“El objeto es la parte de lo real que se pone por delante; está delante de los ojos como la presa; está colocado ante todos como el botín”, Pascal Quignard.  Es posible que nuestros objetos hablen por nosotros cuando ya no estemos aquí. O cuando nos neguemos a hablar, o por muchas otras ausencias ¿Por qué entonces no podríamos hablar nosotros por ellos? Volver transmisible un momento que suspenda la inercia de su trayectoria que avanza subalterna y calamitosa (calamidad, catástrofe gradual) moviéndose como línea paralela de casi todos nuestros actos.

Objeto y silencio, por Shaday Larios
Proyecto ‘La verdadera historia de los juguetes’, de Michael Wolfe.

Paradójicamente, el propio hermetismo al que solemos condenar a los objetos, puede convertirse en su mayor empoderamiento, según decidimos rodearlos, circundarlos con la fuerza pausada de nuestro detenimiento, hasta permitirles externar su intrínseco lenguaje intermedial: su lenguaje intrahumano que muestra todo lo que en niveles individuales y colectivos, se archiva, se ignora, se borra, se reprime de nosotros en ellos y viceversa. Cuando hacemos estallar el aura de su aparente hermetismo, asistimos a reflexionar sobre las variedades de relaciones silenciosas que entablamos con los objetos.

Objeto y silencio, por Shaday Larios
Proyecto  ‘Every Thing we touch 24 hour inventory of our lives’, de Paula Zuccotti.

A través de las prácticas que hemos llevado a cabo en los últimos cuatro años con el teatro de objetos documental, intentamos investigar un entramado indagatorio que les permita a los objetos ser vistos, ser escuchados desde el impasse en turno de su biografía. Entramos en un determinado capítulo de su ruta, aguzamos una temporalidad concreta del objeto que propone “su otra vitalidad”, está delante de nuestros ojos como la presa (y nosotros somos también su presa) al ser apartado del orden pragmático del mundo.

Objeto y silencio, por Shaday Larios
Proyecto  ‘Every Thing we touch 24 hour inventory of our lives’, de Paula Zuccotti.

Luego de estas prácticas, verificamos una obviedad reiterada en muchas áreas de conocimiento, de acuerdo a los incontables lados del fenómeno. Por nuestro lado escénico-objetual, atestiguamos que no es que los objetos estén mudos en nosotros, sino que están censurados por la adrenalina que produce en nuestros cuerpos la compulsión hacia lo material. Las posibilidades de su idioma están castigadas por la misma ley de la oferta y la demanda. Su idioma no emerge porque está bloqueado por nuestra ansiedad, por el automatismo de las acciones adquisitivas, por el deseo introyectado que fluye y refluye cual herida nuestra, lastimadura que se manifiesta dentro y fuera de nosotros como una imagen: la anatomía impoluta de cualquier objeto expuesto en venta. Al parecer nos tenemos los unos a los otros, ellos le dan sentido a nuestra existencia, nosotros le damos un sentido efímero a su brevísimo paso por nuestras manos, y cotidianamente gestamos así nuestro renombrado devenir cosa: el estado por el cual el objeto se adentra en nosotros y nosotros nos adentramos en el objeto; leemos aquí la cosa, ante todo, como esta relación.

Objeto y silencio, por Shaday Larios
Proyecto ‘La verdadera historia de los juguetes’, de Michael Wolfe.

Los objetos hacen sentido en nosotros bajo la condición de la transitoriedad acelerada, y en esos mecanismos relacionales forjamos una economía de los afectos que extenúa el poder discursivo de una personalización más consciente, por la cual un objeto, según nuestra perspectiva, puede ser un informante potencial de su lenguaje intermedial. Los objetos se silencian por el efecto de velocidad con el que son destituidos, su caducidad implacable, su ser escurridizo no nos permite forjar un relato en común. Los escaparates son desde hace años los otros teatros de objetos con los que sobrepoblamos el planeta en conjunto. Él, el del reloj agigantado es el reloj agigantado que vibra en platino chillante para tratar de salir del anonimato pero en ese grito, se hace cada vez más inaudible. Grita para desaparecer en lo idéntico. Son los silencios contradictorios de los objetos que se movilizan y se desmontan en varias direcciones. Los objetos que silenciamos porque no se puede perder el tiempo en desviar la atención en algo inanimado pronto a desecharse, re-venderse y que en ese gesto volverá a entrar en alguna otra lógica alternativa de mercado. Los que silenciamos de por sí porque pertenecen a una familia de clones disgregada planetariamente que modifica el romanticismo de la posesión, etc. Estos silencios objetuales dejan de ser vacío cuando nosotros a su vez nos silenciamos frente a ellos. El silencio que le imponemos al objeto en una actitud inconsciente, se vuelve ruido cuando volvemos a él y lo abordamos bajo otro tipo de actitud silenciosa, que es contraria a la idea del silencio como represión de algo. Su silencio y nuestro silencio encontrados producen un rumor.

Objeto y silencio, por Shaday Larios
Proyecto ‘La verdadera historia de los juguetes’, de Michael Wolfe.

Escribió Baudrillard en La sociedad del consumo: “Así como el niño lobo se vuelve lobo a fuerza de vivir con ellos, nosotros también nos hacemos lentamente funcionales. Vivimos el tiempo de los objetos. Y con esto quiero decir que vivimos a su ritmo y según su incesante sucesión. Hoy somos nosotros quienes los vemos nacer, cumplir su función y morir, mientras que en todas las civilizaciones anteriores, eran los objetos, instrumentos o monumentos perennes que sobrevivían a generaciones de hombres.” Baudrillard se refiere más que nada a la obsolescencia programada, pero pocas veces alcanzamos a ver la muerte de un objeto. Escasamente les permitimos una oportunidad para morir. Y más aún, aunque muera, su materialidad será materia vibrante que continuará su periplo agencial de difícil anulación de la faz de la tierra.

Objeto y silencio, por Shaday Larios
Proyecto ‘La verdadera historia de los juguetes’, de Michael Wolfe.

Vivimos el tiempo de los objetos que callan en nosotros, salvo cuando los re-descubrimos por la dramaticidad que les confiere un desequilibrio, un accidente, un hecho extraordinario que los sustrae de su propio tedio, de nuestro tedio. Entonces vemos que nunca habían estado en silencio, sino que la estabilidad y el impacto de lo sucesivo nos habían impedido adentrarnos en su reconocimiento como seres que cohabitan y llenan nuestro espacio existencial. Los objetos y nosotros vamos juntos como raza, somos co-presencia, compartimos territorio. Por eso concederle el detenimiento de nuestro tiempo al tiempo incesante de los objetos, los erige disfuncionalmente para comprender entre otras cosas, el desfile de explotaciones humanas, de materias primas, de metonimias de nuestro capitalismo salvaje, condensadas en nuestros pequeños compañeros de hábitat.

Objeto y silencio, por Shaday Larios
Proyecto Trashlation de Basurama.

Al silenciarnos y detener el continuum de las acciones objetuales, dejamos que su lenguaje intermedial revele los índices de una memoria infinita, porque el objeto más nuevo tiene una memoria de causalidad infinita, que puede llegar a sonar como nos decían que sonaba la amenaza del mar adentro del caparazón de un caracol. “Caparazones de caracol que están vacíos, en la maleza. Con un resto luminoso de baba en su borde” (Pascal Quignard dixit sobre las lenguas muertas). El resto luminoso de baba en el borde de cualquier objeto es su balbuceo que es el nuestro, una lengua muerta a ser resucitada por una arqueología de los objetos que conforman los campos interactivos de nuestra banalidad, objetos que un día llenarán los museos durante otro impasse de su biografía. Mientras no le encontremos un principio ético trascendente al hecho de “dejarles hablar”, callarán en la escenografía renovable de nuestros entornos públicos y privados, hasta que la distancia y la muerte, nuestra muerte, dejen a nuestros compañeros “inanimados” de hábitat, atestiguar.

Objeto y silencio, por Shaday Larios
Proyecto Trashlation de Basurama.

*NOTA: Punto y aparte de mi propio trabajo escénico, las imágenes que acompañan este escrito, pertenecen a distintos proyectos fotográficos que evidencian a su manera, el lenguaje intrahumano de los objetos y sus residuos.