Se ha podido ver, los días 5 y 6 de noviembre, el espectáculo ‘Años Luz’, de la compañía asturiana Luz, Micro y Punto, en La Sala de Sabadell, también conocida como Auditorio Miguel Hernández, en el barrio de La Roureda , este magnífico espacio dedicado al público infantil y familiar que dirige Eulalia Ribera con una programación de gusto exquisito y de la que ha conseguido corresponsabilizar a padres y espectadores habituales.

Luz, micro y Punto es una compañía asturiana que con los años se ha convertido en un referente en toda España en el campo del teatro de sombras, un lenguaje que las tres componentes del grupo han cultivado con terca vocación. Las sombristas y titiriteras Patricia Toral y Chantal Franco, más la música y compositora Verónica R. Galán, son las tres componentes de la compañía, el origen de la cual se remite al enamoramiento que sintieron las tres artistas por separado por el teatro de sombras hasta que, tras unos primeros intentos en el caso de Patricia en la Veleta, la capital de Malta, y en el caso de Chantal y Verónica, en Madrid en una propuesta de microteatro, se unieron para trabajar juntas.


‘Años Luz’ es un espectáculo que tiene como principal característica y virtud, el juego constante entre el salir y entrar de la luz a la sombra, de ponerse detrás y delante de la pantalla, de mostrar el efecto y la causa de las imágenes que se van creando. Todo se hace en directo y a la vista del público, como la música, que también enseña sus trucos y los objetos que esconden sus sonoridades. Creo que este estar ‘dentro y fuera’, ‘detrás y delante’, con luz y con oscuridad, en una sucesión constante de cambios de estado, es la clave que explica la atención de los espectadores sobre la obra, sin necesidad de contar una historia con una narrativa determinada, sino jugando simplemente con las imágenes, el ritmo, los colores, las sonoridades musicales, y el juego dual de las dos manipuladoras, simbolizadas por un corazón y una estrella.

Es la paradoja de la dualidad interior lo que se escenifica en el escenario, una dualidad que nos remite a la subjetividad personal (el corazón) y a la alteridad más extrema y lejana (la estrella). Y nada mejor para expresar esta paradoja de las contradicciones a la vista, que este juego de estar en dos lugares a la vez, delante y detrás, con luz y con sombra, dentro y fuera. Una dualidad que ambas sombristas manipuladoras encarnan como personajes.

Lógicamente, este tipo de trabajo pide unos acabados de tipo sintético, de una estética pulida que las sombristas  de Luz, Micro y Punto llenan de un ritmo alegre y colorido, el cual busca la expansión emotiva. Esto exige también una presencia adecuada y placentera de las actrices, que huya de la sobreactuación pero dotada a su vez de la energía suficiente para crear este dinamismo escénico de cambio constante entre las tensiones binarias antes apuntadas. Una presencia de la que las tres intérpretes de la compañía disfrutan en profusión, con una entrega a la comunicación y una empatía hacia el público que les permite captar y conquistarlo desde el principio hasta el final.

El otro gran acierto es la naturalidad con la que las dos titiriteros tratan la técnica de las sombras, que nunca deviene pesada sino que se integra perfectamente en el juego escénico de los cambios constantes de situación.

En definitiva, un excelente espectáculo que los espectadores de La Sala premiaron con sentidos y sinceros aplausos.