He aquí una temática que concierne directamente al mundo de los títeres: los robots y la vida artificial. ¿Acaso los titiriteros no somos expertos en eso de “crear dobles vivos de los humanos”? Una vida que, a diferencia del robot que la lleva dentro, en los títeres está otorgada por el titiritero-manipulador y por la imaginación del público, que debe proyectarse en el muñeco.

Desde la más vieja antigüedad hasta el presente más rabiosamente actual, las sociedades han gozado y se han dejado deslumbrar – y engañar – por estas simulaciones de muñecos o esculturas animadas que hablaban al público, sea en teatros, templos o palacios. Trucos para dar vida y voz a los dioses han sido utilizados por todas las civilizaciones conocidas, desde los egipcios hasta los griegos y los romanos.

Autómata de Herón de Alejandría

Los Pájaros, autómata de Herón de Alejandría.

Nuestra época, tan decidida como está a alejarse de los estándares sociales y culturales hasta ahora tenidos como tales y a alcanzar cimas impensables, se encuentra a un paso de lograr verdaderas mutaciones capaces de romper todos los moldes. Son varias las líneas que convergen hoy en esta temática compleja e interdisciplinar que reúne la robótica evolucionada, la creación de vida artificial a través de células sintéticas y la simulación por ordenador, una convergencia en busca del desarrollo de la inteligencia artificial. Según algunos científicos, nos encontramos a un paso de lograr lo que hasta ahora parecían sueños de ciencia ficción. (*)

Los robots, desde el punto de vista titiritero, vendrían a ser unas marionetas que la sociedad se toma “muy en serio”, pues en vez de ser utilizadas para el espectáculo, lo son con fines prácticos en el día a día de las empresas, los laboratorios de investigación o en los mismos hogares. Un ejemplo es el plan estratégico desarrollado por el gobierno japonés para potenciar la investigación en robótica, con el objetivo de que en un futuro próximo cada familia tenga en su hogar un robot con capacidad para cuidar a las personas mayores y, por supuesto, a los niños.

Japón ha mostrado desde siempre una gran inclinación por este tipo de tecnología, capaz de reproducir artificialmente los movimientos de la vida. Tal vez la capacidad animista de los japoneses de otorgar vida a una roca, un árbol, un paisaje o una estatua, tan propia de la sensibilidad sintoísta, expliquen esta inclinación. En la actualidad lidera los avances en la robótica de los androides, pero ya en el siglo XVIII disponía de un sofisticado saber en la confección de autómatas, – coincidiendo por otra parte con idéntico auge en Europa -, como lo muestra la tradición del Karakuri, cuyo significación sería la de “aparatos mecánicos para producir la sorpresa en una persona”, y que tuvo tres distintos tipos de figuras: las Butai Karakuri que se usaban en el teatro, las Zashiki Karakuri más pequeñas para uso doméstico, y las Dashi Karakuri utilizadas en las festividades religiosas y que aún hoy se siguen usando en numerosas localidades de Japón. En Osaka hubo un barrio entero dedicado al Butai Karakuri, con representaciones íntegramente realizadas por autómatas. El mismo teatro de Bunraku destaca por la sofisticación de los mecanismos articulados de manos y cabeza, de modo que a veces parecen prematuros robots que requerían, eso sí, de tres manipuladores para ser manejados.

En Europa y también durante el siglo XVIII, coincidiendo con los importantes avances en la mecánica de medición del tiempo de los relojes, hubo importantes artistas-constructores que deslumbraron al público con las proezas de sus autómatas. Famoso fue el relojero francés Jacques de Vaucanson, autor de singulares figuras que mostraban la realización de los principios biológicos básicos, como su célebre “Pato con aparato digestivo”, transparente y compuesto por más de cuatrocientas partes móviles y que batía las alas, comía y realizaba la digestión imitando al mínimo detalle el comportamiento natural del ave. Aunque en realidad el pato era un engaño, pues lo que comía no era lo mismo que defecaba, sino que al interior del pato había un compartimento oculto en el que se depositaba el grano que comía y del que salía algo parecido a un excremento. (fuente Wikipedia)

El Pato de Vaucanson

El Patro de Vaucanson

Pero quizás el más famoso constructor europeo fue el suizo Pierre Jaquet-Droz, nacido en 1721, y responsable de los tres autómatas más complejos y famosos del siglo XVIII. Sus tres obras maestras (La Pianista, El Dibujante y El Escritor) causaron asombro en la época llegando a ser contemplados por reyes y emperadores tanto de Europa como de China, India y Japón. “El Escritor” consistía en un mecanismo compuesto por más de 6.000 piezas (y seis años de trabajo) capaz de escribir utilizando la pluma gracias a una rueda integrada en su mecanismo interno donde se seleccionaban los caracteres uno a uno pudiendo escribir así pequeños textos de unas cuarenta palabras de longitud. Para ello realizaba movimientos propios de un ser humano como mojar la tinta y escurrir el sobrante para no manchar el papel, levantar la pluma como si estuviera pensando, respetando los espacios y puntos y aparte, además de seguir con la mirada el papel y la pluma mientras escribe. Sus tres autómatas pueden contemplarse hoy en el Musée d’Art et d’Histoire de Neuchâtel, Suiza.

Se cree que los avances de los relojeros e ingenieros europeos, al llegar a China y Japón, fueron rápidamente asimilados y adaptados al “tiempo propio” de los orientales, quiénes ya de antiguo tenían fascinación por este tipo de artilugios, creando los “tiempos largos” de los autómatas japoneses utilizados en los teatros del Karakuri en Osaka que tanto sorprendían al público.

Y aunque el mundo de los autómatas siempre quedó relegado al capítulo de las curiosidades exhibidas en ferias y teatros, no hay que olvidar que sus sofisticados mecanismos fueron los que se aplicaron, correctamente adaptados, a las primeras maquinarias de la Revolución Industrial que cambió la fisonomía de Europa y del mundo.

Hoy, cuando somos protagonistas de una nueva revolución tecnológica que está cambiando la faz del mundo, el tema de los autómatas vuelve a surgir con fuerza bajo la nueva figura del Robot, los ordenadores y los avances en la creación de vida e inteligencia artificial. Nuevos horizontes emergen ante nuestros ojos atónitos, prontos para irrumpir en la vida cotidiana de los terráqueos, dejándonos en la estupefacción más absoluta. La creación de “muñecos animados”, hasta ahora competencia de magos, científicos diletantes y titiriteros, se ha convertido en un asunto de estado y objeto de millonarias inversiones. En esta carrera hacia lo desconocido, sin duda lo que más seduce a los espíritus fáusticos es la creación de inteligencia artificial. Los nuevos ordenadores cuánticos y biológicos, aún en fase de experimentación, están prestos para dar esos pasos de gigante hasta ahora sólo soñados por la Ciencia Ficción.

¿Hacia qué escenarios nos llevarán estos avances en la duplicación humana? ¿Serán los robots unos títeres al servicio de los humanos para sus menesteres personales? ¿Nos proyectaremos en ellos hasta llegar a considerarlos nuestros iguales? ¿O seremos los humanos los títeres manejados por los robots, o por inteligencias artificiales muy superiores a nuestra capacidad de previsión, cálculo y pensamiento sensato? El tema del “manipulador manipulado”, una disyuntiva clásica en el teatro de títeres de todos los tiempos, ¿será el rasgo distintivo de la época que nos espera? Títeres, robots e inteligencia artificial, he aquí una realidades que nos atañen tanto en nuestra condición de titiriteros como de personas del siglo XXI.

* Recomendamos la lectura del magnífico artículo del físico y biólogo Ricard Solé, investigador ICREA en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona y catedrático externo del Santa Fe Institut de los Estados Unidos, publicado en el suplemento cultural del periódico barcelonés La Vanguardia del 29/08/2012 (verlo aquí)