(Imagen del escenario en el Palacio de Carlos V antes de la función. Foto T.R.)

Granada ha vivido estos días un fervor musical y titiritero inédito a raíz de la celebración del centenario de la ópera El Retablo de Maese Pedro de Manuel de Falla, estrenada en París en 1923, con la reposición de la impactante versión dirigida por Enrique Lanz, de Títeres Etcétera, en el Palacio de Carlos V de La Alhambra. Pero también con la presencia de cuatro exposiciones directa e indirectamente relacionadas con el evento y con la labor conjunta de los tres artistas y amigos Manuel de Falla, Federico García Lorca y Hermenegildo Lanz, que culminó con la conocida representación titiritera en casa de los Lorca el día de Reyes de 1923.

Titeresante ha acudido a Granada afín de reportar estos acontecimientos, empezando en esta primera crónica con la representación de la ópera en La Alhambra, dentro del 72 Festival de Granada.

Granada, centro de un cruce cultural y creativo insólito

Pocas veces se da un cruce de celebraciones y de oportunidades como el que se ha vivido en Granada con la presentación de la versión del Retablo de maese Pedro con títeres gigantes de la ópera más conocida de Manuel de Falla, El Retablo de Maese Pedro.

Como es bien sabido, la obra fue un encargo que la princesa de Polignac hizo a Manuel de Falla en el año 1918. Tuvo claro desde un principio el compositor gaditano que su ópera versaría sobre el episodio del capítulo XXVI de la segunda parte del Quijote, centrado en la representación de los títeres de Maese Pedro. En el año 1919, Falla se instala en Granada y allí entabla amistad con Lorca y, a través de él, con Hermenegildo Lanz, un profesor y artista plástico muy interesado en la escenografía y los títeres. Los tres se entusiasman con proyectos comunes centrados en los títeres, lo que va alimentando la escritura de la ópera.

Imagen de la exposición ‘Trabajos Cachiporrísticos. Títeres de Cachiporra y el Retablo de Maese Pedro. 1923-2023″, realizada por Enrique Lanz y Yanisbel V. Martínez en la Sala Granero del Museo Casa Natal FGL, Fuente Vaqueros. Foto T.R.

Dos episodios convergen y despiertan el entusiasmo de los tres conspiradores artísticos: la velada que deciden realizar con títeres, poesía y música el día de reyes de 1923 en casa de los Lorca, celebrando como excusa la fiesta de la Epifanía; y la decisión que toma Falla de que el estreno de su ópera en París se haga con los títeres y los decorados de Hermenegildo Lanz.

Dos episodios claves en la historia de la cultura granadina y española, para regocijo de músicos, artistas plásticos, poetas y titiriteros. Episodios poco conocidos por el público, pero de una trascendencia monumental por las consecuencias que tuvo, y porqué marcó el rumbo futuro de los tres artistas que los protagonizaron. Un futuro lleno de promesas que, por desgracia, la Guerra Civil truncó de cuajo.

Precisamente, las cuatro exposiciones que estos días pueden verse en Granada (en el Centro Federico García Lorca, en la Casa Natal de Lorca en Fuente Vaqueros, en la Huerta de San Vicente donde está la casa veraniega de la familia del poeta, y en la Casa de los Tiros, en el centro de la ciudad), tratan sobre estos episodios, cada una desde perspectivas distintas y complementarias. De ellas hablaremos en la próxima crónica.

Cartel de la exposición en Fuente Vaqueros

Toca ahora centrarse en el evento nuclear de este centenario, la representación de la ópera de Falla que se ha realizado en el Palacio de Carlos V de La Alhambra.

Un espacio singular, paradójico y exquisito

¿Qué podemos decir de un lugar como el Palacio de Carlos V que se levanta en La Alhambra de Granada, que no se haya dicho ya con anterioridad y que el lector no pueda encontrar en los libros de historia del arte y de la arquitectura?

Poca cosa, sin duda, pero aun así, nuestro atrevimiento titiritero nos impele a ver en este edificio la osadía de un gobernante radicalmente cautivado por los idearios renacentistas de la época, con ganas de dejar su huella en la historia aun reconociendo la grandeza de lo que se había conquistado a los moros hacía pocos años. Una construcción que nos remite a esta otra osadía como la efectuada en Córdoba, construyendo en medio de su aclamada mezquita una iglesia gótico-renacentista de la época, sin pudor alguno, pero con la inteligencia de respetar a su alrededor la factura de la mágica columnata árabe.

Vista aérea del Palacio de Carlos V en la Alhambra. Fuente, blog Patrimonio Cultural y Artístico de Andalucía

El Palacio de Carlos V nos aparece hoy como un magnífico mamotreto renacentista, una mole de piedra de una pesada elegancia romana en contraste monumental con las sutilezas poéticas y geométricas de los jardines del palacio del último rey nazarí de Granada, Muhámmad XII, más conocido como Boabdil el Chico. Algo parejo a la contundente inteligencia militar de alguien como Gonzalo Fernández de Córdoba y Enríquez de Aguilar, más conocido como el Gran Capitán (enterrado precisamente en Granada, en la espectacular iglesia del Monasterio de San Jerónimo), que combatió en guerras decisivas contra los moros en los últimos años de la Reconquista, pero que acompañó personalmente a su prisionero Boabdil en su exilio a Fez en 1494, como muestra del respeto y la amistad que los unía.

Unos contrastes de una época que supo combinar la contundencia militar con el respeto y la mirada inteligente propia del Renacimiento, su gusto por la belleza, la sutileza y la diferencia, algo que muy pronto desaparecería, a medida que la Iglesia se iba apoderando de la Península y de lo que pronto sería el Imperio Español, con su intransigencia inquisitorial y sus indignas expulsiones de moriscos y judíos.

El Palacio de Carlos V nos habla de esta época compleja y contradictoria, tan rica y dramática a la vez, en medio del magnífico escenario de lo que fue el último palacio nazarí de Granada.

El Palacio de Carlos V antes de la función. Foto T.R.

Un escenario ideal para representar una ópera como la de Falla, en la que Cervantes pone en boca de un titiritero ambulante de su época, un episodio ambientado en las guerras entre moros y cristianos. En él, la exigencia belicosa de Carlo Magno se impone al refinado rey Marsilio de Zaragoza, a través de la mano de Don Gayferos, el marido displicente de la bella Melisendra, cautiva en la torre del castillo de la hoy llamada Aljafería, por fin rescatada por el caballero cristiano.

La marioneta del mono. Foto T.R.

¿Acaso la mirada respetuosa, inteligente, irónica y distante de Cervantes no resuena entre las piedras del Palacio de Carlos V, fruto de la locura hispánica que se alza impúdicamente en medio de las sutilezas de una época que resolvía sus contradicciones en los campos de batalla? Una serenidad vetusta, segura de sí misma, deseosa de cuadrar el circulo de un gran poder enmarcado en la racionalidad del cuadrado con vestimentas renacentistas. En medio del círculo, la burla feroz aunque amable, contradictoria y titiritera de Cervantes, vista desde la mirada culta y profundamente quijotesca de Falla. Un verdadero lujo.

El Retablo de Etcétera

Ya conocía la versión de Enrique Lanz del Retablo, cuando se estrenó en el Liceu de Barcelona, una obra que entonces ya me maravilló por la osadía del titiritero de Etcétera de proponer unas marionetas de un tamaño monumental, hechas para actuar en los grandes escenarios de la ópera. Unas marionetas que requieren de varios animadores, y cuyos hilos son cuerdas que se mueven desde abajo con poleas y contrapesos. ¿Cómo controlar sus movimientos con estas difíciles premisas técnicas? Lanz lo consigue aplicando toneladas de oficio e inventiva, y simplificando por supuesto dichos movimientos a los gestos esenciales, con oscilaciones de cara, boca, ojos, manos…

Imagen del Retablo de Maese Pedro, foto cia. Etcétera

Pero lo que realmente impacta es ver en estas dimensiones el hieratismo propio de los rostros de las marionetas, base del teatro de títeres, con sus movimientos elegantes y estilizados. Unos rostros, unos de espaldas y otros de cara, que, salvo el Trujamán que explica la historia y el titiritero Maese Pedro, que interviene de vez en cuando desde el interior de su teatrillo, permanecen buena parte de la obra como figurantes de un cuadro estático, aunque móvil pues nunca dejan de moverse, para al final activarse con el arrebato de Don Quijote.

Enrique Lanz buscó para estas marionetas gigantes (el Quijote mide 8,50 m solo desde las rodillas, y el Trujamán alcanza los 6 m) un estilo entre distante y broncíneo, de figuras marcadas por el tiempo histórico de una ficción bien conocida por el público.

Entretanto, la historia narrada por el Trujamán se desarrolla en el teatrillo de Maese Pedro, pequeño respecto al conjunto monumental de su público, pero no en sus dimensiones, realmente grandes, pues el títere más pequeño tiene 1,5 m y el más grande, el personaje de Carlo Magno, ¡5 m!

Primer plano de la marioneta del Trujamán. Foto T.R.

Para estas marionetas que son de varilla y otras técnicas singulares, movidas a través de rieles y muelles, Enrique Lanz ha escogido un estilo muy diferente, afín de marcar bien el papel que desempeñan, optando por el colorido y por una esquematización que algunos han definido como picassiana, como me comentó Yanisbel V. Martínez, pero que en realidad se inspiran en el arte románico, en el art brut y en la geometría primitiva del mundo africano, que Etcétera conoce bien, al haber viajado a Mali donde han conectado y filmado a los más importantes maestros de estas latitudes.

Mantienen de este modo una respetuosa aunque lejana fidelidad a la dramaturgia escogida por Hermenegildo Lanz en su estreno de París y luego de Sevilla, que diferenció las marionetas del público cervantino, con Don Quijote y Sancho Panza como principales asistentes, y las del retablo de Maese Pedro: en París las primeras como títeres de guante y las segunda en la versión de las figuras planistas que él inventó y que tanto gustaron en la época, y en el estreno de Sevilla, con títeres más grandes armados encima de los manipuladores, y los del retablillo, también con figuras planistas aunque más grandes.

Homenaje de Enrique Lanz a su abuelo Hermenegildo

Y es que hay que entender este espectáculo operado por Etcétera como un obligado homenaje a quien directa e indirectamente marcó el rumbo profesional y vital de Enrique, su abuelo Hermenegildo, visto siempre por su nieto como una figura de referencia y fundacional.

Una operación que, sin embargo, va más allá del homenaje, pues el titiritero de Etcétera, poniéndose en la piel de su abuelo, traspasó todos los límites que suelen achicar profesiones como la de los títeres, y osó escalar hacia lo imposible, en una osadía de afirmación titiritera inaudita, saltando a los grandes escenarios de los teatros de ópera, convertidos en los lugares únicos y más idóneos donde actuar sus descomunales marionetas.

Enrique Lanz antes del estreno. Foto T.R.

Y lo hace Lanz con una dramaturgia comedida, dejando que la música, con la orquesta puesta delante de los muñecos, despliegue toda su enorme potencia sonora tras haber instaurado con exactitud el imaginario visual donde posarse y habitarlo. Una plástica medida al mínimo detalle, creando imágenes que perdurarán en el futuro asociadas a la ópera más importante de Manuel de Falla.

Un mérito tremendo que instaura a Enrique Lanz como uno de los grandes artistas titiriteros de su tiempo, capaz de enfrentarse a los más serios desafíos y de atreverse a ‘cruzar los grandes mares’, desde la humildad que lo caracteriza.

La representación en el Palacio de Carlos V. Reparto

Para quien no está acostumbrado a ver espectáculos y conciertos en un espacio como el del Palacio de Carlos V, choca y maravilla ver cómo el patio circular de un edificio civil se convierte de pronto en un lugar que parece más que idóneo para desarrollar en él un espectáculo participativo como una ópera. Uno piensa en una plaza de toros, o en un recinto sacrificial como los coliseos o los teatros romanos. Ideal para que en él se desarrollen ceremonias de las que exigen piedras centenarias y formas aptas para los rituales.

En esta ocasión, el rito musical estuvo dirigido por el maestro Aarón Zapico, con la Orquesta Ciudad de Granada. Alberto Rodríguez puso la luz indispensable para trasladarnos allá donde la música y los títeres querían llevarnos. Y como antes se ha indicado, Enrique Lanz, de la compañía Títeres Etcétera, fue el director de escena, además del constructor de los títeres, de la escenografía y las proyecciones.

Entre bastidores con las marionetas. Foto T.R.

La soprano Alicia Amo puso la voz del Trujamán, muchas veces interpretado por un niño; el barítono David Alegret puso la de Maese Pedro; y el barítono José Antonio López, la de Don quijote. En el clave, Juan Carlos Garvayo.

Los titiriteros intervinientes fueron: Cristina Colmenero, Alejandro Conesa, Julien Flotat, Silvio Garabello, Christine Mackenzie, Irene Molina, Leo Lanz, David Rodríguez, Tete Rojas, Miguel Rubio, Adrián Zamora. Ayudantes a la animación: Begoña Molina, Luna Navajas, Alicia Cegrí y María del Carmen Padilla. Todos ellos impecables en sus tareas de dar vida a los títeres.

Entre bastidores. Foto T.R.

Tengo que decir que me encantaron las dos piezas que el director musical escogió como introductorias, dos preciosas partituras barrocas que realmente consiguieron crear una antesala cervantina al episodio del Retablo: Burlesque de Quichotte, obertura-suite en sol mayor, de 1716, obra de Georg Philipp Telemann (1681-1767) y Don Quichotte chez la Duchesse, de 1743, obra de Joseph Bodin Boismortier (1689-1755).

Entre bastidores. Foto T.R.

En una próxima crónica hablaremos de las exposiciones que han complementado esta operación artística y titiritera que ha tenido a Granada como protagonista, convertida durante estos meses en una indiscutible capital de referencia para la música, las letras y los títeres en nuestro país.