Una de las obras más esperadas del TOT Festival, no por nueva sino por las pocas veces que se ha visto en Barcelona, es el espectáculo “Las Cosas de la Vida” de Trastam Teatro, una compañía formada por las tres titiriteras Arantxa Azagra, Aurora Poveda y Marga Carbonell. Hace ya algunos años que lo presentan por los diferentes Festivales del mundo y, sin disponer de ninguna estructura potente de apoyo, se ha abierto paso hasta convertirse en una obra que los programadores empiezan a considerar indispensable para sus escenarios íntimos y nocturnos.
TrastamY es que nos encontramos ante un trabajo que pide nocturnidad, un ambiente distendido y cálido, y una proximidad de café teatro o de cabaret literario. Son números sencillos, hilados por una mínima línea dramatúrgica, pero que tienen la enorme virtud de la modestia cuando ésta aparece cargada de ingenio, de virtuosismo manipulador, de una presencia noble, cercana y distante a la vez, de una feminidad que pretende ser discreta pero que resulta exultante, y de una imaginación práctica en el uso de los elementos y de los objetos utilizados de gran altura.

TrastamQue nadie espere grandes respuestas a los problemas de la vida pero tampoco los tópicos de una ironía de estar por casa. Las tres chicas de Trastam Teatro muestran simplemente el ingenio de una supervivencia femenina que saca punta a la imaginación de los objetos y de las manos, y que se deja llevar por una creatividad coreográfica y gestual llena de oficio y de gracia, con la vista puesta en unos horizontes de libertad técnica y del “más difícil todavía”. En realidad, parece no haber límites en este camino iniciado por Trastam, siendo quizás ésta una de sus grandes virtudes: darnos a entender que los objetos que nos rodean tienen vida propia y que sólo necesitan unas manos sabias y adecuadas para hacerlas nacer a la vida y actuar. Uno no sabe si es la imaginación de las manipuladoras o la de los mismos objetos lo que tira del carro del espectáculo. El secreto talvez consiste en que las dos son la misma, es decir, hay una identificación entre objeto y manipulador. Seguramente ésta es la magia del Teatro de Objetos: proyectar vida e imaginación al objeto para que el espectador también se proyecte y se identifique con él.
TrastamLo que antes hacían los sacerdotes con las imágenes de los dioses, lo hacen ahora las titiriteras con simples objetos de la vida cotidiana: pañuelos, un bolso con dos botones que parecen ojos, una fregona con su mocho, abanicos y guantes, muchos guantes de todos los colores y texturas… Esta poetización de elementos insubstanciales tiene una cualidad emergente casi insurreccional: abre puertas a una “divinización laica y objetualmente pagana” del vivir a palo seco, sin aderezos metafísicos pero con la carga y el peso de la vitalidad imaginaria. Partir del “nivel zero” para volar hacia el “infinito” de la poesía y del embrujo. Al final, la presencia de las manipuladoras, que en un principio parecían querer tener un cierto rol dramatúrgico, se va difuminando y se hacen casi invisibles pero sin acabar de desaparecer del todo, lo que crea una tensión a mi entender mucho más interesante que si hubieran apostado por mantener determinados papeles dramatúrgicos: la ausencia de historia personal entre las que se esconden detrás de los objetos, dignifica a éstos y los ensalza como los verdaderos protagonistas. El público lo agradece y el espectáculo sube de tono y de categoría.
TrastamEn conclusión: un espectáculo de teatro de objetos que nos invita a volar con la imaginación mientras ilustra y nos abre las puertas sobre las infinitas posibilidades de un tipo de teatro que tan sólo acaba de empezar.

Fotos: Jesús Atienza