Hace pocos días con motivo de fin de año viejo, Toni Rumbau publicó en la revista Titeresante un artículo muy recomendable e inspirador a propósito del término del año y la ocasión para reflexionar sobre lo que él llama “2016, 2017. Desasosiegos y paradojas del futuro” (ver aquí). A partir de este pretexto u obligación, nos comenta Toni, “…cuando acaba un año, la tradición impone dos movimientos: hacer balance de lo que pasó y poner el foco en lo que está por llegar..”; esto supone detenerse, mirar alrededor, ajustar la mira en relación a lo que hicimos, preguntarse dónde estamos parados y simultáneamente atisbar lo que muestra el obscuro e incierto futuro. Y ciertamente entre lo que nos muestra la realidad y lo que nos deja entrever el futuro apenas si ofrecen un delgadísimo margen donde apoyar nuestra esperanza y certidumbre; por el contrario, estamos inmersos en un escenario donde libremente y a su antojo se pasean los peores males, abusos e injusticias caracterizando la más cruel y apocalíptica de las farsas.
Don Cristóbal, títere de Paco Porras. Exposición ‘Maestros del s.XX’, San Sebastián, mayo 2016.
En esta circunstancia uno, como artista titiritero, se pregunta ¿qué sentido tiene el arte? ¿Para qué sirve el teatro? O aún más ¿Qué valor tiene el diminuto teatro de títeres? Ser titiritero hoy en día pareciera la más extravagante, quimérica y ociosa de las profesiones. Y sin embargo, todavía hay un estrecho borde de donde sostenerse en esta quijotesca aventura, al menos eso necesitamos creer.
En este inicio de año no es mi intención hacer un balance o pasar revista a uno u otro evento realizado y mucho menos un registro confesional, se trata de una modesta reflexión.
Carlos Converso.
Los títeres nos han demostrado insistentemente a lo largo de la historia estar animados por una férrea vocación que se expresa fundamentalmente en dos vertientes, dos facetas estrechamente ligadas que dan razón de ser a su aptitud primordial, a saber: la caricatura del poder y el canto a la alegría.
Bailarines de Romano Danielli.
Conocido por todos es la larga tradición de los títeres como agudos y burlones críticos de los poderosos, léase: reyes, iglesia, dictadores, policías, políticos y toda la variada galería de personajes que ilustran y representan una historia de dominio y usufructo.
El títere popular es quien ha abrevado francamente en estas temáticas, conformando ese distintivo perfil satírico e irreverente, con tonos grotescos, rudos, escatológicos y hasta podríamos decir pornográficos a fin de representar el nutrido repertorio de pecados sociales. Lo penetrante de sus dardos y el humor y simpatía que generaron les permitía conseguir la aprobación y el favor del público.
Punch and Judy, fondo del Museo del TOPIC de Tolosa. Exposición Rutas de Polichinela.
San Agustín fue quien llamó a esos retablos y representaciones “El altar del diablo”, y aunque hoy en día podríamos llamarlos foros alternativos, muchos estarían inclinados a mirar con desconfianza a esos traviesos muñequitos. En esa línea su poder ha sido esencialmente el absurdo y la risa, representados proverbialmente en la cachiporra o garrote, instrumento contundente de castigo y burla.
La historia también da cuenta del otro rasgo esencial; invariablemente, de una u otra manera, los títeres han sido vehementes defensores de los mejores valores humanos, quizás esto podemos verlo más claramente en el teatro dirigido a niños al estar empujados por un afán más didáctico, a través de un estilo, muchas veces, explícito y franco exaltando las bondades de la justicia, de la paz, la solidaridad y el amor, de la alegría y la amistad. Pero podemos verlo también a través de una manera indirecta, la más dura y grotesca crítica que nos remite por contraste a aquellos méritos.
Títeres de Hermenegildo Lanz. Exposición ‘Maestros del s. XX’.
El sustrato es siempre una apuesta por el optimismo y la celebración de la vida, una declaración permanente que apunta a la idea de un mundo mejor, ya sea con candor y ternura o con oscuras y estremecedoras imágenes pero vislumbrando continuamente un horizonte perfeccionado.
María Laura Vélez Valcárcel, en ‘Lucía del Espejo’.
Toni Rumbau lo expresa magistralmente “…el teatro de títeres propone figuras, formas, objetos y artefactos capaces de unir la diferencia, de juntar la distancia.”
Estos atributos y cualidades, estas aspiraciones son, a mi parecer, las más notables y conforman la naturaleza del títere. Hoy, al inicio de este 2017 y frente a un horizonte turbio e incierto, confirmo la eficacia y vigencia de estas dos líneas de trabajo, caminos reconocidos una y otra vez a lo largo de la historia por incontables propuestas y modos de hacer posible la magia de los títeres.
Carlos Converso