(Lara Salvador, Paco Zarzoso y Sergi Torrecilla. Foto compañía)

Ha sido un gran acierto que dos teatros de Barcelona -los Teatres del Farró y la Sala Beckett- se hayan puesto de acuerdo para traer en las mismas dos semanas (del 13 al 30 de noviembre de 2025) dos espectáculos de La Hongaresa, de Sagunto, para celebrar su 30 aniversario.

Ya hablamos en una anterior crónica (ver aquí), de Querencia, interpretada por Lola López, Pep Ricart y Marcos Sproston, que se exhibe en la sala pequeña Joan Ollé de La Fábrica (Teatres del Farró), obra que este agosto tuvo una magna puesta en escena en el Teatro Romano de Sagunto, a modo de homenaje y reconocimiento de la ciudad a una de sus compañías más relevantes e internacionales.

Representación de ‘Querencia’ en el Teatro Romano de Sagunto. Foto Provi Morillas

Hablaremos en este artículo de El Camino de la Sal, la última obra estrenada de Paco Zarzoso, de la que hizo hace un tiempo una lectura en la misma Sala Beckett. Ha llegado con un magnífico elenco integrado por los actores Lara Salvador, Sergi Torrecilla y el mismo autor.

Una obra, según el parecer de este cronista, magna, es decir, de las importantes del autor, algo difícil y arriesgado de decir, pues también Querencia y otras muchas lo son, pero que en cierto modo marca con rotundidad nuevos rumbos donde operar, a pesar de que ya los vimos incipientes en la obra citada.

El Camino de la Sal

Dos son los temas aparentes de partida del Camino de la Sal: el eterno conflicto de las parejas que se quieren y no se quieren, y el asunto de la identidad, hoy en crisis.

Digo aparentes porque los que conocen el teatro de Zarzoso ya saben que nada es lo que aparenta ser, y que detrás de las muy seguras afirmaciones de sus personajes humanos, suele reinar el más patético de los vacíos.

Foto compañía

Pero bueno, sobre la identidad sí que habla la obra, por delante y por detrás, y sobre estas preguntas que aún esperan claras respuestas: ¿qué diablos somos los seres humanos? ¿Quién soy yo? ¿Quién nos maneja? ¿En qué consiste la libertad?

Zarzoso plantea la obra en clave pirandelliana o incluso pessoana: los personajes, una vez creados, ¿tienen vida propia? Forman parte de nosotros, pero ¿nos pertenecen realmente o gozan de una libertad que ignoramos? ¿Hay diferencias entre crear una ficción llena de banalidades y redundancias, a crear un mundo que se quiere único y libre, y por ello se declara autónomo?

Foto compañía

De nuevo, como ya ocurre en otras obras de Zarzoso, a la pareja se le añade un tercero: en Querencia eran el Toro y el Hijo. Aquí es el mismo autor, el demiurgo que ha ideado sus personajes y que, en este caso, duda de todo.

¿Quizá porque se huele que sus personajes le pueden haber salido contestones y demasiado agarrados a su inexistente existencia?

Hay un elemento determinante; en esta obra el autor de convierte también en Observador. Contempla desde la distancia y entre admirado y horrorizado, a sus personajes, que ve patéticos, a modo de espejos insufribles de su propio patetismo. Pero al hacer de Observador, ha creado ya una tal distancia que, si se despista un poco, sabe que se le pueden escapar de las manos como en efecto ocurre. Aunque no sabemos si es por dejadez propia, por una especie de tolerancia supersticiosa, o por un compadecerse a sí mismo, por lo que se siente obligado a ser compasivo con sus personajes.

Pero allí donde al Dos se le suma un Tres, en este estado de consciencia que tanto podríamos llamar metafísico, mítico o poético, se abren otros mundos de creatividad inesperados, que sorprenden a todos, y en primer lugar, al propio Autor. Una intersección alquímica o retórica de intereses y realidades distintas y por lo general opuestas, libres en sí mismas, capaz de generar estas emergencias que tienen que ver con la Libertad. Una libertad que llega no a través del pensamiento ni de la palabra, sino por la vía de la Nada y de la Fiesta, no algo que busca un destino y una finalidad, sino su simple y pura manifestación.

Foto compañía

Creo que de todo eso habla El Camino de la Sal, con unos personajes que, tras vagar por el mundo, vuelven al redil del Autor, acuden a la llamada de socorro de este, que les exige el peaje de su libertad o falsa libertad adquirida, que en definitiva no es otra que la libertad del Autor, consciente de que solo puede adquirirla si respeta la libertad y la autonomía de sus seres creados. Como ocurre al final, en efecto, una autoredención del Uno hecho Tres mediante el surgir vital de la Fiesta, la Música y el Carnaval verbenero y pueblerino.

No cabe decir que, para pisar estos terrenos con procesos tan refinados, hacen falta unos actores capaces de vivirlo como si les fuera la vida en ello. Lara Salvador y Sergi Torrecilla consiguen rizar los rizos de esta obra que gira sobre si misma y que exige a sus intérpretes altas dosis de inteligencia escénica, para poder escapar de las trampas que pone el texto y salir más que airosos del empeño. Por no hablar de Paco Zarzoso, que consigue momentos tan rotundos como hilarantes.

Un impresionante y lúcido buceo por los mundos pessoanos del desdoblamiento y de la libertad, cuando esta nace del cero más absoluto y radical.