Siempre es interesante analizar lo que ocurre en los escenarios del mundo sin olvidarnos de la mirada titiritera, muy versada por razones históricas en el fenómeno de las tipologías exageradas. No cabe duda que con el nuevo Presidente de los Estados Unidos, nos encontramos ante una nueva figura política cuya principal característica bien podría ser la del exceso, más un gusto desmesurado por el ‘ordeno y mando’. Con el poco tiempo que lleva en el cargo, ha hecho suficientes demostraciones como para ver en él a un caso de personaje excesivo que basa su éxito en la exhibición descarnada de sus gustos e intereses, bien sustentado por el gran poder que tiene.

Trump y Polichinela
Polichinela, construido por Petr y Katia Rezac. Exposición Rutas de Polichinela. Museo del TOPIC de Tolosa.

Formado en el mundo de los negocios y los reality shows americanos, usó su programa The Apprentice para regodearse en el uso de la cachiporra emocional: decidir según su capricho a quién expulsa del programa, tachándolo de fracasado. Durante la campaña electoral, que en los Estados Unidos suele ser un verdadero show, supo ver muy bien cómo gustaba a las audiencias profundas del país escuchar sarcasmos, improperios y las incorrecciones más groseras que tanto gustan a los entornos racistas y supremacistas blancos. Decir lo que nadie se atreve a decir pero que muchos piensan en las profundidades húmedas del instinto. Y todo bien embadurnado por el sentimentalismo más burdo y primario.


Trump reparte cachiporrazos emocionales a sus invitados.

Es lo mismo que hacía Polichinela desde el retablo de títeres cuando triunfaba ante su público popular de la calle, en el siglo XIX, trampeando para conseguir lo que quería, tirando al baby por la ventana si le molestaba su lloro, dándole garrotazos a su mujer Judy cuando se peleaban, y otras muchas trapacerías y canalladas que entusiasmaban a los espectadores, ansiosos de corear con él: ‘That’s the way to do it!’ (¡Así es cómo se hace!).

También Jarry, cuando inventó a Ubú, bien representado por un títere, puso en escena a un personaje de semejante calibre, marcado por el exceso de sus decisiones caprichosas dotadas de un acusado narcisismo.

Trump y Polichinela
Ubu Roi, visto por Alfred Jarry.

Y lo que interpretado por títeres es visto con displicencia, hace gracia o puede incitarnos a la reflexión, cuando alcanza la realidad encarnado en figuras de carne y hueso, entonces estos personajes excesivos aparecen como verdaderos monstruos.

Creo que el mismo arquetipo que insemina a los héroes polichinescos del mundo, se encuentra también en las figuras de los personajes extravagantes, excesivos y caprichosos que nos ha dado la Historia. Y, por lo que vamos viendo, Trump parece tener grandes deseos de sumarse a la lista.

Trump y Polichinela

El Loco. La carta sin número del Tarot.

En este arquetipo se encuentran superpuestas algunas figuras importantes. Para empezar, la del Fou, el Loco medieval que decía lo que pensaba incluso frente al rey, y que un día al año se le permitía llevar la corona  y reinar sobre todo el mundo, afín de gozar de sus chanzas y ocurrencias. Por supuesto, también está la figura del Rey Absoluto, del Tirano o del Emperador, paternalista hasta la médula y capaz de cometer cualquier canallada para su gozo o interés. La Muerte asoma también bajo su máscara, pues su poder sobre la vida de las personas actúa como la Pálida de la guadaña, con su misma capacidad de hipnosis. Tiene algo del Mago, en cuanto es capaz de crear ilusiones y convencer a las personas de verdades que son falsas. No podemos olvidarnos de esta figura polimorfa que es el Diablo, bien pegado a la Rueda de la Fortuna, que gira sin concierto alguno y desbarata el orden de las cosas. Figuras todas ellas poderosísimas que subyacen también en el personaje de Polichinela, entendido como la matriz de los diferentes héroes pertenecientes a la misma familia.

Pero mientras el Polichinela títere reina sólo en lo que dura el tiempo de una representación, siendo su principal acento la pulsión vitalista y libertaria que lo sustenta, en el caso de los Polichinelas de carne y hueso, su locura se prolonga lo que dura su reinado, y su pulsión principal no es la libertaria sino la del sometimiento: el de todos a sus deseos y caprichos.

Trump y Polichinela  Trump y Polichinela
ilustraciones del libro “The Wonderful Drama of Punch and Judy and their Little Dog Toby As Performed to Overflowing Balconies at the Corner of the Street”. Archivos del V&A Museum.

Curiosa y muy ilustrativa es esta traslación del arquetipo que pasa del títere a la persona. Me acuerdo de haber visto en el Fringe del Festival de Edimburgo de 2004, una muy buena opereta negra de la compañía británica The Tiger Lilies sobre Punch, en el que el simpático y siempre polémico héroe polichinesco era encarnado por un actor, en una puesta en escena hiperrealista con los rasgos más acanallados del personaje mostrados sin velo alguno en toda su crudeza. El resultado fue de espanto, una ópera casi de Grand Guignol: en el escenario había un verdadero monstruo que nada tenía que ver con el títere que vemos en los retablos, a pesar de que ambos hacían las mismas cosas. Teníamos delante a un verdadero asesino y psicópata, sin ninguna gracia en sus fechorías, sino que éstas aparecían como lo que eran. De ahí el impacto ferozmente irritante del montaje.

Trump y Polichinela

Es curioso y aleccionador constatar como la translación de la personalidad del títere a la de la persona produce efectos tan radicalmente distintos. La psicología del títere, al ser una figura de madera inerte que cobra vida porque se la damos en nuestra proyección activa (el titiritero) o pasiva (el espectador), aguanta cualquier tipología, por oscura e innombrable que sea, siendo ésta una de sus principales virtudes: con las marionetas podemos tratar los temas y los personajes más peliagudos, violentos y abominables posibles, ya sea desde los registros del drama, de la tragedia, de la distancia reflexiva o de la farsa. Una capacidad ausente en los actores de carne y hueso, que necesitan suavizar estos rasgos para no caer en el melodrama excesivo o en un Grand Guignol de acentos infumables.


Trump interpreta el número clásico del barbero en un ring de lucha libre.

Volviendo al caso Trump, creo que aquí nos encontramos ante un personaje que tiene relación con lo que hemos dicho. Cuando las bromas se hacen desde un retablo (Trump las hacía desde el escenario de los reality shows en el pequeño retablo que es la caja de la televisión) todo va bien y la gente se ríe, los convencidos aplauden y los críticos se burlan del bufón. Cuando el personaje sale de los platós y entra en los escenarios de la vida real de las personas, lo que hacía tanta gracia quizás la seguirá teniendo para algunos, pero para la mayoría será una pesadilla.

Trump y Polichinela
Función de Punch and Judy en las calles de Londres, época victoriana.

He aquí una perspectiva que permite ilustrarnos sobre la naturaleza de los personajes políticos y de los arquetipos que encarnan. A su vez, nos indica hasta qué punto es hoy importante analizar bien las pulsiones de los héroes polichinescos. En el siglo XIX encarnaban unos principios esenciales de la época, como es el triunfo de la libertad individual. Hoy, estos principios de la individualidad desatada se han disparado hacia alturas inimaginables, lo que da pie al delirio de los élites supermillonarias, que se consideran dueñas del mundo. A añadir el triunfo de la globalización por un lado, y el auge de las resistencias locales a la misma, por el otro lado, que marcan dos pulsiones antagónicas, sin duda presentes en los héroes que aparecen en los retablos de títeres del mundo.

Trump y Polichinela

Kasperl, el polichinela alemán. Museo de Marionetas de Lübeck.

Se dice que Don Cristóbal Polichinela desapareció de España tras la Guerra Civil porque Franco se apoderó de la cachiporra, prohibiendo a cualquier otro usarla. Él hizo un buen uso de la misma, cumpliéndose esta ley que dice que cuando la broma o la estaca salta del retablo de títeres a la calle, lo que era un chiste, una gracia o una crítica, se convierte en un crimen o un asesinato. Esperemos que con Trump no ocurra lo mismo, y que el arquetipo del inefable Punch, encarnado en el político americano, no nos haga pasar a todos por su máquina de hacer salchichas.