Artículo de Sebastián Verea sobre la creación artística, extraído de su Reflexión Académica en Diseño y Comunicación, presentada en la Universidad de Palermo, Buenos Aires, y del que publicamos la primera parte (para leerla, cliquen aquí). Si en aquella primera entrega se ponía sobre la mesa la necesidad de un cierto extrañamiento para dar forma al arte, en particular desde el punto de vista teórico y técnico, ahora entramos de lleno en la manifestación artística en sí, de lo irracional y lo espiritual.

partitura ilustradaLa perspectiva artística (cómo alejarse de la razón)

“El músico tonal ha compuesto obedeciendo el sistema y, pese a ello, luchando contra él. Cuando la sinfonía se cerraba triunfalmente remachando la tónica, en aquel momento el músico dejaba que el sistema compusiese por su cuenta, incapaz de sustraerse a aquella convención por la cual se regía (…)” (1)

“…el músico, más o menos conscientemente, rechazando un sistema de relaciones sonoras que no parece ligado inmediatamente a una situación concreta, rechaza efectivamente una situación. Puede también no saber qué implica su elección puramente musical, pero, sea como quiera, implica algo.” (2)

La cuestión de rechazar un cliché contiene una lectura posible desde lo racional y otra desde lo espiritual.

La lectura racional comprende una reacción del artista a un sistema pre-existente de reglas; que se han transformado en un patrón de comportamiento decodificable y predecible por cualquier espectador de la obra, constituyendo una limitación a nuevos modos de expresión.

La lectura del fenómeno desde un plano espiritual está ligada al universo individual del artista. Los cambios en los modos de representación responden a necesidades espirituales que no encuentran en la teoría y las herramientas pre-existentes un universo expresivo lo suficientemente basto para darle voz a sus ideas.

Si pretendemos realizar una lectura de ese tipo de cambios de dirección en los movimientos artísticos (desde el plano espiritual), estaríamos haciendo foco en el centro mismo de la creación de los hitos que constituyen la historia del arte, pero estudiando la individualidad de cada artista específicamente; lo que constituiría una tarea que puede no tener fin.

Sin embargo, existen suficientes testimonios de artistas que con su propia voz han detallado el camino de la creación a lo largo de su obra, y en las diferentes y variadas voces puede oírse un mismo rumor: el de la intuición y la inseguridad, el del desconocimiento y la incertidumbre. Un ejemplo del tono de esos testimonios son las cartas que Van Gogh le escribió a su hermano, recopiladas en Cartas a Theo. (3)

Los pensamientos de esos artistas volcados en cartas, escritos encontrados y  obras autobiográficas, constituyen el elemento más cercano a aquello que nos falta para terminar de dilucidar su obra cuando todas las teorías son insuficientes. Digo que constituyen el elemento más cercano y no que son el elemento mismo, porque el elemento mismo existe sólo en un momento efímero en su pensamiento, casi imperceptible para él mismo. Sin embargo, revisando sus cavilaciones puede intuirse, en los espacios conceptuales en blanco que no pudieron abordar con la palabra, la verdadera iluminación.

Para entender esos momentos puros de espiritualidad e inspiración, debemos reconstruirlos con los elementos que hereda nuestra cultura popular: las obras y los pensamientos de los artistas.

Es un camino que hay que desandar, un rompecabezas que hay que armar en el cual la pieza central va a ser un hueco con la forma de una sustancia que la humanidad busca desde siempre. Esa forma que quizás conocimos una vez, en el instante previo a comenzar a alejarnos de ella por el camino de la razón.

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Conclusiones (o la pieza faltante)

El texto de Clarice Lispector que elegí para abrir este artículo (ver la primera parte) propone un camino para el conocimiento irracional del arte: el conocimiento de una obra por su musicalidad. El otro camino, el del conocimiento y análisis profundo de una obra desde lo racional, es diametralmente opuesto y puede llevarnos al mismo lugar. Los dos son caminos que nos paran frente al objeto buscado, pero desde diferentes perspectivas.

El primer camino (el de Lispector) es una vía poética que nos libera del pensamiento racional y nos propone oír la voz de la música contenida en su obra, sin la necesidad de concentrarnos en los significados, alcanzando así un estado de conciencia nuevo desde el que somos capaces de comprender lo que por la razón nos está vedado.

El segundo camino (el del conocimiento por la razón) se nos muestra como un desafío intelectual que nos propone sembrar en el plano de lo racional un valor que nos permita alcanzar un estado de conciencia superior. Nos propone volver, desandando el camino de la razón, a un estado más puro. Saber todo, para volver a no saber más nada.

La teoría del arte es una revisión, y como tal, desandarla es suficiente para llegar a su punto de partida; y ese punto de partida tiene el valor de un interrogante: la pregunta existencial que el artista intenta responder.

Ampliar el campo de enseñanza, extender los límites de una materia específica e incluir conocimientos de otras, permitir ciertos grados de dispersión en el conocimiento y a la vez profundizar en él; son caminos hacia la configuración de una mente capaz de entender el espacio vacío de ese gran rompecabezas que vamos construyendo con nuestra herencia cultural.

El conocimiento profundo y amplio es el vehículo que tiene la razón para mostrarnos, por contraste, todo aquello que una teoría no abarca. Sin embargo, al contemplar una obra de arte debemos entender que todo lo susceptible de ser enmarcado en el conocimiento racional, lo es sólo por el hecho de que ese conocimiento fue construido a posteriori de la obra y (por sobre todo) en función de ella.

Esa perspectiva revisionista de la teoría artística, esa dimensión temporal es la clave del valor que debemos abrazar y hacer propio.

Aprender arte es viajar en el tiempo hacia el pasado. Hacer arte debería ser un viaje en el tiempo hacia el futuro. Sin embargo repetir lo hecho formalmente quizás no es tan grave como no partir desde el vacío teórico, desde la ausencia de certezas, desde la pieza que falta en el rompecabezas.

Una vez que hayamos aprendido algo por la razón, tengamos ante nuestros ojos el rompecabezas armado y encontremos el hueco con la forma de la pieza faltante, es ahí donde debemos colocarnos: en el vacío conceptual; donde todo lo que nos rodea son sólo los pensamientos que, más adelante, intentarán explicar por la razón lo que como artistas estamos construyendo fuera de ella.

Notas:

(1) Eco, U. (1992). Obra abierta. Barcelona: Planeta De-Agostini, p. 300.

(2) Ibid.

(3) Véase: Van Gogh, V. (2005). Cartas a Theo. La Plata: Terramar Ediciones.

Otra bibliografía consultada:

Billeter, J. F. (2003). Cuatro lecturas sobre Zhuangzi. Madrid: Ediciones Siruela

Fischer, E. (1999). La necesidad del arte. Trad. J. Solé-Tura. Barcelona: Altaza

Zátonyi, M. (2005). Aportes a la estética desde el arte y la ciencia del siglo 20. Buenos Aires: La Marca