo conductor en los cabarets del Taller, y en este caso fue el conducido por César Alonso y Raquel Batet, en los papeles de dos detectives que buscaban al asesino de un juez entre el público y, cómo no, entre las cientos de marionetas que habitan en el Taller de Pepe Otal, todas ellas irrefutablemente sospechosas. Escenas hilarantes de los presentadores, con ese estilo relajado y de desmañada impostación actoral que caracteriza a los que acometen estos menesteres en la casa, Raquel y César lograron centrar hábilmente la temática, con guiños, ironías, indirectas y directas muy bien situadas. La detención de una marioneta sospechosa, a la que le ponen las esposas, fue uno de los momentos álgidos, con los posteriores ruidos de su interrogatorio y tortura entre bambalinas.

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Santi Arnal y Toni Zafra. Foto de Jesús Atienza.

Quizás lo más notorio de este último cabaret otaliano haya sido la participación en él de tres veteranos maestros de la marioneta de hilo, dos de los cuales hacía tiempo que no se los veía actuando en Barcelona con sus marionetas de hilo: Santi Arnal y Toni Zafra. El tercero, Jordi Bertrán, asiduo de la casa, actuó con uno de sus números más clásicos y aclamados, sin hilos en esta ocasión. Una manera de indicar que la profesión en su conjunto está junto al drama de los dos titiriteros acosados por la justicia.

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La marioneta de Litus, antes de ser detenida.

Rompió el hielo Litus Codina, con una marioneta de hilo bien conocida por el público, un esquimal que habla con lengüeta y que explica chistes. El chiste principal es que no se le entiende bien, de modo que todo consiste en un juego hilarante de equívocos. El pobre esquimal fue detenido por los dos Macdetectives presentadores y pasó a disposición judicial, no sin un buen interrogatorio.

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Anna Carone, ejerciendo de musa. Foto de Jesús Atienza.

Entró después Santi Arnal con tres de sus marionetas de hilo, y hay que decir que fue un verdadero placer ver actuar a este veterano, buen amigo de Pepe Otal y que colaboró con él en no pocos espectáculos. Presentó su bailador de claqué, ducho en el arte de los pies, su acróbata sobre barra, de fina manipulación, y el número del director de orquesta que ha llegado solo, sin orquesta alguna, y que pide la colaboración del público para llevar a cabo el concierto. Desternilló a todo el mundo de risa y mostró sus extraordinarias tablas en el escenario.

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Marioneta de Santi Arnal. Foto de Jesùs Atienza.

Terminó la primera parte un divertido número de Eva, una de las principales responsables del Taller, siempre al pie del cañón, con la marioneta de guante de un topo mágico y paranoico que gira alrededor de una cajita, que quiere abrir sin atreverse a hacerlo. De fina manipulación, acaba con la caja bien destemplada en la cabeza, confirmándose la peligrosidad de la misma, más por sus desvaríos paranoicos que por su estricta maldad.

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El payoso triste de Michela Aiello. Foto de Jesús Atienza.

Tras el descanso, atacó la segunda parte Michela Aiello, de la cantera del Taller, con un número poético muy en la línea de su último trabajo (ver aquí),  con un cuidadoso esmero en la composición visual de la escena y con un cartel luminoso que decía ‘Teatro Mágico solo para locos’. Michela levantó sonoros aplausos de un público sensible a su labor, que culminó con su payaso subido a una preciosa luna aerostática.

Hubo dos números cortos que fueron muy celebrados: los protagonizado por la mimo Anna Carone, primero en calidad de musa del detective presentador, y después en uno de sus números favoritos, que ya había visto en otra ocasión: ‘La máquina de escribir’, con la conocida música de Leroy Anderson (que Jerry Lewis utilizó en su película ‘Lío en los grandes almacenes’). Carone, que bordó la pieza con una interpretación impecable e hilarante, entusiasmó al público con aquella demostración de gracia, frescura y oficio.

Rocío y Kir lograron uno de los momentos más emotivos de la noche, al interpretar una canción que compusieron en alusión al suceso de los titiriteros apresados en Madrid. Con una letra inteligente y peleona, las dos cantantes, provistas de una gracia fresca y desprendida, despertaron las emociones del público para situarlo en sintonía al tema de la noche.

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Actuación de Jordi Bertran. Foto de Jesus Atienza.

Vino luego Jordi Bertrán, maestro del hilo y buen amigo del Taller, que actuó con un fragmento de Poemas Visuales, ese espectáculo que sin hilo alguno ha cosechado uno de sus mayores éxitos internacionales. La maestría de Bertrán, que estuvo acompañado por dos de sus jóvenes manipuladores, Pau i Carla, brilló una vez más con este pequeño títere que con sólo una bolita y un trocito de espuma blanca, consigue darles vida y una rotunda personalidad.

Y remató el cabaret Toni Zafra, uno de los grandes maestros del hilo que tiene la ciudad y que suele prodigarse más por los escenarios del mundo que por Barcelona. Presentó un único número, el de una bailarina contorsionista, marioneta de hilo impecablemente manipulada, en el que lo importante, sin embargo, era la sutil relación que se establecía entre títere y manipulador. Con un ritmo muy controlado y de una precisión milimétricas, consiguió crear una tensión poética que fue muy alabada por el entendido público del Taller.

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La marioneta de Toni Zafra. Foto de Jesús Atienza.

Un cabaret al que asistió como espectador uno de los titiriteros de Títeres desde Abajo, Raúl, quién pudo constatar de modo fehaciente que no se encuentra solo en esa pesadilla que le ha tocado vivir, acompañado como estuvo por esa cálida muestra de apoyo entre sus colegas de profesión y por uno de los públicos más versados en el arte que profesa.