(Cartel de Isidro Ferrer. Foto de Irma Borges)


Continuamos con el relato del ciclo Títeres en Otoño que ha llenado de buenos espectáculos dos teatros de la ciudad de Zaragoza: El Teatro Arbolé y el Teatro de las Esquinas.

Toca hoy trasladarse a la sala que gestiona la compañía Arbolé, una de las más veteranas del país con 40 años de experiencia, instalada desde el 2008 en el magnífico teatro construido en el Parque del Agua Luis Buñuel, una estructura versátil y muy bien equipada que ofrece las mejores condiciones a las compañías que la visitan.

Exposición de Isidro Ferrer

En realidad, no estamos hablando solamente de una sala de teatro, sino que este espacio alberga un centro de documentación donde se publican textos dramáticos y teóricos bajo el sello de Arbolé Editorial, una Escuela de Formación para diversas edades, proyectos de animación a la lectura y una Sala de Exposición, que para nuestra grata sorpresa, expone hasta el 31 de este mes carteles inéditos del conocido diseñador e ilustrador Isidro Ferrer. Carteles que como reza su texto de presentación: “Nunca llegaron a colgar de una pared, ni estuvieron jamás colocados en la fachada de un local, ni esperaron el autobús mientras nosotros esperábamos el autobús…”

Foto de Irma Borges.

Son Los Invisibles, carteles que nunca hemos visto y que, sin embargo forman parte de la carrera de este artista plástico aragonés que tantos reconocimientos ha tenido por su trayectoria y talento. Inspirador de la galardonada obra de objetos Piedra a Piedra de Tian Gombau.

Cartel de Isidro Ferrer. Foto de Irma Borges.

Tras disfrutar de la exposición, el cuerpo y el alma entran a la sala de teatro motivados por esa fábrica de sueños que es el Teatro Arbolé, un lugar que respira historia y ganas de seguir un camino de investigación y de nuevos proyectos. Una vez ubicados en nuestros asientos, escuchamos: ¡Atención, mucha atención porque comienza la función!

Pelo loco, de Mimaia Teatro

Las luces bajan su intensidad y la casualidad nos sobrecoge, pues la obra de Mimaia Teatro nos habla también de los invisibles. Personas a quienes no vemos, no reconocemos en las calles, no hablaremos de ellos, y si lo hacemos tal sólo será a través de una referencia numérica, porque nunca llegarán a ser importantes, ni dignos de ser mencionados en prensa, ni tienen derecho a ver la Luna.

Foto de Manuel F. Minaya.

Personas, que sólo se convierten en personajes, cuando autores sensibles como el italiano Giovanni Verga, los ve y les da un nombre: Rosso Malpelo, un niño que trabaja en una cantera y protagonista de la novela de Verga.
Inspiradas en esta dolorosa historia sobre la explotación infantil, Mimaia Teatro nos trae a escena Pelo Loco, una sutil versión de la obra de Verga dirigida al público familiar.

Foto de Manuel F. Minaya.

Reconocemos el acordeón de Mina Trapp, y entramos en la atmosfera de la obra. La escenografía, un enorme y versátil archivador de historias es un recurso que nos guía a través de los diferentes lugares donde ocurre la narración. Una mina de carbón, las calles de una ciudad, el espacio simbólico donde una escritora archiva sus historias, son algunos de los conceptos representados en este módulo escénico.

Aparece en escena Dora Cantero quien se encarna a sí misma en el papel de dramaturga, encargada de seleccionar cuidadosamente aquello que merece ser contado. Sin embargo, algunas historias se empeñan en salir a la luz, como es el caso de Pelo Loco un niño pelirrojo que trabaja en una mina de carbón y que ni tan siquiera es poseedor de un nombre. Su único deseo es conocer la luz de la Luna, y es este deseo el motor de la acción dramática.
Es fascinante cómo la reflexión sobre el proceso creativo aparece en escena. De forma sencilla y elocuente la obra se impone al creador, no importa si ha sido estudiada con detenimiento o si ha aparecido en una servilleta manchada de café. Cuando algo quiere ser contado no vale ninguna resistencia. En este caso, Pelo Loco es auto referencial, pues personifica la constancia de esta compañía por llevar a la escena infantil un tema tan espinoso.

Foto de Manuel F. Minaya.

Además es plausible que no sólo se limiten a explicar la historia, sino a reflexionar en torno a ella y su significado. Arriesgando aún más en el uso de técnicas narrativas como el flashforward en momentos puntuales, en los que con ayuda de su dinámica escenografía, vemos fragmentos de situaciones ya pasadas obteniendo del público su complicidad y pinceladas de humor.

Volviendo al argumento central, Pelo Loco consigue salir de la mina y conocer otros personajes que siguen ajenos a la importante labor que él realiza. En cada uno de ellos podemos encontrar cierta complejidad, no son personajes planos sino que poseen sus propias contradicciones. En su recorrido por la ciudad nuestro protagonista descubre la injusticia, y es este concepto el que le impulsa el cambio en sus decisiones.

Foto de Manuel F. Minaya.

La iluminación, esa herramienta callada que muchas veces apenas percibimos, en esta obra tiene su momento protagónico cuando Pelo Loco una vez fuera de la mina, no quiere volver. Rompiendo la cuarta pared, Mina Trapp, Dora Cantero e Ivo García Suñé, en sus roles de actriz, dramaturga y técnico, se representan a sí mismo para informarnos que la obra no puede seguir. Sin nadie que trabaje en las minas de carbón no tenemos energía eléctrica. Queremos que siga el espectáculo y al mismo tiempo comprendemos el deseo de Pelo Loco, una situación que apela a la reflexión del público y a la confrontación de sus emociones. Entonces, ¿quién hará el trabajo de Pelo Loco? Esta es otra introversión en torno al proceso creativo en el que el personaje principal pasa por encima de su creadora para decidir su final. Él, quien es la metáfora de tantos niños sin voz en el mundo, tejedores invisibles de nuestro confort, desea parar de hacer aquello por lo que nadie lo ve. Y es que para que el mundo funcione, millares de personas quedan invisibles, perdidos en archivadores sin orden, sin tiempo, sin memoria.

Foto de Manuel F. Minaya.

La obra está plena de pequeños detalles, que desde la simplicidad hacen ver la desprotección de la infancia, su fragilidad, su abandono. Sin embargo, la ternura, los valores y el carisma de sus personajes no hace que vivamos la obra desde la tristeza sino que, como buen espectáculo, nos guía por diferentes emociones. Pelo Loco es una obra que da voz a los vulnerables para que puedan ellos mismos trazar su vía de escape hacia sus deseos. Una obra esperanzadora que abre camino para nuevos modelos narrativos en el teatro de títeres.

Ana Abán y José Luís Melendo. Foto de Manuel F. Minaya.