Fernando Gómez, de la Compañía de Marionetas Herta Frankel, inaugura el Club de Opinión de Titeresante. Este nuevo espacio permite a los miembros asociados disponer de una tribuna que esperamos sea un ámbito de debate y discusión, previo al espacio fórum que vamos a abrir en un futuro. Aquí, cada miembro puede exponer sus puntos de vista y experiencias de interés para el conjunto de la profesión, programadores e interesados en general, más allá de los contenidos regulares de la revista. Con casi dos meses de existencia, ha sido la diversidad de contenidos llegados a la redacción lo que ha motivado el abrir este espacio. ¡Que lo disfruten!

Bròquil

Bròquil, de Fernando Gómez. Foto de Jesús M. Atienza.

Tradición e innovación

En todo oficio subyacen misterios, éstos se descubren con la experiencia y se manifiestan cuando la materia con la que se trabaja obedece al artífice. El secreto de casi todos los oficios está en la síntesis de tradiciones. Donde hay construcción hay tradición, herencia de algo empezado que debe continuar, período de imitación de modelos que encaminan su evolución. La pasión por innovar se desarrolla en ámbitos vocacionales, con voluntad y libertad. La innovación es lenta consecuencia del ingenio y del esfuerzo colectivo entre quienes comparten habilidades e investigación.

El teatro de marionetas es un oficio esencialmente artesanal que exige profundos  conocimientos que se acumulan y se transmiten a través de la interacción social y de la tradición. La forma sigue a la función, y el pulso humano combina la destreza con la naturalidad de la ocurrencia. Durante muchas generaciones este arte teatral devino por herencia familiar. La tradición heredada conservaba los secretos del oficio, pero también pudo ser estudiado, y a la luz de nuevas ideas y progresos tecnológicos, la tradición pudo ser conquistada.

Contaba y repetía el maestro Harry V. Tozer, que su teatro de marionetas era fiel representante y exponente del extraordinario renacimiento de interés técnico, artístico, experimental y práctico por las marionetas que se produjo en el periodo de entreguerras (1920-1940) y que no llegó a España hasta después de la segunda. Tozer, que vivió muy de cerca este florecimiento, apuntaba que, hasta entonces, el teatro de marionetas había sido materia exclusiva de unos pocos profesionales que guardaban con extremo secretismo su oficio. Pero, a partir de 1920, en marcado contraste con estos profesionales, una nueva generación de apasionados entusiastas y aficionados pasó a representar el máximo exponente de esa época tan prolífica en la historia de los títeres. Tanto los aficionados como los que llegaron a profesionales tenían interés y orgullo en divulgar sus descubrimientos e inventos, sobretodo en desarrollar nuevos y sofisticados tipos de mando, que facilitaran su manejo, racionalizaran su eficacia y multiplicaran sus posibilidades; las primitivas crucetas eran apaños, que exigían un larguísimo aprendizaje. Los norteamericanos favorecían el mando horizontal, los ingleses el vertical y los alemanes el diagonal; cada uno de ellos con sus ventajas y limitaciones. La voluntad de propagación se mantuvo, la acompañaba una intensa correspondencia y fue expuesta en las numerosas publicaciones (libros y revistas) que aparecieron en Europa y América. Un ejemplo vivo e ilustrativo es la revista The Puppet Master fundada en 1925 por The British puppet and model theatre guild, que presidió Edward Gordon Graig. El origen de esta organización es consecuencia de la entusiasta correspondencia que provocó la publicación del libro Everybody’s Theatre de W. H. Whanslaw en 1924.

Karam

Karam, de Fernando Gómez. Foto de Jesús M. Atienza.

La afición (affectio) brota de un sentimiento natural y sincero de curiosidad insaciable hacia una determinada actividad. Tomada tal cual del francés la palabra amateur (amator), significa el que ama lo que hace.  Diletante (delectare) el que se deleita  y disfruta realizando un trabajo. Los significados antiguos de estas palabras atienden a la pasión de practicar y cultivar un oficio artístico, por la satisfacción personal que comporta la calidad del trabajo bien hecho. Convertir la vocación en profesión nos responsabiliza a encontrar, en un mar revuelto de modas y aplausos, dinero y fama, un medio fértil donde poder desarrollar la creación artística a nuestro aire, al margen de la burocracia estatal, que en su afán cultural olvida su deber patrimonial. Entusiasmo, buen humor e inteligencia ingeniosa son impulsos que nos ofrece la naturaleza humana para conseguirlo.