(Imagen de ‘Hubo’, de El Patio Teatro. Fotografía de Iñigo Royo.)

Continúa el Titirijai su programación de espectáculos, especialmente en el Teatro Leidor y en el del TOPIC de Tolosa. Por las noches, las sesiones son a las 22h con obras ya no para niños y, al terminar, hay cita en el ambigú del TOPIC: es el ‘copa con’ entre los artistas participantes y el público que ha querido quedarse para oírles hablar, discutir con ellos e intercambiar opiniones. Este cronista ha visto pasar ya a Iñaki Juárez, de Tetro Arbolé, a Izaskun Fernández y Julián Sáenz López, de la compañía El Patio de Logroño, y ayer mismo, a Jesús Nieto, de Onírica Mecánica.

En este artículo vamos a hablar de los siguientes espectáculos: ‘El Tesoro de Barracuda’, de A La Sombrita Teatro; ‘Nube a nube’, de Periferia Teatro; i ‘Hubo’, de El Patio Teatro.

‘El tesoro de Barracuda’, de A La Sombrita.

Fue un regocijo ver la última producción de la compañía de sombras de Écija, con una obra de considerable complejidad escénica en la que José-Diego Ramírez encarna a varios miembros de la tripulación del barco capitaneado por el terrible pirata Barracuda. Una historia clásica de piratas que ya desde el primer momento atrapa no sólo a los niños sino a los aficionados a las historias de piratería.

Fotografía de Iñigo Royo.

Recurre para ello A La Sombrita al tradicional lenguaje bucanero que nos ha llegado a través de novelas y películas, con el indispensable referente de ‘La Isla del Tesoro’ de Stevenson, el clásico por excelencia de la piratería literaria, invitándonos a una aventura por los mares del Caribe, entre islas de nombres míticos que nos remiten a la época dorada del filibusterismo: La Española, la Isla de la Tortuga, Port Royal, Nassau… Y lo hace a través de la voz de Chispas, el grumete del Cruz del Sur, el galeón pirata de Barracuda.

Fotografía de Iñigo Royo.

Creo que el principal acierto de la obra es el gran despliegue escenográfico ofrecido, cargado de elementos marineros y filibusteros, como el mismo galeón varado con sus velas plegadas, que sirve a José-Diego Ramírez para abrir todos los escenarios posibles de la historia que nos va a contar, mediante el juego de las sombras y de las siluetas. Y arranca la obra con el hizar las velas del galeón, que se convierten en las pantallas al viento donde vemos al barco navegar. A partir de aquí, cualquier rincón de la escenografía es susceptible de convertirse en una escena, íntimas la mayoría, que permiten al actor-sombrista explicarnos la historia del pirata Barracuda.

Fotografía de Iñigo Royo.

Llegan a la isla del tesoro, pero atención, el cofre finalmente desenterrado no contiene lo que esperaban los piratas. Sin desvelar el argumento de la obra, sólo diremos que su desarrollo cumple con los requisitos educacionales del teatro, con mucho énfasis a los valores de la lectura y de la imaginación aventurera, sin traicionar al espíritu piratesco por antonomasia, que no es otro que el de enriquecerse a ser posible con copiosos baños de cascadas de oro.

A la Sombrita continúa con su labor de explorar las posibilidades del teatro de sombras a través de multitud de recursos escenográficos que permiten a la luz actuar en intersección con siluetas, objetos, texturas, colores y otros efectos visuales. Y lo hace incorporando al sombrista en la historia, algo que José-Diego Ramírez consigue con un buen dominio de la voz y una convincente interpretación, con el vestido correspondiente de los bucaneros, indispensables ingredientes para que entremos todos en la atmósfera filibustera de la historia, en la que lo importante es el espíritu de aventura.

Fotografía de Iñigo Royo.

A destacar el gran dominio que A La Sombrita ha conseguido en el trabajo con la luz, un tema esencial para sus espectáculos y que, en el caso de El Tesoro de Barracuda, alcanza un alto grado de madurez técnica y artística. Una aventura teatral en la que José-Diego Ramírez se siente tan a gusto, rodeado de palos de mesana, trinquetes, velas, botes de desembarco, espadones de asalto, focos led, espejos reflectores de luz, castillos de popa, garfios, linternas y patas de palo.

Una obra en la que tan bien se lo pasa su actor-autor como los espectadores de la misma. Así lo confirmó el público con sus tronantes aplausos.

‘Nube a nube’, de Periferia Teatro.

Llegó el nuevo montaje de Periferia Teatro, recién estrenado en el Festival de Murcia, bien calentito aún salido del horno creativo que le ha dado vida: el eficaz equipo humano formado por Mariso García, Iris Pascual y Juan Manuel Quiñonero Redondo. Un equipo de una eficacia extraordinaria, como lo viene demostrando la carrera artística de esta compañía de Murcia pero también medio catalana, que no ha parado de recibir premios y girar por el mundo entero con sus espectáculos.

Fotografía de Iñigo Royo.

Incide en este nuevo montaje en su línea poética que se sustenta en el vuelo como metáfora de libertad y bienestar: sus personajes necesitan disponer de unas buenas alas para respirar y moverse por los aires libres de la vida y de la imaginación. Así ocurría con ‘Vuela Pluma’ y ocurre ahora con ‘Nube a nube’.

Fotografía de Iñigo Royo.

Historia poética en la que el personaje Luz, un ser angélico que vive en las nubes, entra en relación con un humano aviador, también amante de la libertad y de los espacios abiertos, y hombre circense de vocación. Pero ya sabemos por la historia que los ángeles pueden caer, en la maldad unos, en el olvido de sus capacidades otros, como es el caso de Luz.

Fotografía de Iñigo Royo.

La obra presenta un mosaico de momentos sutiles y líricos, gracias a la siempre tan buena manipulación de Mariso García y Iris Pascual, sus voces acertadas, su agradable y correcta presencia detrás de los muñecos y gracias a un texto conciso que busca sobre todo el efecto poético.

Fotografía de Iñigo Royo.

La escenografía creada por Juan Manuel Quiñonero Redondo y que se basa en tres nubes suspendidas en el espacio, más una iluminación adecuada y bien resuelta, consiguen situarnos en la historia y permiten a los personajes moverse por ella con una gran comodidad.

Fotografía de Iñigo Royo.

Las alas se convierten en la gran metáfora del espíritu libre de los seres vivos, sean ángeles o humanos. Sin alas, no podemos escapar al férreo destino humano, que nos ata a la tierra y a sus ciclos vitales. Viejo anhelo que tiene en Ícaro a una de sus figuras arquetípicas más potentes: alas de cera que al acercarse al sol, se derriten. Volar ha sido siempre un deseo secreto que los humanos finalmente hemos realizado con la tecnología de los globos y aeroplanos. Un volar mecánico u ortopédico que a pesar de su comprobada eficacia, no puede substituir las ansias de tener alas y echar el vuelo  sin las desagradables prótesis de la tecnología. De ahí el enorme peligro que corren los ángeles generosos y de buen corazón, de los que son fáciles de conquistar, cuando se encuentran cara a cara con uno de esos humanos que desesperan por vencer a la gravedad.

Luz con los niños.

De todo eso habla el montaje de Periferia, poseídos ellos también por ese anhelo a la libertad de volar fuera de los condicionantes mundanos que nos atan a la dura realidad. Y lo hicieron las dos titiriteras con el buen proceder y el dominio del oficio que las caracteriza, es decir, tocando bien de pies al suelo. El público de las escuelas así lo entendió, como lo demostraron sus aplausos y las ganas luego de ver de cerca y tocar a los anhelantes títeres que habían visto volar por el escenario.

‘Hubo’, de El Patio Teatro.

Llegó al teatro del TOPIC de Tolosa esta segunda producción de El Patio Teatro, de Logroño, titulada ‘Hubo’, en la que Izaskun Fernández y Julián Sáenz López, los dos adalides de la compañía, tras el éxito conseguido por su anterior y primera obra realizada, ‘A mano, han conseguido salir más que airosos, sorprendiéndose a sí mismos y al público con un espectáculo sin palabras y cargado de poesía y emociones.

Fotografía de Iñigo Royo.

Centrados en el tema de la Memoria, una temática que ha despertado en los últimos tiempos el interés de no pocos artistas del escenario, lo abordan los de El Patio centrándose en una realidad sociológica dramática por la que una mujer es obligada a abandonar su casa ancestral. Una realidad que se describe con claridad y a la vez sólo se apunta. Y quizás sea esta ambigüedad en los motivos reales del porqué se condena a la diminuta población a desaparecer, el gran acierto de ‘Hubo’, con una invitación a los espectadores a interrogarse sobre las razones que se ocultan bajo una tal situación dramática.

Fotografía de Iñigo Royo.

Ello permite a Izaskun Fernández y a Julián Sáenz López, los dos creadores-manipuladores, centrarse plenamente en las emociones de los personajes, lo que a su vez les obliga a condensarlas en imágenes escuetas cuya obligación es la de ser sintéticas: indispensable para que al desbordamiento de las aguas no se sume una inundación emocional, que podría sumir el espectáculo en el colapso.

Fotografía de Iñigo Royo.

Y es desde la sobriedad y la síntesis de las imágenes que los de El Patio consiguen crear un lenguaje sobrio y de impacto, que atrapa al espectador directamente en su percepción emotiva. Un lenguaje que se articula mediante un ritmo perfecto, en el que no sobra nada, con una gestualidad también de mínimos y un acoplamiento fluido entre los dos manipuladores que carga las transiciones entre las escenas de un poderoso aliento poético.

Se trata a la memoria despojándola de artificios, sin los objetos que cabe imaginar en la maleta, como si esta necesidad de limpiar las escenas de referentes ajenos a las emociones desplegadas fuera la escoba que los echó del escenario.

Izaskun Fernández y Julián Sáenz López en el ‘copa con’.
Fotografia de Iñigo Royo.

Explicaron los dos artistas en el coloquio posterior o ‘copa con’, que fue tal la conciencia de haber desechado tantos objetos en ‘Hubo’ que, tras su estreno, crearon de inmediato un tercer espectáculo, en sólo tres meses, en el que la escena se les inundó de objetos. También sobre la Memoria (su título es ‘Conservando Memoria’) pero esta vez dejando vía libre a la emoción disgregada en sus residuos vivenciales.

Un trabajo que gustó sobremanera a los espectadores asistentes, plena y emocionalmente identificados en sus aplausos con la cuidada labor de los dos artistas titiriteros.