(Parte de los titiriteros y equipo del Festival Internacional de San Martín de los Andes. Foto Leo Guevara)

Para hablar de este festival hay que hacer historia porque tiene una genealogía que, por sus características específicas, es profundamente necesaria para comprender, al menos en parte, algo de su dimensión.

Ahora que lo pienso, hay que ir más lejos, decir que San Martín de los Andes es un lugar paradisíaco en la provincia de Neuquén, República Argentina.  Es Patagonia más Cordillera de los Andes, más lago Lacar. En un mundo de mapas al alcance de la mano es suficiente nombrar.

El Festival Internacional de Títeres nació en 2008. En aquel momento se juntaron para organizarlo la Subsecretaría de Cultura y una compañía de San Martín de los Andes, denominada La Pelela Títeres. Tenían dos objetivos por delante: por un lado, promover la formación de público y, por otro, difundir el arte titiritero en el marco de la propia comunidad.

Kunu’u Títeres (Paraguay). Foto Leo Guevara

Daniel Aguirre es titiritero y gestor, la cara visible de un trabajo incalculable que, por supuesto, tiene compañeros de sueños y de labor para que esta desmesura crezca y continúe.

Uno de los rasgos que caracteriza al festival es la enorme cantidad de funciones que realiza. Pero este hecho se arraiga en el concepto central del festival: que se logre la participación de todas las infancias escolarizadas de la ciudad, tanto en el centro como en los parajes rurales. Y por supuesto, aprovechar para ofrecer propuestas para el público juvenil y adulto.

Sumando ediciones, hubo convocatorias de trece países diferentes tanto de Europa, de América Latina como de Asia, y con presencia de casi todas las provincias de Argentina.

La Chinchina Títeres/ Piedra libre (Córdoba). Foto Leo Guevara

Habitualmente a las funciones se suman muestras y un taller de capacitación.  En esta edición, las chicas y los chicos visitaron la Sala de Exposiciones Lidaura Chapitel con la muestra Universos Paralelos del artista plástico oriundo de Cipolletti, Martín Villalba. También hubo una cálida presentación del libro Hilos, guantes e Ilusiones de Flavio Gabriel Gonzáles, editado por Escénicas.Sociales.

Desde hace dos años Zapala (otra ciudad neuquina que solía ser subsede de este festival) se convirtió en sede y eso permitió sumar otras localidades, algunas muy pequeñas: Las Coloradas, Plaza Huincul, Los Catutos, Loncopue… Allí hubo treinta funciones y casi nueve mil niños y niñas.

Palíndrome (Rosario). Foto Leo Guevara

San Martín de los Andes con subsedes en Junín de los Andes, Meliquina, Trompul, tuvo 56 funciones con 10 mil niños y niñas. Sin olvidar que hubo función para adolescentes y adultos y una varieté titiritera como cierre del festival.

Decíamos que para vislumbrar los rasgos específicos de este festival hay que hacer historia. No hay duda de que la identidad se construye y que eso que llamamos historia (la personal, la colectiva, la de los festivales) es el sedimento de lo que somos en el presente. En este caso en particular la evidencia de esto es contundente.  Es necesario insistir, no hay niña ni niño escolarizado que no haya asistido a una función de títeres en cada uno de sus años de escuela.  Inician en el jardín y repiten año a año.  Tienen entonces en su haber escolar un recorrido variado de técnicas, temáticas, estéticas, es decir, lo que hace crecer a una comunidad de espectadores: la insistencia y la diversidad.

Änima Títeres y Marionetas ( Mar del Plata). Foto Leo Guevara

Este año la selección de las obras fue por convocatoria. Y vamos a decirlo, se pobló de titiriteras.

Artistas convivieron dos semanas, una en Zapala y otra en San Martín de los Andes, multiplicándose en funciones, yendo de aquí para allá, llegando a esos lugares a los que habitualmente no se llega.

Guiño de Guiñol (Colombia). Foto Leo Guevara

Es imposible describir este festival sin incluir un acontecimiento que tuvo lugar en una subsede de Zapala, más específicamente en Las Coloradas- según nuestro último censo viven unas 1300 personas- en un pueblo ¿perdido? entre las montañas al que se llega por camino de ripio. Se encuentra entre las localidades de Zapala y Junín de los Andes.  Hasta allí llegó una de las compañías que participaron en el festival, Kunu’u Títeres, con una obra llamada Todos los caminos conducen al monte. Al finalizar la función una niña se acerca a una de las titiriteras y le dice “¿Señora, cómo sabían ustedes que nosotros estábamos acá?”, es innecesario agregar alguna palabra más sobre el sentimiento que produjo en las titiriteras, que también cuentan que les ofrecían lo que tenían, monedas, caramelos… el agradecimiento se volvió un objeto contundente.  En ocasiones, un acontecimiento sirve como un botón de muestra. Se constituye, en síntesis, en la punta del iceberg.

Daniel Aguirre. Alma mater del Festival Internacional de San Martín de los Andes. Foto Leo Guevara

En San Martín de los Andes dos centros convocan a espectadores con funciones durante todo el día.  En fila, los más pequeños, calle tras calle se desplazan para llegar al teatro. Agrupados los adolescentes, festivos, esperan para entrar. Conviviendo los más grandes con los pequeños.  Al final de una función, los estudiantes de una escuela media que habían sido sentados arriba de todo le pedían a la profe que los dejara sacarse una foto con un tentador títere mono. Tuvieron que esperar que pasaran los más chiquitos -la profe dudaba- pero esperaron pacientes y se dieron el gusto. No solo habían sido capaces de disfrutar una obra que a priori no parecía tenerlos como espectadores (una obra valiosa abraza a todas las franjas etarias si tienen habilitada la paciencia de mirar) sino que, además, habían decidido esperar para acercarse a las hacedoras y a sus títeres para retratar el momento.

El alma en un hilo (Mendoza). Foto Leo Guevara

En la edición número quince convivieron temáticas, modalidades de manipulación, texturas, retablos y su ausencia, titiriteros/as-intérpretes, muchos colores y diversas voces. Los sitios geográficos no son una etiqueta sino una impronta en el hacer, un camino recorrido, un clima, una escuela, una comunidad (o varias).  Sin embargo, un hilo común entrelaza todas y cada una de las propuestas: Todos los caminos conducen al monte  Kunu’u títeres (Paraguay),  Cami y el dragón La chichina títeres y Piedra libre (Córdoba), El pequeño circo más grande del mundo Títeres Colibrí (Venezuela, Córdoba), Payasíteres Títeres a contramano (Chile),  El viaje de Babka al pequeño libro Palídrome (Rosario),  ¿Dónde está Borondongo? El alma en un hilo (Mendoza), El último árbol Guiño de guiñol (Colombia), La niña del cerro Florcita del cardón (Jujuy), Sueño de arrabal Ánima títeres y marionetas (Mar del Plata): artistas que se presentaron en todos y cada uno de los rincones posibles para llegar a las infancias, para dejar la huella de los títeres, para sembrar la espera del próximo festival.

Títeres colibrí ( Venezuela, Córdoba). Foto Leo Guevara

Una última cuestión me parece importante señalar: en los sitios, como San Martín de los Andes, donde hay salas con butacas y escenario y cabina para la técnica y hall de espera,  se acercan a vivir la experiencia a ese lugar que es el ideal, no solo en términos de expectación sino fundamentalmente en términos simbólicos; reconocer un espacio particular para el acontecimiento escénico, desplazarse hasta allí, prepararse para entrar en un universo otro, en síntesis, devenir espectadores de títeres. ¿Lo imaginan en otros lugares del mundo? Un espacio enclavado en Patagonia con doble paraíso:  la belleza natural y sus habitantes, sinónimos de público titiritero.

Payasíteres (Chile). Foto Leo Guevara