Pudo verse hace una semanas en una de las aulas del Institut del Teatre –y también en la Mostra de Igualada- el espectáculo “Z, las aventuras del Zorro”, una creación de los titiriteros Eudald Ferré y Luca Ronga, bajo la dirección de Lluís Graells. Una creación y a su vez un reto mayúsculo al que se han enfrentado director y titiriteros, al querer plantear una obra de títere tradicional sin teatrillo, de manera que títere y manipulador están siempre a la vista. ¿Es posible este atrevimiento? El resultado de la experiencia así lo afirma y con creces.
De experimento atrevido se podría definir la propuesta del tándem Ferré-Ronga, dos manipuladores de títeres de virtuosísimo alto voltaje. El primero, hasta hace poco, una de las cabezas visibles de la compañía “Pa Sucat”, ya destacó en el espectáculo “Maravillas de Oriente”, del que fue director, constructor de los títeres y su manipulador, después de todo un largo recorrido por la técnica del títere de guante catalán. El segundo, italiano de Bolonia, es hoy uno de los maestros de Pulcinella más reconocidos de Europa, con una técnica de la manipulación muy depurada, que le permite actuar a muy distintas velocidades, y a su vez un explorador del mundo del polichinela a través de la complicidad con el gran dramaturgo Gigio Brunello.
La tesis de partida procede de uno de los principios que ambos manipuladores han asumido como propios: para ser un buen manipulador de títeres hay que ser un buen actor. O al menos, hay que saber interpretar con todo el cuerpo. Una tesis que Luca Ronga ha puesto a prueba en varios talleres, uno de ellos en el Institut del Teatre de Barcelona (ver aquí), y que ahora los dos titiriteros han decidido llevar al escenario. Es decir, pasar de la teoría y del trabajo de estudio a la práctica de las funciones delante del público. En consecuencia: eliminar el retablo y a ver qué pasa.
El espectáculo, entonces, adquiere unas características de estilo que podríamos definir como de elipse escénica. Una práctica, que de hecho se inició ya en los setenta, cuando los titiriteros decidieron salir del teatrillo y eliminar las barreras que hasta entonces los había separado de los espectadores. Pero la diferencia y la originalidad de la propuesta residen en el hecho que aquí se actúa con una técnica igual o similar a la de los títeres con retablo pero sin que éste exista. Es decir, se busca la visibilidad de la elipse del teatrillo. Una contradicción que crea una intriga y a su vez desvela aquello que normalmente queda escondido, con una consecuencia sumamente atractiva: los cuerpos de los titiriteros encarnan el papel del teatrillo elíptico. Unos teatrillos invisibles, a la vez que vivos, ya que se mueven convirtiéndose en una curiosa continuidad corporal de los títeres, situados estos en sus manos, como es de rigor. El cuerpo del titiritero interviene así en la interpretación, con una técnica a medio camino entre el mimo, la máscara y el títere.
El atrevimiento requiere dotes de virtuosismo por lo que a la manipulación se refiere, y a su vez un dominio considerable del cuerpo, exigiendo una composición de la escena de tipo coreográfico y de comedia del arte. Un reto del que el director Lluís Graells, ha sido plenamente consciente, agarrando el toro por los cuernos e incorporando el elemento musical, muy bien resuelto por Pep Boada, como hilo capaz de coser las escenas sin perder el ritmo. La necesidad de este ritmo hace que los titiriteros no se puedan detener en aquello que mejor saben hacer, sacrificando parte de la destreza del manipulador, pero ganando en movimiento escénico y en intencionalidad simbólica a través de gags visuales y sonoros en la composición de las escenas.
También esta deriva escénica que obliga a los manipuladores a dar la cara, los lleva a forzar unos rasgos de neutralidad en sus rostros, necesaria para no quitar protagonismo a los títeres, al revés que los cuerpos, que sí que participan en las emociones de los personajes. Esta oposición entre neutralidad del rostro e implicación interpretativa del cuerpo, constituye uno de los ejes más inquietantes y de tensión de la obra, de tal manera que incluso a veces podría pensarse si no estaría bien de vez en cuando dejar más libertad al rostro del manipulador, como sucede en algunos momentos de exaltación interpretativa, asumiendo el inevitable riesgo de ocultar al títere, cosa que aumentaría la ambigüedad de la elipse fundamental de la obra, que es hacer visible la invisibilidad del teatrillo….
Como puede observarse, el reto ha obligado a director y titiriteros a introducirse en terrenos desconocidos, abriendo nuevos caminos e investigando posibilidades estilísticas de cruce de técnicas y lenguajes. Y para ello han escogido un tema relativamente sencillo por lo que a comprensión se refiere: la historia del Zorro, con un argumento de buenos y malos, en el que éstos últimos están representados por el rico capitoste del pueblo y sus militares esbirros, y los primeros por las gentes sencillas – el pueblo- junto a algún que otro señor de alta alcurnia, pero de buen corazón como el mismo Zorro y su enamorada. De esta forma, la previsibilidad de la historia permite a sus creadores explorar con más desenvoltura los nuevos caminos para explicarla
Sin duda una de las obras dirigidas a niños y público familiar de más riesgo e ingenio vista en los últimos tiempos y que nos despierta el apetito hacia nuevas experiencias que, moviéndose en esta línea de investigación hacia lo desconocido, se atrevan a tocar temas que nos lleven también por nuevos y desconocidos caminos.
Z – Le avventure di Zorro from Luca Ronga on Vimeo.