Es cierto, existen vacíos enormes en la historia de los títeres en Costa Rica. A pesar de ello, podemos descubrir a muñecos animados por un soplo de arte, escondidos entre los pliegues del pasado. Por eso, nos atrevemos a preguntar: ¿cuáles son las técnicas de manipulación y construcción de títeres más antiguas que encontramos en nuestro país?

Vamos a obviar la “Edad Moderna” de los títeres en Costa Rica; es decir, desde 1968 hasta el presente, cuando el aporte de los maestros sudamericanos (especialmente don Quique Acuña y el MTM) van a revolucionar la concepción del títere como género teatral. Sólo baste decir que aunque las técnicas son eclécticas y variadas, los títeres de poliuretano y tela, con control de varilla y bocones dominan el presente y el pasado inmediato de los títeres nacionales. Por ser ligera, fácil de trabajar y barata, la espuma es la reina.

Carnaval de Cartago, 1910, Costa Ruca
Carnaval de Cartago, 1910.

Antes de los 60s hay una cantera no explorada de inspiración escénica; difícil de extraer pero potencialmente muy rica.  Pero, vamos al grano ¿cuáles son los títeres de antaño?

Por un lado, tenemos a los guiñoles, con cabeza de papel maché, yeso o madera y cuerpo de tela. Estos fueron utilizados tanto con fines educativos (los títeres del aula) como por los titiriteros ambulantes y hasta como mecanismo de propaganda política.

Compañçia de los Hermanos Freer

Hay constancia documental de que el Partido Comunista de Costa Rica, con personajes de Carmen Lyra y textos de Carlos Luis Saénz, fundó en 1939 una compañía de títere, “La Vacilona”, para ir de pueblo en pueblo. El gran arma de adoctrinamiento escogida era el títere de guante.

Esto es muy lógico, porque los guiñoles son unos títeres maravillosamente expresivos, relativamente fáciles de hacer, de almacenar y transportar; además de requerir de poco mantenimiento y ser de bajo costo. Es natural que fueran una herramienta propicia para ir por todo el país.

Compañía Hermanos Freer
El señor Freer.

La misma lógica que usaron los integrantes de “La Vacilona”, la podemos ver en los titiriteros más activos que hemos encontrado en la primera mitad del siglo XX: la Familia Freer.

Los Freer, empezando por el patriarca don Pedro, a inicios del siglo XX, hicieron del entretenimiento popular una tradición que pasaba de padres a hijos: carruseles, mascaradas y, claro, títeres están entre sus emprendimientos -además de sus recordadas clínicas de muñecos. Por supuesto, los títeres que durante alrededor de 50 años estuvieron en activo, eran básicamente títeres de guante. Cierto es que había algunos números musicales interpretados por marionetas, pero el guiñol era el más común de los usados por estos artistas de plazas y turnos.

Compañçia de los Hermanos Freer
Imagen de la compañía de los Hermanos Freer.

Los Freer nos dan varias coordenadas de lo que debió ser el arte de los títeres, no sólo a lo largo del siglo XX, sino que posiblemente hasta tiempos de la colonia. Ellos usaron títeres gigantes, que no siempre son reconocidos como tales. Cercanos a otros personajes, como el ancestral toro del baile de los Diablitos borucas o la centenaria Yegüita de Nicoya, estamos hablando de la Giganta y los mantudos.

Compañía de los Hermanos Freer
Compañía Hermanos Freer.

Estos muñecos enormes, pueden ser considerados títeres de jinete; títeres en los que partes del cuerpo del manipulador sostienen y complementan la figura que se busca representar. Ciertamente, la giganta es más que una máscara o un traje. Sería más exacto definirla como un títere de gran formato que el manipulador anima con todo su cuerpo. Es, después de todo, una muñeca que cobra vida gracias a la destreza de un individuo.

Los mismos personajes y técnicas de construcción que se empleaban de la mascarada, se usaron en guiñoles y muñecos de pequeño formato. Retomando a los Freer como ejemplo, sus calaveras o su diablo eran prolongaciones temáticas, estéticas y técnicas de los títeres de gran formato, como la giganta.

Giganta, Barva de Heredia
Giganta. Barva de Heredia.

Así pues, la herencia titiritera popular más antigua y sólida de nuestro país, apunta hacia lo enorme y lo pequeño, siempre con técnicas constructivas y unas estéticas muy similares. Hoy en día, artesanos costarricenses han vuelto, de forma espontánea, a convertir a los personajes de las mascaradas en estatuas decorativas y títeres de gigante.  Así pues, se puede descubrir una línea artística popular que nos lleva de la Gigante al Guante.

Resultaría muy estimulante, y podría abrir una línea de investigación maravillosa, si los creadores escénicos tomamos esta corriente de exploración popular centenaria y buscáramos una estilización de las mascaradas, de los títeres de gran formato en rituales populares y de los traviesos guiñoles ambulantes como un sano ejercicio de exploración de nuestra identidad teatral.

por Diego Andrés Soto, actor, dramaturgo y miembro de UNIMA CR