El Bufón, obra de Felipe Cabezas inspirada en el personaje del bufón del Rey Lear, la conocida tragedia de Shakespeare, ha podido verse estos días en la Sala Fènix, el activísimo teatro de la calle Riereta de Barcelona de la que Cabezas es director artístico. Un éxito de público y un éxito de crítica según he podido comprobar, que consolida la trayectoria de este gran actor de la máscara, siendo El Bufón su quinto espectáculo como solista.

Y realmente maravilla el dominio que ha logrado Felipe Cabezas en el uso de la máscara y en el juego de desdoblamientos al que recurre en esta obra, al encarnar los diferentes personajes de la trama, más el propio del actor que actúa, creando diferentes secuencias de teatro dentro del teatro. Un espectáculo, en este sentido, muy ‘titiritero’ por el uso que hace de las ‘alteridades’ y de los personajes dobles, a través de la máscara pero también de meros apuntes gestuales o con objetos que le sirven para definir un lugar, una situación o una personalidad. La podríamos llamar una obra de ‘títeres sin títeres’, pues se aplica aquí la distorsión de los espejos cóncavos valle-inclanescos, de modo que todos los personajes son de algún modo reducciones grotescas de los originales, bien acentuadas por la vena sarcástica que recorre el texto y por la crítica social y política que la acompaña.


Recurre Cabezas a las inevitables alusiones a la realidad local, cuya banalidad no hace más que aumentar el lado esperpéntico de la puesta en escena, muy en concordancia con su inclinación hacia lo grotesco, aunque el público catalán embebido en las consignas del momento las vea como pertinentes alusiones críticas a la actualidad.

Los personajes de las tres hijas del rey son verdaderas creaciones, especialmente las dos malas, Gonerilda y Regania, en las que lo grotesco alcanza lo sublime, mientras que la buena de Cordelia, convenientemente ridiculizada, acaba subiéndose al delirio del bufón, para cambiar al final el desenlace de la tragedia.


Excelentes y deslumbrantes son las encarnaciones que consigue Cabezas del Bufón y del rey Lear, dos personajes de impacto, uno gracias al maquillaje y al control mímico del actor, y el otro mediante la máscara, el bastón y la gestualidad. Los cambios de personaje son instantáneos, eléctricos casi, lo que crea un dinamismo en la obra que acentúa su lado grotesco y cruel, con una clara deriva hacia lo oscuro.

Y muy logrados son, a mi parecer, las secuencias en las que el actor hace como que se interpreta a sí mismo, con intervención incluida de los hijos, que de pronto nos sitúan en el lado dramático y cruel de la obra, cuando piden que se muera, en paralelo al drama de Lear.

Un monólogo coral que bucea en la oscuridad humana de las ambiciones y de los delirios de poder, es decir, en lo grotesco de nuestra condición de sapiens animalizados.