(Pasacalle Medieval, de Los Titiriteros de Binéfar. Fotografía de Iñigo Royo)

Vamos a comentar en esta crónica cinco de los espectáculos vistos en el Titirijai de Tolosa, pertenecientes a estilos muy diferentes entre sí, lo que demuestra la enorme amplitud que tiene hoy en día el teatro de títeres, capaz de abrirse a lenguajes ajenos para hibridarse con ellos. Son los siguientes: ‘Vida’, de Javier Aranda; ‘Hay un gallo en tu tejado’, de Titiriguiri; las dos propuestas de Los Titiriteros de Binéfar, ‘Pasacalles Medieval’ y ‘Chorpatélicos’; y ‘Solo’, de Magali Bondulich.

‘Vida’, de Javier Aranda.

He visto esta obra de Aranda unas cuatro o cinco veces y se ha hablado de ella en Titeresante en varias ocasiones (ver aquí en Titeresante y aquí en Putxinel·li), y debo decir que, a pesar de ello, cada vez que la veo siento una emoción que no mengua sino que incluso aumenta, como constaté en Tolosa. Nos encontramos ante uno de estos fenómenos teatrales que surgen en muy contadas ocasiones, que brillan con luz propia y que consiguen conectar íntimamente con el espectador a través de una verdad que desarma las habituales prevenciones de las que disponemos para enfrentarnos a lo desconocido.

Fotografía de Iñigo Royo.

Una verdad que, por supuesto, no es de contenidos, ni de mensajes ni de ideología alguna, sino que se refiere a la autoconciencia de lo que somos cuando ésta surge de improviso en la profundidad de nuestra alma o de lo que podríamos llamar nuestra autopercepción consciente. Tal parece ser el caso de ‘Vida’, la segunda obra en solitario de Javier Aranda.

Fotografía de Iñigo Royo.

Creo que el actor y titiritero de Zaragoza ya halló en Parias, su anterior montaje, el mismo registro de conexión íntima y de percepción autoconsciente, pero lo hizo desde la forma fragmentada de los sketch, con lo que su efecto era menos tangible aunque sí igual de real y presente. El logro de ‘Vida’ es haber conseguido lo mismo, pero desde la síntesis más radical, punto indispensable para que una propuesta de estas características pueda desplegar sus máximas potencialidades. Por eso brilla, entusiasma y emociona, aunque lo hayas visto muchas veces, porque cuando la ‘verdad’ de lo que somos se expresa en el lenguaje mágico de la síntesis, se alcanza la quintaesencia del lenguaje expresivo por antonomasia, aquel que permite conectar a los humanos con lo que nos une, a pesar de todas las diferencias y sin que medie palabra ni concepto alguno.

Fotografía de Iñigo Royo.

Lograr esta máxima potencialidad desde la mínima forma expresiva es lo que andamos buscando los humanos desde que nuestra especie despertó en la autoconsciencia, es el lenguaje del mito que con una sola palabra consigue infundir pavor y adoración, o la euforia exaltada de la liberación, o lo que busca la ciencia moderna, con sus intentos de sintetizar el todo con una única fórmula. ¿Y acaso nuestra cultura tecnológica, con sus aparatos cada día más pequeños y más capaces de lograr lo imposible, como lo son nuestros teléfonos portátiles, no es una búsqueda de lo mismo? O las marcas de las empresas que pretenden instituirse como nuevos mitos sociales.

Fotografía de Iñigo Royo.

Creo que ‘Vida’ debe explicarse desde estas consideraciones, algo que, como decía al principio, ocurre en contadas excepciones. De aquí la actual curiosidad afanosa de Aranda sobre cuál será o debería ser el siguiente paso de su labor creativa, cuando con el actual se ha alcanzado semejante cima expresiva. Lo propio sería seguir por sendas parecidas, es decir, bebiendo de las mismas fuentes primordiales, pero al igual que lo conseguido se ha logrado sin buscarlo de un modo explícito, al ser el efecto de una búsqueda vital surgida de la necesidad, lo más aconsejable es dejar que el azar y la necesidad expresiva del artista sorprendan de nuevo a autor y público, con los hallazgos que sin duda surgirán si se los busca sin buscarlos. Pues en la indagación del artista, lo nuevo y creativo surge de la paradoja de unas contradicciones irreductibles que se resuelven sin resolverse desde la síntesis emergente y liberadora.

Fotografía de Iñigo Royo.

Claro que no todo depende de la ‘verdad’, por muy verdadera que sea. Hay otras capas de lectura en el espectáculo, siendo quizás una de las principales la peculiar relación que se produce entre el actor y los personajes nacidos de sus manos. La correcta distancia o separación entre ambos, que requiere un considerable dominio de la técnica actoral, se convierte en un espacio o vacío simétrico al que existe entre la mirada del espectador y los personajes. Un vacío indispensable que cuando adquiere la profundidad requerida, permite que surja en él el espacio perceptivo doble necesario para una comunicación de ida y vuelta: en la que el sujeto y el objeto de la percepción puedan alternarse, y ser los dos a la vez.

Javier Aranda y Toni Rumbau en la ‘copa con’. Fotografía de Iñigo Royo.

Consideraciones especulativas que surgen involuntariamente del hecho de haber visto varias veces tan buen espectáculo.

 ‘Hay un gallo en tu tejado’, de Titiriguiri.

Se presentó en el Titirijai 2019 una nueva versión en euskera de la obra ‘Hay un gallo en tu tejado’ de Sonia Muñoz, directora de la compañía de Madrid Titiriguiri, con Amaia Irazabal en el papel de actriz solista que en la primera versión interpretaba Muñoz en español. Y la verdad es que fue un gozo seguir la obra a pesar de que había bastante texto y no entiendo el euskera, no sólo por la gracia y el arte de las imágenes creadas por Titiriguiri, sino también por la elegante presencia y el agradable porte de la actriz, que supo mantener un tono de respetuoso distanciamiento sin escamotear los guiños y una técnica impecable de interpretar y saber acercarse al público infantil.

Fotografía de Iñigo Royo.

La obra, una divertida comedia llena de poesía sobre el tema de la alteridad -pues gallos y vacas deben enfrentarse a sus grandes diferencias, a pesar o quizás a causa del tratamiento industrial al que ambas especies están sometidas-, encandiló a grandes y pequeños, gracias también a su enorme e inteligente sentido del humor.

Fotografía de Iñigo Royo.

Ha conseguido crear Sonia Muñoz un lenguaje propio sobre la base del maping y un uso muy logrado de lo que podríamos llamar el montaje cinematográfico que mezcla las imágenes fijas, las animadas, una fragmentación de la pantalla y la superposición de la actriz, que deben encajar milimétricamente en cada secuencia.

Fotografía de Iñigo Royo.

Un lenguaje que permite a Sonia Muñoz deleitarse con obras como la presente, en la que hay un importante componente poético en la misma elaboración del texto, pues no en vano está basado en los poemas de Pedro Mañas. Quizás lo más interesante sea el paso de la preciosa visión panorámica de la ciudad al detalle de la historia que se nos cuenta, lo que nos permite imaginar las enormes posibilidades que tiene el sistema Muñoz de puesta en escena. Una fórmula que requiere un ingente trabajo de preparación técnica, artística y de montaje.

Fotografía de Iñigo Royo.

Ya conocía la obra ‘Pérez, el ratoncito, no nace, se hace’, quizás todavía más visual que la presente, un alarde ambas de trabajo y de dramaturgia narrativa desde la complejidad técnica de aunar varios lenguajes a la vez, lo que hace que las producciones de Titiriguiri sean recibidas, cuando aparecen, como pequeñas joyas de un intenso y duradero fulgor. Y mientras esperamos con ansias las nuevas creaciones de esta artista madrileña, recomiendo no perderse el deleite de ver todos sus trabajos actuales.

Fotografía de Iñigo Royo.

El público de Tolosa, enamorado del espectáculo y de la actriz, respaldó con sus arrebatados aplausos la apuesta euskalduna de trasladar a Titiriguiri en el marco escénico vasco.

Los Titiriteros de Binéfar con ‘Pasacalles Medieval’ y ‘Chorpatélicos’.

Fue un impacto para el público y para los invitados nacionales e internacionales del Titirijai 2019 ver estos dos trabajos de Los Titiriteros de Binéfar protagonizados ambos por Eva Paricio, en conjunción con el equipo escénico y musical que suele acompañarla. Pues a pesar de que los de Binéfar son un equipo creativo en el que la aportación colectiva es uno de sus signos de identidad, no podemos obviar las dos grandes personalidades que levantaron la compañía en su primera época, Pilar Amorós y Paco Paricio, a los que hoy debemos sumar la figura emergente de Eva Paricio.

Fotografía de Iñigo Royo.
Fotografía de Iñigo Royo.

Nos encontramos, en efecto, ante un verdadero fenómeno escénico, capaz de aunar las grandes cualidades de sus progenitores pero elevándolas a niveles pocas veces vistos, pues al oficio adquirido a lo largo de una vida entera en los escenarios -empezó desde la cuna-, Eva Paricio suma la ductilidad de una hermosa voz que sube y baja por todos los registros inimaginables, y una exuberante energía que parece surgir de profundidades abismales, como si la diosa Talía más algunos otros colegas suyos la hubieran escogido al nacer dotándola de atributos negados a la mayoría de los mortales.

Fotografía de Iñigo Royo.

Sirva este panegírico para explicar la impresión causada primero por el Pasacalles Medieval, un trabajo de equipo impecable, en el que Los Titiriteros de Binéfar logran algo muy difícil de conseguir: que los cómicos actuantes no parezcan urbanitas disfrazados de antiguos. En efecto, es tal el oficio acumulado por la compañía que los vemos entregados a sus labores con la distancia y casi se diría la indiferencia profesional de los que no necesitan recargar con aspavientos ni afectación alguna su actuación, pues están donde deben estar y cumplen a rajatabla con su función de poner en las calles ese plus de irracionalidad poética que es el verdadero teatro de calle. Sin énfasis innecesarios pero sí con el esfuerzo máximo de dar todos el do de pecho en sus cometidos respectivos.

Fotografía de Iñigo Royo.

Es esta impecable falta de afectación, una constante que ha buscado con ahínco la compañía en los últimos tiempos, lo que convierte este Pasacalle Medieval en un pasacalle que no cabe situarlo en ninguna época concreta, a pesar de beber de las temáticas y las estéticas consideradas del Medioevo, sino que se enclava en una época intemporal, pues cumple con su función respecto a las personas que pasean por nuestras ciudades, sean de la región y de la cultura que sean.

Fotografía de Iñigo Royo.

Y en la conjunción colectiva del equipo, con unos músicos-actores excelentes entregados al ejercicio de la no-afectación con un afán impresionante, más el apoyo logístico impecable de Marta Paricio que cose desde el sabio sigilo la complejidad del conjunto, destaca a modo de capitana escénica la que lleva la voz cantante del grupo, Eva Paricio, capaz de interpretar canciones, bailes, romances de ciego, secuencias de títeres callejeros, siempre con una entrega genuina y una voz dulce y afinada que eleva el espectáculo a las alturas del arte.

Fotografía de Iñigo Royo.

Pero allí donde los panegíricos dedicados a la joven actriz de los de Binéfar encuentran mayor justificación, es en el espectáculo ‘Chorpatélicos’, de un formato proveniente del interés mostrado por la compañía y por Paco Particio de rescatar y mostrar a las nuevas generaciones el enorme acervo cultural de nuestra lengua, sus dichos, refranes, romances y canciones, ya sean los de origen popular como los creados por los más importantes y significativos autores, vivos y muertos.

Fotografía de Iñigo Royo.

En este caso, Eva Paricio toma la misma idea para centrarse en textos de poetas tan relevantes como Federico García Lorca, León Felipe, Rafael Alberti, Nicolás Guillén, Gerardo Diego, Ramón Gómez de la Serna, Gloria Fuertes, Hermanos Rincón, María Elena Walsh y Vainica Doble. Y lo hace con música, canciones, recitando y cantando, interpretando con máscaras o sin ellas, con títeres y cantidad de objetos, de modo que no hay palabra ni poema que no disponga de su juguete, máscara o títere, es decir, de su correspondiente banderín objetual de enganche.

Fotografía de Iñigo Royo.

Pero lo deslumbrante es la energía desplegada por la actriz-titiritera y la ductilidad de su actuación, capaz de sorprendernos con las más chocarreras expresiones diabólicas, propias del cómico más arrabalero, para luego dispararse al lirismo refinado de una voz exquisita y una dulzura de ángel caído del cielo. Y todo ello con el indispensable sello de la casa, este matiz básico de la no-afectación, que desarma a los espectadores y nos impele a entregarnos a lo que sucede en el escenario.

Fotografía de Iñigo Royo.

Indispensable, por supuesto, la figura del músico Pablo Borderías, que complementa la labor solista de Eva Paricio con la misma exigencia sello de la casa y un oficio impecable en la que no falta ni sobra nada. Se atreve Borderías con todo tipo de instrumentos, que puede salir tanto de una orquesta sinfónica como de una caja de juguetes. Su porte elegante y modesto a la vez, se suma con su juventud a la de la actriz-cantante, logrando un tándem escénico de muy altos vuelos.

Fotografía de Iñigo Royo.
Fotografía de Iñigo Royo.

En definitiva, una obra que, como suele ser propio de las de los Titiriteros de Binéfar, debería ser de visita obligada a todas las escuelas de país: las que son para niños y las que son para cómicos y actores.

‘Solo’, de Magali Bondulich.

En la Plaza Nueva de Tolosa, dentro del gran quiosco de música que domina la plaza, actuó la titiritera argentina Magali Bondulich con un espectáculo sencillo y de muy buena calidad, ‘Solo’. El título no podía ser más apropiado, al referirse a una única marioneta de hilo en el pequeño escenario de calle que utilizó la artista, y al hecho de que actuara ella en solitario.

Fotografía de Iñigo Royo.

Con el sello característico de lo que podríamos llamar la ‘Escuela del Taller de Marionetas de Pepe Otal’ -Bondulich aprendió el oficio del hilo en dicho taller durante una estancia en Barcelona-, el espectáculo ofrece la actuación de un personaje del que no sabemos nada salvo el interior del cuartucho donde se supone que vive. Suena música de una radio, y el viejo -aunque llamarlo así sea algo aventurado, al no existir indicios claros que lo indiquen- empieza a moverse con mucha timidez hasta que se va animando y acaba bailando a su aire y libremente.

Fotografía T.R.

Poco más ocurre, pero la gracia de la propuesta, que no alcanza los veinte minutos al estar pensada para un formato de calle con pase de sombrero, es la calidad de la manipulación de Magali. Se trata de un ejemplo perfecto para comprender la fuerza que puede alcanzar una marioneta movida por los hilos que le dan vida. Algo que parece muy sencillo, pero que requiere unos requisitos que no siempre se cumplen.

Fotografía T.R.

De entrada, la atención sosegada y distante del marionetista, que debe detenerse en el tiempo para concentrarse en lo que tiene entre manos: un complejo mando del que penden los hilos que sostienen al muñeco. El movimiento se transmite desde arriba a través de la fuerza de la gravedad al revés, es decir, el freno de los hilos que imponen una verticalidad al movimiento. Una contradicción, pues por regla general el movimiento de la vida se desarrolla en horizontalidad obligados a movernos por la superficie de la Tierra. Aquí, sucede al revés: la vida se alza desde una verticalidad que vence a la gravedad por la tensión del hilo que sostiene el mando.

Cuando ello se ejecuta con gestos precisos y certeros, mediante una manipulación cuidada y mimosa, desde la absoluta inmovilidad del marionetista que está y no está, el movimiento que da vida a la marioneta emerge como algo milagroso o en todo caso cargado de mucha poesía.

Fotografía T.R.

Magali Bondulich, con una presencia y un porte elegantes y agradables, consigue crear esta atmósfera que conjuga la atención sosegada del manipulador con el movimiento de la marioneta que impone la verticalidad de los hilos y rompe la horizontalidad lineal del tiempo. Así al menos lo vio este cronista, atrapado por el buen hacer de la marionetista.

Los niños y mayores asistentes en el quiosco de música siguieron la representación con una atención entregada que se tradujo, al acabar, en unos calurosos aplausos y en una generosa aportación crematística al sombrero.